El supermercado se torna joyería
Los indicadores que testean la salud de la economía siguen arrojando valores cada vez más alarmantes. Según se dio a conocer ayer, la tasa anual del Índice de Precios de Consumo (IPC) se ha situado en el 5,3%, la más elevada desde 1997. Además, el euribor -indicador que sirve de referencia para fijar las hipotecas- cerró el mes de julio rozando el 5,4%, con lo que marca un nuevo máximo histórico y encadena cinco meses consecutivos de subidas. Las estimaciones respecto a este último dato apuntan a que las hipotecas contratadas hace seis meses sufrirán un incremento que oscila entre los 75 y los 90 euros mensuales. Ambas referencias hacen saltar por los aires las forzadas previsiones de los gobiernos que, desde el temor a una sangría de popularidad, han convertido en recurrente el llamamiento a la calma ante los avisos de crisis.
La recesión es ya una realidad incuestionable. Pero mientras algunos siguen jugando en la arena política con tendencias, indicadores, previsiones y otras sublimaciones de lo abstracto, la terca realidad golpea cada día con más saña a las economías domésticas. El poder adquisitivo de la clase trabajadora se arrastra por el fango de unos salarios sacrificados a la «competitividad», se desangra por las heridas de un endeudamiento financiero salvaje y recibe la puntilla con unos precios que han convertido los supermercados en joyerías.
El origen de la crisis hay que buscarlo en la perversión de una estrategia neoliberal que, en su insaciable búsqueda del beneficio empresarial, en su lógica suicida del crecimiento por el crecimiento, ha roto todas las ya de por sí débiles barreras del equilibrio social. Pero el verdadero riesgo sigue siendo que quien paga el grueso de la factura, el tejido social de la clase trabajadora, contemple esta grave situación como la vaca que mira al tren. La crisis no es un fenómeno meteorológico inevitable, no es una tormenta ante la que la única opción es buscar el mejor refugio. La crisis exige dinámicas activas de contestación que equilibren una balanza amañada por los resortes capitalistas.