Fede de los Rios
Proxenetas de la Fiesta, malditos seáis
Con los Sanfermines a la vuelta de la semana, ya empezaron «los de siempre», cómo no, a tocar los apéndices olfativos y los propios del mingitorio al personal. Negando el espacio donde los organismos populares de Iruñea puedan realizar sus actos programados para las fiestas, por un lado, y cediendo el espacio a empresas privadas, por otro.
Como, al parecer, a los reyes nunca les echaron un scalextric, ahora que tienen el poder para hacerlo convierten el casco viejo de la ciudad en una pista de coches de carreras. Todo ello en beneficio de la marca de una bebida con sabor y aspecto de orina de dromedario, que ningún humano tomaría de no ser por sus efectos estimulantes. Si Red Bull careciese de un alcaloide psicoactivo como la cafeína, de un ácido componente de la bilis como es la taurina (en el semen de toro es donde se encuentra en grandes cantidades, de ahí el nombre del brebaje energético) y del estimulante glucuronolactona, la mencionada bebida la iba a tomar San Pedro, del que hoy celebramos su muerte en la cruz.
Pues bien, la inefable Yolanda Barcina, alcaldesa a la sazón de esta gloriosa ciudad, ha cedido su centro histórico a la empresa pajillera de bóvidos para organizar un encierro con dos fórmula-1 que nos va a hacer famosos en el mundo entero. A parte de los bólidos cuenta con la inestimable participación de quinientos gilipollas vestidos de pamplonicas dispuestos a mostrar su falta de dignidad y de decencia.
Red Bull les da alas mutándolos en compresas superabsorbentes de estupidez televisiva.
Nuestros gobernantes locales niegan el espacio de la fiesta al pueblo y lo alquilan a las multinacionales. Tristes y aburridos, incapaces de entender que la fiesta es transgresión, aplican normativas que restringen la libertad y el goce. Idiotas con horror a lo colectivo intentan asombrar al mundo (pobre Shakespeare) saliendo por televisión montados en un coche de carreras o cantando clavelitos en plan tuna.
Hace años, la burguesía de Iruñea celebraba los Sanfermines en sus clubs privados, salían poco, apenas molestaban en la fiesta. Ahora cada año privatizan un poco más la fiesta para su mísero disfrute. La privatización de lo público es su obsesión. Todo deviene mercancía para estos mercaderes de sonrisa falsa. Para lo popular multas y policía ¿Hasta cuando soportaremos la arbitrariedad?