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Joserra Jurado Martin padre de preso político vasco

«Historieta» en la cárcel

Quiero denunciar públicamente (en el supuesto de que ésta sea la palabra correcta teniendo en cuenta su inutilidad, en lo referente a prisioneros vascos, familiares y amigos) la dantesca «historieta» en que se convirtió mi visita a la cárcel de Alicante II.

Teníamos concedida visita con mi hijo Andeka el viernes, día 6, por la tarde y el vis a vis familiar el día 7 por la mañana. Al darle el nombre de mi hijo al funcionario que efectúa el control de vehículos y pasajeros, en la garita de barrera de entrada, éste contesta: «¡eh!». Se lo repito nuevamente. «¿Quién es ése?» Esta vez su escurridiza neurona se ha esforzado más. «Pues es Andeka Jurado», le contesto. «¿Y qué quiere usted?», me pregunta. «Pues quiero verle». El funcionario carcelero comenzó a tomar los datos, a la vez que yo comenzaba a oír un silbido, hasta que terminó su particular tesis doctoral, que le llevó su tiempo. Me agaché para mirar por el ventanuco y vi que el del fiu... fiu... fiu... era el funcionario. Ya estaba yo pelín escocido con el primer obstáculo cuando nos llaman para pasar por el arco de detección, paso, éste no pita como el carcelero, bien, otro obstáculo salvado; bueno, eso pensaba yo pero, error, la colega del del silbido me pregunta si llevo algo en los bolsillos traseros del pantalón; me vuelvo, la miro, me palpo una nalga con cada mano y, encogiéndome de hombros, le contesto: «el culo». «El culo ya se lo he visto», responde. Otro colega del fui-ncionario y la «culinaria» funcionaria apareció de repente pegado a mi espalda como una chepa, me increpó por mi respuesta y me dijo: «cuando mi compañera le haga una pregunta, usted le responde con educación, ¿me está oyendo?». Le contesté que no me riñera, que no era ningún crío, y que los sermones de moralina se los diese a quien se los aguantase. El compañero de la compañera me conminó a salir fuera de la sala de espera, y yo empezaba a cargarme un poco. «No me da la gana», le respondí y, enseñándole los bolsillos traseros, le dije que pasara de mí. El carcelero volvió a insistir: «salga fuera». Al final yo salí, el se quedó, no vi a mi hijo, el vis del día siguiente me lo quitaron. Media docena de guardia civiles esperaba el sábado mi llegada y, con la amabilidad que les caracteriza, esperaron mi salida.

El resultado fue que no pude ver a mi hijo y, como provoqué una situación embarazosa, decidieron sancionarme con nueve meses sin visitas, efectivamente muy embarazoso. Lo mío fue una contestación cínica, lo suyo una frustración crónica, sus complejos y odios activaron la venganza y, como consecuencia, el abuso de autoridad y el despotismo más chulesco de quienes no admiten réplicas de sus rehenes o de rehenes colaterales. Por muchos meses que me echen de sanción, en ninguno de sus crueles días conseguirán que no vea a mi hijo. Siempre está conmigo.

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