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Beijing confirma a Washington, Madrid y París como tres medallistas en hipocresía

El suntuoso despliegue visual del acto de inauguración de los Juegos Olímpicos de Beijing 2008 han apuntalado esta cita como uno de los mayores espectáculos del mundo. Hasta que el fuego llegó al pebetero del estadio-nido de la capital china y la competición deportiva despegó, las Olimpiadas de China habían sido sólo campo de disputa política. Un terreno de juego en el que una vez más ha quedado de manifiesto la hipocresía y el desequilibrio que imperan en las relaciones internacionales.

En este terreno no hay quien arrebate el «oro» al Gobierno de Estados Unidos. Su presidente, George Bush, volvía a vestirse de gendarme del mundo al proclamar que «América se opone firmemente a la detención de disidentes políticos, defensores de los derechos humanos y activistas religiosos». En China, claro. El incidente que desencadenó tal advertencia no dejaba de ser ciertamente nimio y habitual: los «disidentes políticos» a los que aludía Bush eran cuatro activistas pro-Tíbet que se habían colgado con una pancarta ante el estadio. Una acción mucho menos impactante, por ejemplo, que la de los «disidentes políticos» vascos que lograron reivindicar la repatriación de los presos no frente al estadio, sino desde el mismo escenario del acto de inauguración del Mundial de Atletismo de Sevilla de 1999.

El mismo Washington que se tapa los ojos ante las mayores tropelías, comenzando, claro está, por las suyas propias, aplica lentes de aumento a quienes cuestionan su hegemonía internacional. Léase China, léase Irán. Y tan maniqueo discurso siempre encuentra eco. Otro de los posicionamientos más jaleados en la víspera de la inauguración ha sido el escrito de 127 atletas de todo el mundo -sólo 40 participan en los juegos- que han hecho llegar sus críticas al presidente chino. Entre otras cosas, le exigen eliminar la pena de muerte. En China, claro. Esta misma semana, en sólo 48 horas, se ha aplicado la inyección letal a dos personas en un solo Estado: Texas, el Estado de Bush, por cierto. Por cierto también, uno era mexicano; el otro, hondureño.

«Popo» Larre y Ailande Hernáez

En los estados español y francés ha encontrado mucho coro mediático esta ofensiva ideológica. En París han sido notorias las críticas a Nicolas Sarkozy por acudir a Beijing y no secundar el «plante» de otros mandatarios. De nuevo, lentes de aumento para las vulneraciones de derechos a decenas de miles de kilómetros y venda en los ojos para las miserias propias. En esas páginas no ha habido sitio estos días para recordar que el Estado francés también tiene su desaparecido: a Popo Larre nadie le ha visto desde que hace 25 años la Policía francesa lo cercó en el camping de León.

Con la misma hipocresía se han acercado al caso chino muchos medios de Madrid. Los mismos que hoy jalean las protestas por los derechos humanos y por el Tíbet (o elevan a grandes titulares una simple concentra- ción por un litigio urbanístico) llevan muchos años haciéndose el sordo, el ciego y el mudo en Euskal Herria. ¿Se imagina alguien el despliegue mediático que se habría dedicado en Madrid a una acción como la de las «giraldillas» en Beijing? ¿Y se imagina alguien a alguno de esos medios recogiendo ayer el testimonio lacerante del joven de Gasteiz Ailande Hernáez tras pasar apenas día y medio en manos de la Guardia Civil?

No hay semana que no ofrezca alguna evidencia clamorosa del nivel cero de los derechos humanos en el Estado español cuando de Euskal Herria se trata. Evidencias, a lo que se ve, que también llegan a veces a los despachos de la Audiencia Nacional. Fue uno de sus jueces quien decidió comunicar a Hernáez y mandar a su abogada a participar en el interrogatorio policial.

Euskal Herria, fuera del cuadro

Por lo demás, para la ciudadanía vasca la edición número 29 de los Juegos Olímpicos de la era moderna arranca con otra penosa constatación: su país tampoco figura esta vez en la nómina de participantes, en la que, por cierto, no sólo comparecen estados de pleno derecho, sino también fórmulas más ambiguas, como «protectorados» y demás. La nación con la lengua más antigua de Europa, la nación milenaria, la nación que también tiene deportes propios y «exportados» al mundo, como la pelota, no está entre los invitados.

El Gobierno de Lakua ha puesto en marcha la iniciativa BAT Basque Team con la aparente intención de visibilizar la existencia de deportistas olímpicos vascos o, mejor dicho, de tres de sus siete herrialdes. A lo largo de las últimas semanas ha ido presentándolos por disciplinas en diversas comparecencias bajo la marca citada. Tal idea podría ser incluso saludada positivamente si no fuera porque se acompaña de la ausencia absoluta de pasos reales y efectivos para llegar a la meta: que Euskal Herria compita oficialmente, más pronto que tarde, en todo tipo de eventos deportivos.

Cada semana trae también ejemplos contundentes de esta inacción de Lakua. La última el miércoles, en la fotografía vacía y frívola de PNV, EA, EB y Aralar ante el Tribunal Constitucional español. Allí el presidente jeltzale, Iñigo Urkullu, garantizó a Madrid que la consulta no depararía un cambio de marco. Sin cambio de marco Euskal Herria nunca estará en los Juegos Olímpicos, una realidad que no puede camuflar BAT Basque Team.

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