Análisis | Sobre la experiencia colombiana de 1948
La sinceridad y el valor de ser humildes
Tuve el honor de conocerlo (a Gaitán) e intercambiar con él. Era el indiscutible líder del Partido Liberal y las fuerzas progresistas de Colombia. Nuestra segunda reunión con Gaitán tendría lugar el 9 de abril (...). Esperaba la hora del encuentro (...), cuando un fanático o un loco, sin duda inducido, disparó sobre el dirigente colombiano; el agresor fue destrozado por el pueblo.Me había transformado en un verdadero radical de izquierda, lo que inspiró la constancia, la tenacidad y también la astucia con que me consagré a la acción revolucionaria.
Fidel CASTRO RUZ Líder de la Revolución Cubana
Fidel Castro recuerda algunos episodios vividos en Colombia hace ahora sesenta años. En este artículo publicado por la agencia Alai-Amlatina, el líder cubano destaca la importancia que tuvo aquella experiencia en la transformación de su pensamiento político y avanza un nuevo texto sobre la lucha revolucionaria en Colombia.
Cualquier trabajo de matiz autobiográfico me obliga a esclarecer dudas sobre decisiones que tomé hace más de medio siglo. Me refiero a sutiles detalles, ya que lo esencial no se olvida nunca. Éste es el caso de lo que hice en 1948, sesenta años atrás.
Recuerdo como si fuera ayer cuando decidí incorporarme a la expedición para liberar al pueblo dominicano de la tiranía de Trujillo. También quedaron en la mente cada uno de los sucesos más trascendentes de aquel período; varias decenas de episodios para mí inolvidables que en uno u otro momento he ido desgranando. Constan por escrito muchos de ellos.
Cuando decido viajar a Colombia con la idea de promover la creación de la Federación de Estudiantes Latinoamericanos, no podría hoy afirmar con absoluta seguridad que entre los objetivos estaba concretamente obstaculizar la fundación de la Organización de Estados Americanos, OEA, promovida por Estados Unidos, una precoz visión que no estoy seguro había alcanzado todavía.
Un historiador excepcional y experto en detalles como Arturo Alape, quien me entrevistó 33 años después, reproduce respuestas mías donde afirmo que ello formaba parte de la intención de mi viaje a Colombia en 1948. Germán Sánchez, en su libro «Transparencia de Emmanuel», cita el párrafo textual de la entrevista de Alape: «Por esos días, yo concibo la idea, frente a la reunión de la OEA en el año 1948, promovida por Estados Unidos para consolidar su sistema de dominio aquí, en América Latina, de que simultáneamente con la reunión de la OEA y en el mismo lugar tuviésemos una reunión de estudiantes latinoamericanos detrás de estos principios antiimperialistas y defendiendo los puntos que ya he planteado».
En una edición de esa propia entrevista, publicada en Cuba por la Casa Editora Abril en fecha reciente, el párrafo aparece intacto. Alguien me recordó que en el libro «Cien horas con Fidel», yo mismo había puesto en duda que esos fueran los propósitos que guiaban mi conducta. Es obvio que la expresión no estaba clara cuando utilicé la frase «frente a la reunión de la OEA».
Como único recurso para disipar la duda, he tratado de reconstruir los objetivos que me movían entonces y hasta dónde llegaba la evolución política de quien, apenas dos años y medio antes, culminaba sus estudios de doce grados en escuelas regidas por religiosos.
Era una persona rebelde cuyas energías se habían invertido en practicar deporte, hacer exploración, escalar montañas y examinar con los mayores conocimientos posibles las asignaturas pertinentes en el tiempo disponible, únicamente por cuestión de honor.
Algo que conocí bastante durante mis años de colegial fueron las noticias que se publicaban diariamente de los combates, desde la guerra civil española en julio de 1936 -no había cumplido 10 años- hasta agosto de 1945 -próximo a cumplir los 19 años-, cuando las bombas atómicas fueron lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, como he contado en alguna ocasión.
Desde muy temprana edad sufrí injusticias y prejuicios dentro de la sociedad en que vivía.
Cuando partí hacia Colombia, estaba bastante radicalizado, pero a los 21 años no era todavía marxista-leninista. Militaba ya en la lucha contra la tiranía trujillista y otras similares, por la independencia de Puerto Rico, la devolución del Canal a Panamá, la restitución de Las Malvinas a la República Argentina, el fin del colonialismo en el Caribe y la independencia de las islas y territorios ocupados por Inglaterra, Francia y Holanda en nuestro hemisferio.
Por aquellos años, en Venezuela, la patria de Bolívar, se había producido una revolución dirigida por Acción Democrática. Rómulo Betancourt, inspirado en ideas radicales de izquierda, simulaba ser un líder revolucionario. Dirigió el país entre octubre de 1945 y febrero de 1948. Le siguió Rómulo Gallegos, el insigne escritor, quien había sido electo presidente en las primeras elecciones realizadas después del movimiento militar de 1945. Con él me reuní aquel mismo año cuando visité Caracas.
En Panamá, los estudiantes acababan de ser reprimidos brutalmente por demandar la devolución del Canal; uno de ellos estaba lesionado en la columna por un disparo, no podía mover las piernas. En Colombia, la universidad bullía con la movilización popular gaitanista.
Los contactos fueron fructíferos con los estudiantes de esos tres países: estaban de acuerdo con el Congreso y con la idea de crear la Federación de Estudiantes Latinoamericanos. En Argentina, los peronistas también nos apoyaban.
Los universitarios de Colombia me pusieron en contacto con Gaitán. Tuve así el honor de conocerlo e intercambiar con él. Era el líder indiscutible de los sectores humildes del Partido Liberal y las fuerzas progresistas de Colombia. Prometió inaugurar nuestro Congreso. Era para nosotros un colosal aliento.
