La nueva Rusia, a debate en los cursos de verano de la UPV
La sombra de Rusia y sus fantasmas en Miramar
La nueva Rusia y sus fantasmas, reales o voluntariamente exagerados, han deambulado estos días por el Palacio Miramar de Donostia en el marco de los Cursos de Verano de la UPV. Un tema en el que las pasiones se sobreponen, demasiadas veces en Occidente, al análisis real y sosegado.
Dabid LAZKANOITURBURU
La XX edición del seminario sobre Europa Central, esa gran desconocida en Occidente, ha vuelto a congregar durante toda esta semana en el Palacio Miramar de Donostia a un elenco de políticos y analistas de los países del antiguo Bloque Oriental. De la mano, como siempre, de los Cursos de Verano de la UPV, el seminario ha versado este año sobre «La nueva sombra rusa».
Pocas veces anticipó tanto el título elegido el posterior tono de los debates y las conferencias. Buena parte de los ponentes, polacos, checos, eslovacos, húngaros... alertaron de las amenazas que, sobre sus respectivos países y en conjunto sobre todo el orbe occidental, pesan tras la irrupción con renovados bríos del viejo Oso ruso.
Siglos de tensiones y conflictos -coronados por cincuenta años bajo la égida soviética- justifican en parte esta percepción. La realidad actual, marcada por la ofensiva rusa en distintos ámbitos, desde el energético hasta el militar pasando por el diplomático, explica también en parte eso que el sociólogo húngaro Pál Tamás vino a bautizar como «histeria geopolítica», en Polonia y las repúblicas bálticas. Este sentimiento se podría comparar, salvadas las distancias, con el «antiamericanismo» en América Latina.
Pero la cuestión, a tenor de lo escuchado en Miramar, va más allá y nos remite al descubrimiento por parte de las élites de esos países de una «fe revelada» en las virtudes de las democracias occidentales y de sus corolarios, desde la OTAN hasta la UE pasando por el sacrosanto mercado. Fe del converso, como la de Pablo tras caer del caballo.
El debate en torno al proyecto de escudo antimisiles resultó paradigmático a este respecto. Algún ponente checo, como el periodista Tomas Vrba, zanjó el asunto denunciando que el debate dentro de la sociedad de la República Checa está «sobrepolitizado». Un eufemismo para ocultar que dos terceras partes de los checos son radicalmente contrarios a este proyecto bélico que EEUU justifica por la «amenaza iraní»
El ex presidente de Polonia, Aleksander Kwasniewski -asiduo durante años a estas jornadas- defendió a lo más la postura de Varsovia, que oficialmente exige contrapartidas a Washington para que despliegue sus misiles. Lo más lejos que llegó el debate fue a proponer una solución «racional» teniendo en cuenta los intereses de la UE. ¿Y el belicismo estadounidense? Rogativas de buena parte de los ponentes para que el próximo inquilino de la Casa Blanca sea Barack Obama. Obamanía como varita mágica.
Más interesante resultó el debate sobre el «putinismo», término presentado por otro asiduo a Donostia, el insigne periodista polaco Adam Michnik, para designar el sustrato ideológico que anima a la nueva Rusia.
Pero más allá de análisis sosegados y comparaciones con los fenómenos de regresión política en el resto de Europa y EEUU, primó la advertencia sobre la posible exportación del modelo ruso de «democracia soberana» a sus vecinos. El ex presidente Kwasniewski alertó de su atractivo y del riesgo de que este modelo, que reivindica una «democracia a la rusa», se extienda a países limítrofes.
Fórmula fracasada
El sociólogo húngaro Tamás profundizó en esta cuestión y, en una interesante disertación, trató de situarse en la lógica rusa. Una lógica «que mira con recelo la tradicional receta de primero democracia y luego modernidad». Tras el fiasco de los años noventa, «los rusos tienen otro modelo. Reivindican primero la modernización autocrática para luego instaurar la democracia. Miran al modelo asiático, de Corea en su día, de China y Tailandia y nos preguntan: `¿Por qué queréis que vayamos a un ritmo más lento?'. Según la lógica rusa es un planteamiento tramposo, con el que sus proponentes buscarían que Rusia nunca llegue al nivel de desarrollo de Occidente».
