La opción de que una nueva franquicia del Museo Guggenheim se instale en Bizkaia, concretamente en Urdaibai, parece cada vez más factible y cercana. De momento la voluntad de las principales instituciones del herrialde, la Diputación y la BBK, es pública y notoria. Por otro lado, a pesar de que nadie sabe cuál es la postura de la Fundación Guggenheim al respecto, no parece que vaya a haber problemas en ese sentido dado que las administraciones vascas ya han demostrado en el caso de Bilbo que «por dinero, que no sea»; dinero público, por supuesto. Sorprende aun así que, cuando los ecos del reciente desfalco todavía no se han apagado, una entidad de esa envergadura deje utilizar su nombre como reclamo electoral, aunque ése no deja de ser, de momento, un debate colateral.

Y es que la decisión de José Luis Bilbao de promover un nuevo museo en terrenos de Sukarrieta y Busturia merece varias reflexiones. La primera de ellas se refiere al modo en el que las instituciones públicas vascas establecen sus prioridades. En un sistema en el que, sin entrar a valoraciones ideológicas, los políticos tienen un perfil político bajísimo y alardean ante todo de su capacidad gestora, sorprende que se tomen este tipo de decisiones cuando no existe todavía un balance objetivo del Museo Guggenheim en Bilbo, ni en el aspecto económico ni mucho menos en el cultural. En ese sentido, es curioso que el debate sobre la situación del arte contemporáneo vasco no aparezca citado entre los argumentos para apoyar este nuevo proyecto. La pregunta es clara: ¿Es éste, desde un punto de vista artístico y cultural, el proyecto que necesita en este momento Euskal Herria?

La segunda cuestión se deriva de la primera y tiene que ver con las posibles alternativas. Una de las premisas que se establecen para defender las bondades de este macroproyecto es la necesaria reactivación económica y social de la comarca de Urdaibai. En este caso la pregunta también es evidente: ¿Es ésta la mejor manera de lograr esa reactivación?