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Gloria Rekarte Ex presa política

Fiesta

Normas, convenciones, costumbres formalidades y respetos. Todo desintegrado. Qué magia la del chupinazo. Clark Kent se ponía la capa roja y se transformaba en Superman. En Iruñea, con bastante menos tela transformamos la humanidad

En otros sitios, como supimos de Barañain, los «de fuera» llegan para reventar las fiestas. En Iruñea «los de fuera» vienen para reforzar su carácter, para dejar testimonio de que son en el mundo entero unas fiestas sin igual, chispún. Desde días antes les vemos llegar, con la mochila o las maletas, de sport impecable o absolutamente astrosos, bajando del tren o de una moto de gran cilindrada, tan entusiasmados por la proximidad de los sanfermines como nosotras y nosotros mismos, llegados desde Oklahoma, Logroño, Sídney, Málaga, Munich, Manchester, Tokio, o Cantalapiedra de Abajo. Hay quien dice que eso se lo debemos a Hemingway y a su muy célebre «Fiesta». Pero la verdad es que los que se describen en su libro no se parecen nada a los de hoy (y dudo que se parezcan siquiera a los de entonces) y que esta siempre creciente internacionalización que llena las calles de Iruñea para delirio de comerciantes y consistorio, nos la hemos ganado nosotros mismos, por méritos propios y sin ejercicios literarios.

Porque, ojo, un inmigrante es un inmigrante, pero un guiri es otra cosa, y ahí desplegamos nuestro natural espíritu hospitalario y acogedor. Estamos prestos a dar ejemplo o seguir el juego, que de paso nos viene muy bien, y a que nadie se vaya de aquí decepcionado o frustrado a contar en Ohio que «bah, tampoco es para tanto».

Los sanfermines son coloridos, variopintos y liberadores de estrecheces. No me refiero a las económicas porque en ese sentido nada más lejos y muy al contrario, que nos obligan luego a un par de meses de agónica recuperación, sino a las otras, las de lo convencional y obligatorio, los corsés y las limitaciones, las rígidas normas y el conservadurismo de esta ciudad y por lo que se ve, de muchas otras. Porque a las 12 del 6 de julio, un cohete se lleva todo eso por delante. Normas, convenciones, costumbres formalidades y respetos. Todo desintegrado. Qué magia la del chupinazo. Clark Kent se ponía la capa roja y se transformaba en Superman. En Iruñea, con bastante menos tela transformamos la humanidad.

Se acabó la tontería de estar buscando un WC: cada uno mea donde le place, que para eso es sanfermín. Cada uno, digo, no cada una porque las mujeres aún no nos hemos liberado debidamente, pero todo se andará. Se acabó también el hacer colas a la espera de un bocadillo si el que pasa al lado lleva unos cuantos. Se acabó igualmente eso tan frustrante de ver y no tocar. Todo lo que es visible es tocable, y lo que no se ve pero se intuye también, que es sanfermín. Todo lo limpio es ensuciable (debe serlo además), y todo lo que no sea propio, rompible y destrozable. Y quien no sepa entenderlo así es un borde, o aún peor, una borde impenitente que no merece ni estar en las calles de nuestra ciudad y lo mejor es hacérselo entender, si fuere menester a mordiscos. Aunque suele bastar con una retahíla de insultos o un par de guantadas.

Ni el encierro ni los toros, por mucho lugar que encuentren en propagandas, carteles, folletos turísticos y camisetas tienen el atractivo internacional de esta liberación cautivadora, en abierto y sin restricciones, de los sentidos, las manazas y la vejiga.

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