Ayer, la camiseta del Athletic dejó de ser rojiblanca. Josu Jon Imaz ha conseguido colar el azul de Petronor entre los colores que desde hace más de cien años tiñen el alma de la afición de San Mamés. El de Zumarraga, con apenas unas semanas en su nuevo cargo, ha logrado liquidar una larga tradición de subsistencia sin la mácula de la publicidad y lo ha hecho por un módico precio, dos millones de euros anuales. A esto, en el pueblo llano, lo llaman «precio de amigo». Queda claro.

La cifra ha provocado el lógico malestar entre quienes siempre han rechazado esta fórmula de financiación, y también el desengaño de aquéllos que, superando las reticencias históricas, la apoyaron en la creencia de que significaría una fuente de ingresos muy superior a la que ahora se anuncia. Incluso todo un ex presidente de la entidad como Jose María Arrate no ha dudado en calificar de «escasa» la cantidad acordada por los actuales inquilinos de Ibaigane y la petrolera.

Si es evidente que el negocio no ha sido provechoso para las arcas del club vasco, no se puede decir lo mismo de los resultados cosechados por Imaz y la refinería que ahora paga su generosa nómina. Por un lado, el ex presidente del PNV escenifica su primera aparición pública en el nuevo cargo de la mano de uno de los símbolos más sólidos de Bizkaia, el Athletic, en un sutil y artero intento por vincular los valores de esta entidad centenaria con el ya famoso mensaje con el que desembarcó en la petrolera: «Presidir Petronor es una forma de hacer país». Por otro, la refinera culmina con éxito un complejo proceso de recuperación de imagen que se diseñó ya hace meses, cuando el Ayuntamiento de Muskiz, en cuyo término se ubican sus principales instalaciones, hizo pública su intención de negar licencias para nuevos proyectos como la planta de coque y llegó a pedir el progresivo desmantelamiento de la planta por el elevado impacto ambiental que siempre han denunciado colectivos vecinales y ecologistas. Una jugada de libro que termina con el balón en la portería del Athletic.