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Txanba Payés Cantautor y poeta salvadoreño residente en Euskal Herria

¿Alguien me puede decir dónde está España?

Cansado y en la oscuridad de las obras del túnel de la M30 en Madrid, con polvo en la cara, el boliviano grita: «¿Alguien me puede decir dónde está España?». El grito se pierde entre el golpeteo de una grúa y un tractor. La España que conocía se quedó en el túnel, como una noción de España y no como nación

Llega un latinoamericano a Madrid procedente de Bolivia. Le piden los papeles. Los tiene en regla y le dejan entrar sin ningún problema. Busca piso en Madrid y al cabo de dos semanas ya tiene trabajo de albañil en Sevilla. Viaja en coche con un amigo, que le comenta que Sevilla está en el sur. Llegan y empieza a trabajar al día siguiente.

Un compañero sevillano le pregunta, «¿tú cómo te llamas?». «Mario», le dice el boliviano. «¿De qué país eres?». «De Bolivia» dice él. «Y ¿tu nombre?» le pregunta al sevillano. «Raúl» responde. «Soy andaluz» se adelanta el sevillano. Mario entendió que el andaluz era español, porque había llegado a trabajar a España y, aunque había viajado al sur, sabía que estaba donde llegó hacía dos semanas, en España. Trabajó seis meses. A Mario se le terminó el contrato y se marchó otra vez a Madrid.

Al cabo de dos semanas otro trabajo de albañil, ahora en Galicia. Llega, busca amigos, una habitación, lo mismo: «¿tienes papeles?... firma aquí abajo». Comienza el trabajo en un edificio en construcción con cinco gallegos y un andaluz. «Así que ¿tú eres Boliviano?», le preguntan. «Nosotros somos gallegos» le dicen. Mario empieza a observar que, tanto el acento del andaluz como el del gallego es diferente al que ha escuchado en Madrid. Termina su trabajo y vuelve a Madrid. Pero sigue estando en España. En la casa de Madrid comenta a sus amigos que él no entiende por qué razón cuando está en Sevilla le dicen que son andaluces y si esta en Galicia le dicen que son gallegos. «Pero nadie me ha dicho hasta ahora que son españoles». En fin por algo será, piensa. Después de beberse varias cervezas se va de fiesta con sus amigos a una discoteca a las afueras de Madrid y se olvida de los asuntos españoles.

Dos meses después, en julio de un año cualquiera, se va a trabajar a Lérida. Le piden que firme el contrato. Su jefe es un catalán; es decir, con un acento nuevo, diferente de los que había escuchado en Sevilla, Galicia y Madrid. Luego aprendería que Lérida es en castellano, Lleida en catalán y que en español se escribe Cataluña con la «ñ» y que, en catalán, Catalunya se escribe sin la «ñ». Vuelve a Madrid cansado de tantas broncas sobre los acentos. También, ahora, sí, sabe que en Galicia además del español se habla gallego. Y que en Lleida se habla el catalán. Con esas dos lenguas comienza a entender que la España que él conocía al llegar a la «España conquistadora» -que muchos ilusos todavía llaman «la madre patria»-, se le va apareciendo con otro mapa. Ha cambiado de pronto el mapa y ahora ve en el sur a los andaluces; que al norte de Portugal están los gallegos, y que en el Mediterráneo están los catalanes.

Su novia le pide que le acompañe a visitar a su hermano que vive en Irún, cerca de la frontera con Francia. Y al llegar se da cuenta de que está en el País Vasco. Ya lo conocía por las noticias en televisión, puesto que todos los días aparecen diciendo algo de este país en los noticiarios, y casi nunca cosas positivas. ¿Será que los políticos de este país son unos exasperados?, se pregunta. Al bajar del tren en la estación de Irún, confuso, pregunta, «perdone ¿Estoy en otro país?». El viandante le espeta diciendo un rotundo «¡No! Está en España».

Mario se siente confundido, después de los viajes que ha realizado por la península y donde ha encontrado personas con idiomas parecidos o diferentes. «Y estos ¿son españoles?» le pregunta a su amigo. Su amigo le responde: «Una cosa es que se diga que esto es España, otra, el día a día. Cuando convives con la gente de aquí te vas dando cuando que desde el punto de vista cultural, de idioma e identidad, los vascos no son ni se sienten españoles. Como ellos mismos dicen, ¡soy vasco, hostia!...». Su amigo ha aprendido euskara, una de las lenguas más antiguas de Europa, que no tiene nada que ver ni con el castellano, ni con el gallego, ni con el catalán.

Regresa a Madrid más confuso todavía de lo que llegó al País Vasco. El boliviano intenta discernir lo que va conociendo, la identidad, las lenguas... Descansa mientras piensa en la cultura de su país, en los quichuas, los aymaras... Se da cuenta por fin de que la España que conocía se le ha transformado en tres. No, mejor dicho, la España que conocía se le ha esfumado. A cada ciudad que llega la gente le dice que no son españoles; son gallegos, andaluces, catalanes, vascos. Y entonces, «¿quién es español?», le pregunta al compañero de trabajo que viene de Canarias. Éste, sonriendo, le responde: «menos mal que no has ido a Asturias...».

Cansado y en la oscuridad de las obras del túnel de la M30 en Madrid, con polvo en la cara, el boliviano grita: «¿Alguien me puede decir dónde está España?». El grito se pierde entre el golpeteo de una grúa y un tractor. La España que conocía se quedó en el túnel, como una noción de España y no como nación... Los recuerdos de su infancia en la escuela, cuando le explicaban qué era España, esa que él tenía al llegar a la península, se le han ido de la cabeza. Y aquel mapa, que ya no recuerda si existe, desaparece de su geografía inexistente. Mientras, el tarareo de la canción del compañero canario le atrapa y juntos tararean la melodía en medio del sonido hueco y la oscuridad a media luz de las obras del túnel.

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