Neil Marshall se ha colocado al frente del cine de terror inglés con «Dog Soldiers» y «The Descent», sendas originales propuestas que predecían una evolución imparable. Sin embargo, el realizador ha querido aprovechar el éxito conseguido para hacer una paréntesis en su carrera y darse un capricho. Con «Doomsday» recrea el subgénero apocalíptico, tal como era practicado en los años 70 y 80, en lo que es una película homenajeadora y puramente referencial. En primer lugar rinde tributo a John Carpenter, su cineasta preferido, con constantes guiños a «1997: rescate en Nueva York». El otro título reverenciado es «Mad Max 2: el guerrero de la carretera», del australiano George Miller, así como toda la oleada de imitaciones que desató entre las coproducciones europeas de bajo presupuesto. A aquellos subproductos solamente se parece en la estética «post-industrial» y en su espíritu freak, porque Marshall ha contado con un presupuesto de más de treinta millones de euros y rodaje en localizaciones sudafricanas. Es una operación arriesgada, por ir dirigida a un público muy especializado, más aún al sufrir recortes en el mercado norteamericano de las escenas de violencia gore, a fin de evitar la calificación restringida a mayores de edad.

En «Doomsday» nos encontramos a Bob Hoskins al frente de una expedición científica del futuro encomendada a la mujer de acción Rhona Mitra, cuyo objetivo es encontrar un antídoto entre los supervivientes de la epidemia provocada por un mortífero virus. Para ello deben penetrar en la zona aislada que permanece en cuarentena, correspondiente al territorio actual de Escocia, atravesando el muro que ha sido construido en sus fronteras. Los escoceses se han convertido en una raza guerrera compuesta por mutantes que han adquirido un aspecto entre punk y medieval, por culpa del aislamiento al que han sido sometidos a raíz de la catastrófica pandemia.