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Txomin Lorca LAB

Crisis: ¡Que los síntomas no impidan ver la enfermedad!

Necesitamos otro modelo de relaciones laborales basado en la cualificación, la estabilidad, la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres y el reparto de la riqueza

Desaceleración, ajustes, crisis, estanflación... El debate terminológico, más allá de páginas de periódico y tertulias, está agotado. Se acumulan los datos como la crónica de sucesos y se aíslan los síntomas, pero pocos abordan el diagnóstico de la enfermedad.

Y la enfermedad es grave. Durante muchos años se ha alimentado el cáncer del neoliberalismo, un cáncer que crece colonizando el tejido productivo, la naturaleza, la producción de alimentos y energía; un cáncer que absorbe cada vez más recursos que deberían destinarse al desarrollo equilibrado del tejido productivo, a la redistribución de la riqueza y a la mejora de las condiciones de vida y trabajo de las personas.

El capital se multiplica rompiendo las barreras que se le oponen y generando metástasis en el BM, el FMI o la OMC. Los impulsores, los estados del centro del sistema, liderados por EEUU y gobiernos en la sombra como el G-7. Los colaboradores necesarios, estados que han puesto en manos del mercado los destinos de ciudadanas y ciudadanos.

La «libre competencia de mercado», eufemismo de la acumulación de capital en cada vez menos manos, ha devenido en el monstruo de las Empresas Transnacionales que controlan recursos naturales, energía, materias primas, empresas y servicios. Esto no sucede por casualidad; hasta Adam Smith lo advirtió en su momento: «En cada empresario está el germen de un monopolista»; y algunos lo han conseguido.

Las consecuencias de la evolución de la enfermedad neoliberal se extienden hoy al conjunto del sistema, nadie escapa, con independencia de síntomas propios, a la invasión de los movimientos especulativos de capital.

El dinero improductivo ha campado a sus anchas en el sector inmobiliario, especulando con el suelo, sobrevalorando activos y desconectando el crédito del ingreso disponible para beneficio de accionistas y fondos de inversión. La burbuja inmobiliaria ha estallado por fin y ya sabemos quién y cómo estamos pagando las consecuencias.

Consumidos en gran parte los recursos de una generación que deberían haber sido destinados a otras cuestiones como el desarrollo social, innovación y diversificación del tejido productivo, las ganancias acumuladas fluyen hacia el mercado de futuro, bajo cuyo control están cayendo materias primas y alimentos básicos como los cereales, el agua... Los especuladores obtienen sus rentas alterando los precios y arruinan la vida de miles y miles de pequeños productores y decenas de países pierden la capacidad para distribuir los recursos que sus habitantes necesitan.

El petróleo, paradigma del neoliberalismo, sobre el que se ha construido manu militari el nuevo orden mundial, el crecimiento ilimitado y el derroche energético, se agota; un recurso natural patrimonio de la humanidad se va a dilapidar para engorde de unos pocos en unas decenas de años. El control de las reservas, la compra y la venta especulativa y los enormes intereses creados tras cincuenta años de monopolio de los hidrocarburos están elevando los precios del combustible y dificultando alternativas renovables y sustitutivas.

Los distintos gobiernos actúan como si no fuera con ellos; eluden su responsabilidad por poner a disposición del capital empresas, servicios y suelo público, reducir la presión fiscal sobre el capital, modificar a favor de la patronal las reglas de juego y reducir la protección social.

Las medidas adoptadas no atajan la enfermedad, sólo tratan de ocultar los síntomas. Van a conseguir gastar los recursos públicos disponibles de la siguiente generación saturando el Estado español y Euskal Herria de infraestructuras. Da igual de lo que sea. No importa que el Estado español sea el país del mundo con más km. por habitante de red ferroviaria de alta velocidad o el primero en km. de autovías de Europa. El que venga detrás que arree.

Lo importante sigue siendo el capital y hay que cuidarlo como oro en paño, vigilar sus síntomas; si muestra debilidad, alimentarlo privatizando los beneficios y socializando sus deudas; si tenemos que poner en marcha los aspectos más negativos de la directiva Bolkestein, ¡pongámoslos!; si los inmigrantes se convierten en un coste, ¡echémoslos!; si tenemos que aumentar la jornada laboral, renegociar el sistema de pensiones para reducir las prestaciones ¡hagámoslo!; si hay que apretarse el cinturón, bajemos los salarios, aumentemos la precariedad, la edad de jubilación ¡ya vendrán tiempos mejores!

Pero las cosas no tienen por qué ser así. Si la enfermedad es grave, medidas drásticas. Se alzan voces reclamando control de los movimientos especulativos del capital, la soberanía alimentaria de los pueblos, el desarrollo social y político del modelo de crecimiento, la capacidad de decidir de las personas y de los pueblos en cuestiones que determinan su futuro y todas estas voces deben cantar al unísono.

Necesitamos un cambio radical del modelo de desarrollo y de sociedad que se está impulsando y en Euskal Herria lo necesitamos ya. Necesitamos tener capacidad como pueblo para actuar ante la situación. No podemos estar con las manos atadas por un marco jurídico político que nos impide tomar decisiones. La respuesta al pensamiento único se hace desde la base, desde la identidad cultural y la diversidad de los pueblos y desde la capacidad democrática para decidir en materia política y económica; actuando desde lo local y pensando en global.

Necesitamos un cambio radical en la redistribución de la riqueza, con políticas fiscales equitativas, equiparar nuestro gasto social en relación al PIB a la media europea, implantar un Salario Mínimo por encima del umbral de la pobreza y la garantía pública del sistema de pensiones.

Necesitamos otro modelo de relaciones laborales basado en la cualificación, la estabilidad, la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres y el reparto de la riqueza producida por el trabajo. Apretarnos más el cinturón es inútil. Lo que no repartamos se lo embolsarán los de siempre.

Necesitamos construir otro modelo de desarrollo y consumo social y medioambientalmente eficiente. Necesitamos unir fuerzas para hacer frente a la enfermedad. De la actual situación sólo hay dos formas de salir: o el capital financiero y los especuladores ganan terreno o lo ganamos las trabajadoras y trabajadores.

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