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El polvorín del Cáucaso

Osetia del sur, un nudo en mitad del cáucaso

Osetia del Sur ha sobrevivido los últimos dieciséis años gracias a la ayuda de Rusia. Pero también a la de una compleja red de carreteras y puestos de control que mantenía a ambas comunidades, georgianos y osetos, aislados entre sí. Mientras se cierne la sombra de una guerra total entre Rusia y Georgia, el hasta ahora «statu quo» de Osetia del Sur parece haber llegado a su fin.

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Karlos ZURUTUZA

Nos vamos todos al norte, a Vladikavkaz», decía en conversación telefónica Zarina S. ayer. A varias otras llamadas contestó un robot, la versión rusófona de «el número al que usted llama está fuera de cobertura en este momento». A pesar de lo impersonal, no es una mala respuesta ya que el sujeto en cuestión podría encontrarse en algún lugar montañoso cerca de Roki, el paso de montaña a 3.000 metros de altura que conecta a las dos Osetias, o en uno de los refugios bajo tierra en los que se esconden los que todavía no han podido huir de TskhinvalI. Las llamadas más preocupantes son aquellas que, una y otra vez, quedan sin respuesta.

«Nos hemos cruzado con muchos tanques rusos y brigadistas de Osetia del norte», continuaba Zarina, funcionaria hasta hace apenas dos días del gobierno de facto de Osetia del sur. «Nos vamos sabiendo que volveremos pronto, aunque a la vuelta no encontremos nuestra casa en pie». Al igual que el resto de los miles de refugiados que espera acoger ACNUR en el norte, Zarina huye por la carretera by pass construida por los osetios con ayuda rusa. Por ella llegan hoy los refuerzos, pero también lo han hecho durante los últimos años los alimentos, el dinero de las pensiones o los universitarios que estudian en Vladikavkaz, la capital de la hermana del norte, entre otros. Así ha sido desde que Osetia del sur proclamara su independencia de Georgia hace 16 años.

A diferencia de Abjasia y Nagorno Karabaj, las otras repúblicas secesionistas del Cáucaso, Osetia del sur dista mucho de ser un territorio étnicamente compacto. Tbilisi todavía mantiene el control de pequeñas zonas dentro del territorio a pesar de que ninguna de ellas tiene contacto físico con suelo georgiano. Dicho control se ha mantenido durante los últimos años gracias a un complejo sistema de checkpoints: osetos a un lado, georgianos al otro, y rusos entre medio. Por si fuera poco, cada comunidad ha construido sus propias carreteras, un complejo sistema que Lana Parastaeva, periodista local de Tskhinval, explicaba hace unos meses:

«Los georgianos tienen su carretera al este de Osetia que les comunica con Tbilissi, mientras que los osetos han hecho lo propio al oeste del país para mantener el tráfico fluido con Osetia del norte por el paso de Roki. Nosotros dependemos única y exclusivamente de ese paso de montaña; sin Roki, Osetia del Sur no existiria», contaba Parastaeva sobre un mapa que exhibía la «Gran Osetia» (norte y sur juntas).

La ruta al oeste es la que está siendo colapsada estos días por refugiados, brigadistas y armamento pesado. Y es que la antigua carretera Tbilissi-Moscú, justo en el centro de la república, atraviesa pueblos de ambas comunidades, por lo que hace tiempo que dejó de ser una opción viable de transporte.

No conformes con la división territorial, osetos y georgianos se rigen por diferentes husos horarios, incluso dentro de los límites de la república. La hora varía según el lado del checkpoint en el que nos encontremos. Así las cosas, las balas que se disparen desde la parte oseta tardarán un poquito más de una hora en recorrer apenas 100 metros.

Batalla por las almas y los corazones

Hasta el intenso bombardeo nocturno llevado a cabo por los georgianos durante la noche del pasado 7 de agosto, Tbilisi había hecho uso de otras «armas», siempre en aras de solucionar, a su manera, este conflicto estancado.

