La serie de actos que circulan alrededor de Musikaire, variado programa artístico organizado desde Musikaire Elkartea de Elorrio, fijó su vista la noche del viernes pasado en JC Perez, quien llevará por sus días el inciso ex Itoiz. Y fue un acierto, porque si bien sus discos en solitario han resultado menos asequibles para la mayoría o para quienes deseaban la continuación de Itoiz, el repertorio y las formas del directo resultan sumamente atractivas. No es, desde luego, música para clientes juveniles, de hecho las primeras filas del improvisado espacio se encontraban ocupadas por una decena de chavalas con ánimo de fiesta que tras la primera canción decidieron, junto con un chaval de unos diez años que se dormía cada tres minutos, abandonar el recinto en busca del chiquilicuatre, espacio que fue ocupado con celeridad por un público que sí sabía, o intuía, lo que le iba a ofrecer el de arriba, JC Perez.

El encuentro se supone que debía celebrarse en el escenario mágico y natural de Argineta, pero la necrópolis no parecía ser el lugar más adecuado atendiendo a la climatología, por lo que el evento se trasladó al pórtico de la iglesia de Elorrio, a cubierto y con sillas para unas 300 personas. Decisión acertada ante un cielo plúmbeo y una noche desapacible.

Para nosotros resultaba una incógnita el estado musical del apreciado artista, pues no le veíamos desde hacía bastantes años. No obstante, sólo con ver los músicos que llevaba, cabía imaginar la perfección de las interpretaciones y la solemnidad connatural. En cierto modo fue así, pero también hubo tiempo para el calor y el mambo, pues JC decidió que las canciones de sus discos en solitario tomaran el rumbo del jazz. En este punto podríamos hablar de soft jazz, de jazz latino, de pop fusión, de jazz brasileño... Entorno (agradable, académico y entretenido) en el que se movieron Fernan Irazoki, batería, Gonzalo Tejada, contrabajo, Andrej Olejniczak, saxo (los tres con Juan Carlos desde el inicio de sus carrera en solitario), Alberto Urretxo, trombón, Rubén Salvador, trompeta y JC Perez, piano eléctrico, voz y guitarra, casi siempre con una sonrisa en el gesto, pero con la mirada alejada del público y orientada hacia sus músicos.

Hora sensorial

La primera parte del concierto se resolvió enredando las composiciones, «Gauero», «Ama»..., por terrenos de jazz, con recuerdos al Chick Corea más latino. Fue una hora sensorial, confortada y fresca que no levanta pasiones externas, pues convence hacia el interior. Tras la despedida, en medio del escenario quedaba aún sin estrenar una Fender Telecaster, por lo que cabía esperar que Juan Carlos la tomaría de vuelta. Y lo hizo. Primero arrancó con «Kantu eroa», del álbum «Atlantic river», que él se encargó de reconvertir en un tema de corte folk a base de guitarra eléctrica rítmica y armónica como únicos elementos de compañía. Un tímido paso por el cancionero de Itoiz arrancó los aplausos del público más sentimental, sin ánimo peyorativo, circunstancia que volvió a repetirse cuando Perez, ahora con la ayuda de bajo, batería y saxo acometió «Ezekielen prophezia», en seductor duelo con Andrej y en tono de cautivadora despedida. ¿Alguien esperaba «Lau teilatu»? Es posible, pero tuvieron la delicadeza de no pedirla. Además, continúa siendo de uso común en casi todas las romerías.

Inolvidable velada, atrayentes revisiones de repertorio, buena voz, mejor vocalización y la escala un poco más baja para no tener que forzar. Espléndido. Lástima que la situación cultural y mercantil de la escena musical no permita que esta hora y media se repita con mayor regularidad.