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Menzel, la censura económica y el buen cine que agoniza

Pese a que Menzel sufrió el azote de la censura durante el régimen totalitario que acabó con el sueño del socialismo de rostro humano de Dubcek, casi siempre consiguió eludirla camuflando sus mensajes bajo el tamiz de la ironía. Paradójicamente, la democracia ha limitado su libertad artística. La censura económica es aún más implacable que la ideológica

Iñaki LAZKANO

Periodista y profesor de Ciencias Sociales y de la Comunicación

Entre la basura comercial y pretenciosa que se exhibe actualmente en nuestras salas de cine todavía es posible vislumbrar la sombra de Jiri Menzel; uno de los pocos autores de la «Nueva Ola Checa» que divisó la misma playa por la que corría libre el jovencito Antoine Doinel en «Los cuatrocientos golpes» (1959) de Truffaut. Jan Kadar, Vera Chytilova, Jaromil Jires, Ivan Passer y otros muchos cineastas coetáneos perecieron en el océano del olvido. El ostracismo, el exilio y las leyes de mercado ahogaron sus sueños. Sólo Milos Forman sobrevivió... vendiendo su alma a Hollywood.

«Yo serví al rey de Inglaterra» (2006), la amarga sátira de Jiri Menzel, es uno de esos efímeros veleros que, antes de hundirse, dejan una estela de sonrisas tras de sí. La joya irregularmente pulida del director checo evoca sus obras maestras del pasado: la fina ironía y tierno surrealismo de «Trenes rigurosamente vigilados» (1966) y el incisivo sarcasmo de la prohibida fábula anti-estalinista «Alondras en el alambre» (1969). En este sentido, resulta patente que Jiri Menzel es el cineasta que mejor ha plasmado el espíritu imaginativo y rebelde que desprendía la pluma de Bohumil Hrabal.

Las películas de Menzel constituyen una mixtura de humor, lirismo y humanismo; sus comedias siempre esconden un fondo de crítica política y social. Pese a que el cineasta checo sufrió el azote de la censura durante el régimen totalitario que acabó con el sueño del socialismo de rostro humano de Dubcek, casi siempre consiguió eludirla camuflando sus mensajes bajo el tamiz de la ironía. Paradójicamente, la democracia ha limitado su libertad artística. La censura económica es aún más implacable que la ideológica. El cine inteligente se extingue frente a la dictadura de la rentabilidad.

La censura económica ha condenado al buen cine a la invisibilidad. El cine de mensaje agoniza. «No cuarto da Vanda» (2000) de Pedro Costa, «Clean» (2004) de Olivier Assayas, «The World» (2004) de Jia Zhang-ke y muchas otras obras interesantes nunca verán la luz. Hace tiempo que José Luis Guerín alertó del peligro de la censura económica y propuso la solución: "Más que en las subvenciones, el vértice del cine se encuentra en la educación del espectador a través de la posibilidad de ver películas". Luchar contra la censura, ciertamente, implica educar al espectador..."con una sonrisa, si es posible", que diría Menzel.

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