En ese hermano país se estaba realizando una reunión de los representantes de los gobiernos de América Latina. El general Marshall, secretario de Estado, estaba allí en nombre del presidente de Estados Unidos, Harry S. Truman, quien a espaldas de los soviéticos, su aliado en la Segunda Guerra Mundial que había perdido a millones de combatientes, lanzó las bombas atómicas contra dos grandes comunidades civiles japonesas. El proyecto principal de Estados Unidos en la reunión de Bogotá era crear la Organización de Estados Americanos, que tan amargos frutos produjo a nuestros pueblos.
Me interrogo si había avanzado tanto en mi desarrollo ideológico como para proponerme la audaz idea de obstruir la creación de esa institución supranacional. En todo caso, yo estaba contra las tiranías allí representadas, la ocupación de Puerto Rico y Panamá por Estados Unidos, pero no poseía todavía una idea clara del sistema de dominación imperialista.
Algo que me asombró fue leer en la prensa de Colombia las noticias sobre las matanzas que tenían lugar en el campo bajo el gobierno conservador de Ospina Pérez. Se informaba normalmente sobre decenas de campesinos muertos en aquellos días. Hacía rato que en Cuba no ocurría nada parecido.
Tan normales parecían las cosas, que en el teatro donde tenía lugar una gala oficial y estaban Marshall y demás representantes de los países convocados en Bogotá, cometí el error de lanzar desde el último piso unos panfletos que contenían nuestro programa. Eso me costó un arresto, y dos horas después fui puesto en libertad. Parecía una democracia perfecta lo que allí regía.
Conocer a Gaitán y sus discursos, como la Oración de la Paz, así como su elocuente, impresionante y bien fundada defensa del teniente Cortés -que escuché desde el exterior por no haber espacio en el recinto- era algo no esperado. Por mi parte, apenas había cursado dos años de la carrera de Derecho.
Nuestra segunda reunión con Gaitán y otros representantes universitarios tendría lugar el 9 de abril a las 2.00 de la tarde. Con un amigo cubano que me acompañaba esperaba la hora del encuentro, dando vueltas en una avenida próxima al pequeño hotel donde nos hospedábamos y a la oficina de Gaitán, cuando un fanático o un loco, sin duda inducido, disparó sobre el dirigente colombiano; el agresor fue destrozado por el pueblo.
Comenzó en ese minuto la experiencia inimaginable que viví en Colombia. Fui un combatiente voluntario de aquel valiente pueblo. Apoyaba a Gaitán y a su movimiento progresista, como los ciudadanos colombianos apoyaron a nuestros mambises en la lucha por la independencia.
Cuando Arturo Alape viajó a Cuba años después del triunfo revolucionario, en 1981, Gabriel García Márquez le concertó el encuentro conmigo, que comenzó de madrugada, en la casa de Antonio Núñez Jiménez. Alape llevaba una grabadora y durante horas me interrogó sobre los sucesos ocurridos en Bogotá en el mes de abril de 1948. Núñez Jiménez grababa en otra.
Tenía muchos recuerdos frescos de los hechos que no podía olvidar; el historiador, por su parte, conocía todo lo ocurrido del lado colombiano, muchos detalles que yo naturalmente ignoraba, lo cual me ayudó a comprender el sentido de cada episodio que viví. Sin él, no los habría conocido tal vez nunca. Le faltaba, sin embargo, una tarea: transcribir con su gente todo lo grabado; la otra grabación fue transcripta en el Palacio de la Revolución. Recuerdo que revisé una de ellas. Para ese trabajo, los diálogos son más difíciles que los discursos, porque las voces muchas veces se superponen. Encontré palabras mutiladas y frases cambiadas. Me tomé el trabajo de revisarlas y arreglarlas. Fueron más de cuatro horas de entrevista. No muchos se imaginan cómo es ese trabajo.
Creo que la mezcla de acontecimientos históricos antes y después del triunfo de la Revolución suscitó en mi mente una probable confusión. Es lo que pienso y, ante la duda, lo más honrado es explicarlo.
Si en tres años mis ideas políticas se habían radicalizado antes de visitar Colombia, en el breve período comprendido entre el 9 de abril de 1948 y el 26 de julio de 1953, en que atacamos el regimiento del cuartel Moncada -hace ya 55 años- el tránsito fue enorme. Me había convertido ideológicamente en un verdadero radical de izquierda, lo que inspiró la constancia, la tenacidad y también la astucia con que me consagré a la acción revolucionaria.
Vino posteriormente la lucha en la Sierra Maestra, que duró 25 meses, y el primer combate victorioso con sólo 18 armas, después del casi aniquilamiento de nuestro pequeño destacamento de 82 hombres, el 5 de diciembre de 1956.
En los archivos de la Cruz Roja Internacional constan los cientos de prisioneros que devolvimos después de la última ofensiva enemiga, en el verano de 1958. En diciembre de ese año, ni siquiera había tiempo para convocar a la Cruz Roja Internacional a fin de entregarle prisioneros. Con la promesa de no combatir, los soldados de las unidades que capitulaban entregaban sus armas y permanecían movilizados sin armas, mientras los oficiales conservaban sus grados y armas cortas de reglamento, en espera del cese de la guerra.
Ahora que aquello quedó muy atrás, nadie se imagina lo que vale una obra como la de Arturo Alape, quien escribió un excelente libro sobre una etapa de la lucha revolucionaria en Colombia en torno a la cual me propongo escribir, en el plano teórico y con estricto respeto, un número de reflexiones a la luz de las circunstancias actuales que viven nuestro hemisferio y el mundo.
De todo se deduce una lección permanente para el verdadero revolucionario: la sinceridad y el valor de ser humildes.