El periodista español José María Ridao propuso, en esta línea, una inmersión desde los días que siguieron a la caída de la URSS, un recorrido clarificador sobre la Rusia de Putin. Así, narró que la reacción de los ciudadanos tras el derrumbe soviético fue ir a los mercados y convertir su salario en un producto. Conversión a partir de la cual se instauró un sistema de trueque.
Los funcionarios exsoviéticos copiaron la idea y se apropiaron de elementos del sistema productivo. Esta apropiación tuvo su correlato en una feudalización del poder político. Ante ello, «la reacción de EEUU y de otras potencias occidentales, alarmadas por el destino del arsenal nuclear soviético, fue apoyar a un gobierno, a un señor entre señores». Ése fue Boris Yeltsin. Éste garantiza el control centralizado del arsenal y, a cambio, Occidente transige y mira a otro lado respecto a la «rampante corrupción tanto económica como del sistema político». Vladimir Putin no hace sino «heredar este sistema, pero introduce un factor nuevo, y trata de poner fin a la feudalización y pone al sistema en defensa de un proyecto de renacionalización». Como ejemplo, Putin deja hacer a EEUU en Afganistán y en Irak pero se permite asimismo una política de tierra quemada en su conflicto en Chechenia.
Un proyecto, el putiniano, que deriva «cada vez más en el establecimiento de un poder absoluto». Y una deriva, recordó Ridao, «que no es exclusiva de Rusia sino que está contaminando la totalidad del panorama europeo». En este sentido, mencionó directamente al italiano Silvio Berlusconi y aludió, sin explicitarlos, a otros ejemplos en los que «se legisla ad hoc y se hace política con las instituciones democráticas, no en las instituciones democráticas».
Este análisis comparativo provocó extrañeza en algunos de los ponentes, que no dudaron en calificar de excesivos estos paralelismos. Fue el caso del analista checo Jiri Schneider, que previamente centró su disertación en la cuestión energética.
Cuestión energética presentada en el cursso bajo el ya apriorístico epígrafe de «El condicionante energético». Schneider no dudó en calificar el incremento de los hidrocarburos de «regalo de bodas» para Putin y alertó del riesgo de que Rusia sufra lo que se conoce como «enfermedad holandesa», un mal que contagia a las economías que viven un boom en un sector y son incapaces de resultar competitivos en los demás sectores. Un escenario apocalíptico que completó con la innegable debilidad demográfica de Rusia, «en la que la edad media del varón, de 57 años, no llega a la jubilación». Schneider resumió su cuadro con una metáfora. «Rusia está manteniendo la respiración y esperando a ver qué pasa».
Mientras, Rusia sigue ganando dinero a expuertas con la exportación de sus hidrocarburos. Y hace valer su renovada posición en plena crisis. ¿Condiciona? Sin duda alguna. El problema es que criticar que Rusia utilice su riqueza energética como palanca política es creer, o intentar hacer creer, en la virginidad del comercio mundial.
Con respecto a las acusaciones de que Rusia presiona a sus vecinos incrementando el precio del gas, Raúl Yunta, director de gas de la comisión española de la energía, señaló que Gazprom gana mucho menos con el gas que vende a sus vecinos que con el que exporta a Occidente. ¿Viejo precio político?
Sincero, Darius Szymcycha, ex ministro polaco para la Integración Europea, recordó que «ellos (los rusos) tienen la suerte de tener gas. No se lo han inventado. En la UE debemos afrontarlo como un reto».
Más retos y menos fantasmas para analizar una realidad que ha cambiado en los últimos años. Con todo, a Rusia le queda el consuelo: «Me critican, luego existo».
Director de Gas de la Comisión Nacional de la Energía, el español Raúl Yunta recordó que, hasta 2030, se calcula que el consumo de energía crecerá en un 50%, lo que unido a la crisis de precios de los carburantes garantiza a Rusia una posición preeminente en el mercado mundial.
Rusia es la primera productora mundial de gas, un producto en su día no buscado pero revalorizado en los últimos tiempos.
Rusia está embarcada en ambiciosos proyectos de gasoductos, como el que cruzará el Báltico o el que suministrará a China y Japón (Altai).
Su gigante, Gazprom, está embarcadp en una política para poner fin a los «precios políticos» a sus antiguos aliados.