Cruce entre la despoblación rural y la inmigración
«Sueños del desierto»
La Berlinale del 2007 dio a conocer la opera prima cinematográfica del escritor chino de origen coreano Zhang Lu, rodada en las estepas de Mongolia. Presenta la relación entre un orgulloso mongol que planta árboles para frenar el avance del desierto y una inmigrante norcoreana que se convertirá en su nueva familia. «Sueños del desierto» establece un punto de encuentro donde coinciden poéticamente la fidelidad a las raíces y el desarraigo.
Mikel INSAUSTI | DONOSTIA
El éxodo de Corea del Norte a China está bastante extendido y, como resultado de ese mestizaje cultural, surgen figuras tan exóticas para nosotros como la de Zhang Lu, un escritor chino de origen coreano que se ha pasado a la gran pantalla con «Sueños del desierto». Sentía una necesidad imperiosa de contar sus historias de un modo visual, para llegar allá donde la literatura no se lo permitía, así que se ha lanzado a una carrera cinematográfica que de momento lleva a cabo en Corea del Sur, donde ya rueda su nueva película «Río Dooman».
Seguramente no será una filmación tan dificultosa y accidentada como la de la ópera prima previa, ya que tuvo que trabajar con un equipo técnico coreano y un reparto de actores no profesionales de Mongolia, utilizando traductores en todo momento. El reducido presupuesto de un millón de euros apenas daba para dos meses de localizaciones en las estepas mongolas, así que el director chino se saltó el día de descano semanal al que los sindicados coreanos tenían derecho, aprovechándose de que estaban rodeados de lobos y no podían regresar a su país por su cuenta y riesgo. Aún así la producción estuvo a punto de suspenderse en varias ocasiones, debido a los daños que sufrió el equipo por culpa de las tormentas de arena que se sucedieron durante el proceso de grabación.
La dureza del rodaje de «Sueños del desierto», al igual que las complicaciones idiomáticas a las que hubo de hacer frente Zhang Lu, se extienden a la propia historia contada en la pantalla. Describe la vida extrema de Hungai, un orgulloso mongol que se resiste a dejar su tierra en pleno periodo de despoblación. Casi en solitario trabaja plantando árboles para intentar detener el avance del desierto, pero su sueño no es compartido por los suyos. La mujer lo abandona, ya que quiere ir a la ciudad en busca de asistencia médica adecuada para su hija, afectada por una sordera. Encuentra una nueva familia en una inmigrante norcoreana y su hijo, con los que no se entiende de palabra ya que no emplean el mismo idioma, aunque no tardará en encontrar otro tipo de conexión más sensible.
«Sueños del desierto» establece un diálogo naturalista y poético entre el arraigo y el desarraigo, presentado a la manera de un cruce de caminos. Hungai no pude desprenderse de sus raíces en las estepas de Mongolia, a la vez que la refugiada norcoreana necesita encontrar una nueva tierra prometida. Las luchas de ambos son titánicas y desesperadas, aunque sigan un sentido contrario destinado a coincidir finalmente. Igual de terrible es tener que quedarse cuando todos se van, defendiendo una identidad rural, que verse en la obligación de emigrar a otro país por pura necesidad, renunciando a la cultura propia para adaptarse a otra situación diferente. El uno intenta retener siglos de historia sin moverse de su hogar y la otra recorre miles de kilómetros en un viaje hacia lo desconocido.