Hay pocas personas de las que se pueda presumir de estar hechas de una sola pieza. Lorenzo Rojo, sin duda, se cuenta entre ellas. Una pieza de mármol palentino cortado al bies en Frómista y tallada como roble vasco en Euskal Herria. Lorenzo Rojo deja en esta tierra mucho más que una familia y un recuerdo. Deja el ejemplo de quien nunca quiso olvidar la tierra que le vio nacer y menos aún la que fue testigo de sus desvelos. Quienes tuvimos el privilegio de tratarlo desde aquellos viejos buenos tiempos de «Egin» podemos atestiguarlo.

Camionero, distribuidor, entusiasta, ha sido ejemplo vivo del cariño con que la sociedad vasca -en una parte más que importante- ha querido su propia verdad, la forma de contar la historia que tan insufrible se les antojó a otros, y ha sido, sobre todo, ejemplo de la tenacidad con que sólo pueden superarse todos los obstáculos que puedan situarse frente a un proyecto popular. Obstáculos naturales, unos, y uniformados, los más. Lorenzo Rojo ha llevado en los últimos treinta años noticias del uno al otro confín de Euskal Herria. Lloviera, nevara, hirviera el asfalto o helara, «Egin», «Egunkaria», GARA... nunca faltaron en los kioscos de Lorenzo. Hoy le echarán de menos en todos ellos. Porque hay gentes que, por bondad, alegría y entrega, se hacen querer en todas partes. En Frómista y en Euskal Herria.