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Lidon Soriano Cooperante en Palestina

Gaza otra vez

Hay mucho trabajo por hacer para transformar este mundo en un lugar habitable para todos los seres humanos, sólo hay que elegir la trinchera en la que nos sentimos mas cómodas y ponerse a trabajar

Si existe un territorio en donde los contrastes son indescriptibles es la Franja de Gaza. Desde que conseguimos entrar hemos vivido las historias más tristes, visto los panoramas más desoladores, escuchado informaciones desesperanzadoras, pero sorprendentemente es de aquí de donde me llevo el mejor recuerdo y el mensaje mas optimista.

Es ciertamente difícil entender cómo esta gente, hasta en las condiciones más duras, después de contarte delante de una casa demolida que esa casa era de su hermano, que la demolieron con la abuela y el nieto dentro; después de compartir su dolor y de expresarnos que sufren una epidemia de miedo pero que conviven con ella y no tienen mas remedio que superarla; después de escuchar su tono de voz pausado, sus palabras incomprensibles pero llenas de fuerza; después de no entender cómo el ser humano puede cometer tan crueles barbaridades, nos invitan a tomar un té en su humilde casa. Nos invitan a compartir su sufrimiento, pero también su calor.

Esta buena gente nos recuerda en cada momento cuál es el verdadero sentido de la palabra dignidad, cómo se materializa la grandeza humana. Hemos visitado todo el territorio y en cada casa, en cada organización no ha faltado una bebida, algo que picar, fruta fresca o caramelos, que en realidad son garbanzos rebozados de azúcar glasé. Pero no importa lo que nos dan, lo impactante son ellos y ellas mismas, sus actitudes, su fuerza, su amor. Ya sé que parezco exagerada, pero aunque sea la novena vez que vivo esta tierra, no puedo dejar de sorprenderme por su capacidad de resistencia y por esa sonrisa que se les escapa incluso detrás de alguna que otra furtiva lagrima. Como dicen los y las brigadistas: «Esto hay que vivirlo, para creerlo».

Una vez pasado el paso de Erez, empezamos nuestras visitas y nuestro recorrido por el territorio, por esta gran cárcel de 365 kilómetros cuadrados donde viven aproximadamente 1.500.000 personas. Aunque como nos repiten insistentemente aquí, ojalá esto fuera una cárcel, porque si así fuera tendrían derecho a comer tres veces al día, a estudiar, a tratarse sus enfermedades, a una cama, a un tiempo de esparcimiento. En Gaza la situación está alcanzando niveles realmente dramáticos y la humillación se convierte en una constante, sumergiéndoles en una pobreza y desesperación cada vez mayor.

Antes del embargo de la Comunidad internacional a la Franja de Gaza, cada día pasaban 9.000 productos diferentes por los pasos de control y después los redujeron a la escalofriante cifra de nueve: leche, azúcar, harina, lentejas, gasolina... Esto afecta a todo tipo de productos, entre ellos los medicamentos. Y, desgraciadamente, no sólo a materiales, también a personas.

El ministro de Salud, perteneciente a Hamas, nos contó la historia de una familia a la que había visitado recientemente. Al padre de familia de 40 años le habían diagnosticado un cáncer intestinal y pidió permiso a Israel para tratarse en Jerusalén, pues Israel prohíbe la utilización de quimioterapia en la Franja de Gaza, por lo que los pacientes con cáncer deben salir a Egipto, Israel, Jordania, Jerusalén,... para tratarse. Al mismo tiempo prohíbe a la población de Gaza salir de la Franja y sólo los permite en condiciones excepcionales como una enfermedad grave.

En los últimos dos años, la restricción a estos pacientes ha ido en aumento y más de 300 han muerto porque Israel no les ha permitido salir de Gaza para recibir su tratamiento. Este hombre, siguiendo el protocolo, pidió el permiso a Israel y a las semanas le llegó denegado. Indagaron el motivo del rechazo y finalmente les dijeron que era por ser padre de un mártir, es decir de una persona muerta en el conflicto.

Ellos enviaron un recurso porque aunque nombre y apellidos coincidían se trataba de otra persona. A pesar del recurso y tras esperar otras dos semanas el permiso llego de nuevo denegado. Volvió a insistir, pues su situación se iba agravando al ser un cáncer avanzado diagnosticado tardíamente y le citaron en el cruce de Erez, para una investigación. Allí acudió el hombre a las cuatro de la mañana. Le tuvieron esperando hasta las seis de la tarde y entonces le enviaron una nota diciéndole que ya no había tiempo para la investigación y que debía volver a Gaza. Tres días después murió en su casa.

Su mujer y sus seis hijos no entienden nada, pero ¿cómo entender la muerte de un ser querido porque otras personas así lo han decidido? Porque otras personas se arrogan el poder de decidir tu futuro, tu vida o tu muerte. Porque por dejadez o indiferencia, tu vida no vale nada para ellos. No eres nada para los representantes de la «única democracia de Oriente Medio».

Y no, no son sólo soldados obligados a cumplir ordenes y protocolos, son personas que con sus actuaciones o con su desidia colaboran activamente en esta limpieza étnica que esta sufriendo el pueblo palestino. Pero no, no pensemos que nosotras en occidente estamos libres de responsabilidad, las cosas no «son así» y «yo no puedo hacer nada». Como dijo Martin Luther King: «Cuando hagamos repaso de lo sucedido durante el sigo XX no nos asombraran las maldades cometidas por la gente mala, sino la pasividad de la gente buena».

Hay mucho trabajo por hacer para transformar este mundo en un lugar habitable para todos los seres humanos, sólo hay que elegir la trinchera en la que nos sentimos mas cómodas y ponerse a trabajar. Ni siquiera hacen falta grandes actuaciones, sólo perseverancia, pues como dice el sabio dicho: «el agua, gota a gota, horada la piedra no por su fuerza, sino por su constancia».

© Rebelión

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