Raimundo Fitero
¿A qué hueles?
En esta parte del globo terráqueo las pituitarias de la inmensa mayoría de sus habitantes de los considerados humanos andan descontroladas, camino de la atrofia. Si el olfato es uno de los cinco sentidos, es el que debe estar más deteriorado. La vista, en sus lesiones más comunes, tiene remedio; el oído tampoco anda muy boyante, especialmente ahora que dormimos con las ventanas abiertas y descubrimos que hay demasiadas vidas profesionales nocturnas que van produciendo un rumor que ya traspasa las ciudades y se expande por las campiñas. El gusto, va por días, barrios y presupuestos, y lo del tacto, pues, lo del tacto, lo llevamos con tacto.
El problema debe estar en el olfato si nos damos una sesión media de televisión y dejamos que transcurran los consejos comerciales sin interrumpirlos demasiado. Es en ese momento en el que descubrimos que hay una preocupación de la industria farmacéutica para que se incrementen sus dividendos a base de utilizar sus productos diversos para eliminar los olores de casi todo nuestro cuerpo. Llego a una conclusión: nadie huele a sí mismo. Todos camuflamos nuestros olores más privados, y casi sin darnos cuenta nos mutamos a base de colocarnos capas de productos que primero esconden nuestros olores naturales, aquellos que son fruto de nuestra pigmentación y nuestra alimentación, lo mismo que nuestra higiene o falta de ella. Es más, la higiene, la ducha, ya viene marcada por productos que nos añaden olores.
Pero seguimos viendo los anuncios y tenemos un producto para los pedos. Perdón, para los flatos, o como dicen en el anuncio para eliminar gases. ¿Por dónde? Y anuncian hasta un mini-edema para evacuar con ligereza cada día. Y para los pies, pues ya he perdido la cuenta de la cantidad de marcas, a la cual más eficaz. Ya somos nosotros, más nuestro desodorante, pero es que además, ahora todos tienen olores añadidos, como los detergentes. Pero es que la limpieza bucal es a base de pastas y líquidos que acaban añadiendo olores a nuestro aliento. Todo ello sin contar que antes de salir nos echamos colonia o perfume. Así hasta el infinito, para que la pregunta filosófica sea ¿a qué hueles?