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Apuntes de esa otra realidad que existe y que no tiene nada que ver con la ficción oficial

Tristemente, esta semana ha sido pródiga en hechos que reflejan un conjunto de realidades sociales, políticas y económicas muy duras, en algunos casos incluso trágicas. Situaciones y hechos parciales que perduran en el tiempo y que conforman una realidad general que casi nadie niega que sea necesario cambiar. Pero que se mantiene inmóvil precisamente porque muchos de aquellos que aceptan esa necesidad no asumen ningún tipo de responsabilidad al respecto o permanecen inermes. Una realidad que no suele reflejarse en las crónicas que se hacen del tiempo histórico que nos ha tocado vivir.

Muchas de las luchas populares para cambiar esa realidad han sido usurpadas por ficciones oficiales que no pretenden cambiar la realidad sino tan sólo maquillarla para que perdure, para que se eternice el actual estado de las cosas. El feminismo, el ecologismo, la lucha contra el racismo y, en general, contra la injusticia, han sido fagocitadas por las instituciones y ensambladas en el discurso oficial. Así, en esos ámbitos se ha generado una ficción que choca con la terquedad de los hechos.

La trágica muerte de Nagore Laffage

En el caso de la muerte de la joven de Irun a manos de un conocido la realidad ha superado con creces a la ficción. El de Orondritz es un caso particular, sin lugar a dudas, pero que refleja una situación desgraciadamente estructural. Sirva como prueba evidente de ello que pocas veces esa clase de situaciones se dan en sentido contrario, es decir, pocas veces los hombres son las víctimas de hechos de ese carácter. En esos casos sí que se puede hablar de hechos particulares, no en éste.

Todo ello demuestra que la igualdad formal y legal entre mujeres y hombres no garantiza una paridad real. La desigual relación de poder entre ambos sexos es la que da lugar a esta clase de hechos. La libertad de las mujeres sigue coartada por un sistema que posibilita que muchos hombres consideren que tienen derechos sobre las mujeres por el mero hecho de serlo. Es obligación de todas y todos conquistar esa igualdad y no sirve de nada declamarla o darla por garantizada.

Las lecciones de los líderes mundiales

La imagen de los jefes de estado del G8 plantando árboles el mismo día que anunciaban el retraso hasta 2050 de la medidas necesarias para mitigar las consecuencias más negativas del desarrollismo actual es lo suficientemente gráfica como para no necesitar ni crónica ni apenas comentario. Pero merece ser recordada como ejercicio máximo de cinismo y paradigma de ese ocultamiento sistemático de la realidad.

Lo que sí merece comentario es la responsabilidad de algunos de esos mandatarios en la muerte de miles y miles de emigrantes. Pero no es sólo suya. A tan sólo unas semanas de la aprobación por parte de la UE de la «directiva de la vergüenza» la muerte de emigrantes africanos en el Estrecho de Gibraltar, varios de ellos de muy corta edad, ha azuzado las conciencias de los mismos ciudadanos europeos que con sus votos o su pasividad han posibilitado esa directiva.

La postura hipócrita de los políticos europeos y el discurso sensiblero y moralista de ciertos agentes sociales no deberían hacer olvidar la necesidad de una reflexión profunda sobre los fenómenos migratorios. Una reflexión que se enmarque en la busqueda de un cambio de sistema político y económico, dado que las desigualdades que asume y promueve el actual implican, por definición, este tipo de realidades dramáticas.

Hipermetropía política: el Mandela de Europa

Y es que la cuestión de la emigración es un tema de evidente hipermetropía política. Mirado desde la distancia, los hechos y las causas de esa tragedia política y humana aparecen nítidas. Pero cuando esa realidad llama a nuestras puertas la visión se torna nublada.

Esa misma parcialidad inducida es la que hace que en la lejanía las luchas por la libertad y contra la opresión adquieran tintes épicos, hasta el punto de llevar a la emoción, mientras se es incapaz de ver situaciones parejas que tienen lugar a tan sólo unos pocos kilómetros.

Ese fenómeno se da en aquellas personas que «gritan libertad» junto a Biko o Mandela, que se indignan en «el nombre del padre», pero que miran hacia otro lado cuando un preso político vasco cumple 28 años en prisión. Ni qué decir de aquellos que contratan a asesores sudafricanos para hablar sobre «pacificación» mientras envían a su Policía a golpear aquellos que quieren recordar pacíficamente a ese «Mandela europeo».

La importancia de cronicar esa otra realidad

Frente a esa ficción impuesta es necesario cronicar esa otra realidad, sacarla del olvido y denunciarla para poder así cambiarla en un futuro cercano.

Ayer en Hernani un grupo de ex trabajadores de «Egin», junto con cientos de personas, recordaron y denunciaron el cierre de esos medios de comunicación hace ahora diez años. Medios que en un auténtico desierto informativo, fumigado por intereses empresariales y políticos ajenos a la realidad del pueblo vasco, consiguieron hacer de altavoz de las fuerzas del cambio.

Una labor que, vistos estos apuntes, siempre será necesaria. Ese sigue siendo el valor real del periodismo.

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