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Fede de los Ríos

Pobre de mí

Ome echaron algo en la bebida o el sueño de esta noche es el primer síntoma de un comienzo de delirium tremens.

Me encontraba, de repente, bailando al agarrao el vals de Astrain camino de la catedral de Pamplona con una muchacha de cara familiar. En rededor nuestro, girando a modo de satélites, el universo completo sanferminero: la comparsa de Gigantes y Cabezudos con sus gaiteros; parejas de niñas de falda plisada con faja y pañuelito cantando jotas, manos en la caderas; la totalidad de las Peñas con sus pancartas bailando el Kasachov interpretado por La Jarauta 69, el coro lo componían las mulillas, 6 cebadagago 6 que hacían los bajos y un sobrero de barítono. Desde los balcones caían pétalos de alcachofa y algún que otro espárrago.

Al entrar en el patio del conjunto catedralicio, unos señores vestidos de azul cuyas cabezas iban cubiertas con esféricos tocados nos hicieron un arco con sus bocachas. Tras unos metros, la música que nos acompañaba cesó para dar paso a un Miguel Sanz vestido de pelotari que, con ayuda de txistu y tamboril, inició el baile del Agur Jaunak en nuestro honor. Giré la vista hacia mi pareja. Ella sacó un pañuelo rojo de uno de sus bolsillos y con elegancia sin par lo anudó entorno a mi cuello. La reconocí debajo del traje de roncalesa. Era Ella, más hermosa que nunca. Su delicada sonrisa me hizo ruborizar y bajar la vista. Al hacerlo, me dí cuenta que iba vestido de fallera mayor. Confieso que las coletas recogidas a modo de ensaimadas en torno a mis apéndices auditivos no me disgustaron en absoluto. Es más, me vi guapo.

Entramos al interior del templo y a la altura del clasistorio el colorido de las vidrieras iluminaba su interior. Una muchedumbre se agolpaba en los bancos en total silencio y expectación. Tres eran los oficiantes: Sebastián, el castrense Pérez González y en el medio, como maestro de ceremonias y con zapaticos rojos, Benedicto XVI.

La escolanía rompió el silencio; el dúo de voces blancas, Martín y Fermín, acompañados al arpa por Fredi y Carmelo, iniciaron el Ave María de Bach, al tiempo que Benedicto me preguntaba si quería por esposa a Yolanda Barcina Angulo. En ese preciso momento, un meneo en el hombro y una voz aguardentosa quebró mi dicha: «¡Oye te vas a levantar o qué!, ¡que son las doce y media, hostia! Q'hemos quedao a la una pa echar el vermú en el Iruñazarra».

Dios, que vida más triste la mía.

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