El este año reelegido presidente Mikhail Saajashvili había estado inyectando grandes sumas de dinero en los pueblos bajo su control. Los osetos veían cómo, al otro lado del checkpoint, se construían salas de cine, gimnasios, e incluso parques de atracciones como en Tamarasheni, localidad bajo control georgiano «a tiro de bala» de la Avenida Stalin, la arteria principal de Tskhinvali. «Con nosotros viviréis mejor», era el mensaje que pretendía transmitir Saajashvili a los «irreductibles» osetos mediante la «batalla por las almas y los corazones», en sus propias palabras. La «ofensiva pacífica» tuvo su punto más álgido el pasado otoño durante un concierto de Marcia Barret. La antigua integrante de Boney M reconoció «no saber demasiado sobre lo que ocurría en Osetia del Sur», pero aseguró sentirse «encantada de participar en un concierto por la paz». Miles de georgianos se acercaron por su «carretera monoétnica» para disfrutar de un concierto cuyos sones retumbarían después en las calles vacías de Tskhinvali.

Los bombardeos masivos de estos últimos días apuntan a que Tbilissi prefiere ahora invertir su dinero en armamento antes que en parques de atracciones o conciertos.

Requiem por Khetagurovo

Un cementerio da la entrada a Khetagurovo, un pequeño pueblo oseto a apenas 12 kilómetros de Tskhinval, la capital de esta república al borde de la desaparición. Está repleto de tumbas de basalto con la imagen grabada del difunto: de uniforme con un kalashnikov en la mano, junto a su Lada o simplemente un rostro obtenido de una antigua fotografía en blanco y negro. Junto a él se alza una iglesia, desproporcionadamente grande para este pueblo que no llega a los 1.000 habitantes. Las inscripciones grabadas en kartuli (alfabeto georgiano) en sus robustos muros han intentado ser borradas pero su construcción sigue delatando su origen inequívocamente georgiano. Siguiendo la única carretera de Khetagurovo se encuentra el «centro»: una tienda, la única de esta localidad, donde los locales compran botellas de vodka y cerveza para bebérserla después en la calle. La mayoría son desempleados o jubilados, pero todos portan un pasaporte ruso que les da derecho a cobrar una pensión de unos 3.000 rublos (80 euros) que les permite sobrevivir.

También hay una escuela en Khetagurovo, la «número 1» por ser la única. De no ser por el himno y la bandera osetas en sus pasillos, nada parece haber cambiado en ella en los últimos 50 años. Fotografías de los héroes de la «Gran Guerra Patriótica», que es como se llama a la Segunda Guerra Mundial en el mundo postsoviético; estrellas rojas y un inmenso lienzo desde el que Stalin mira desafiante a todo aquel que circula por sus pasillos de tarimas lastimeras. Ninguno de los niños que estudian aquí ha conocido los tiempos soviéticos más que de oídas, pero todos aprenden en la escuela que, a pesar de tener una madre georgiana, el padre de Stalin era un oseto. Según dicen, su apellido, Djugashvili, no es más que una versión «georgianizada» de Djugaev, el nombre de un conocido clan oseto.

El único rastro militar en esta pequeña localidad es el monolito a los héroes de la Segunda Guerra Mundial. No obstante, Khetagurovo fue víctima de un intenso ataque de cohetes y morteros desde la georgiana y vecina Avnevi el pasado viernes. El odio entre estas dos comunidades cuyo único fruto común parece haber sido engendrar a Stalin es grande. Khetagurovo no es más que el primero de muchos.

Quienes son los osetas?

Los osetas se consideran a sí mismos descendientes de los antíguos alanos, pueblo de jinetes que se extendió por prácticamente toda Europa, hasta Galicia, así como por el norte de África. Los osetos rondan hoy los 600.000 de los que la mayoría viven hoy en Osetia del Norte, dentro de la federación rusa. A pesar de su localización caucásica, este pueblo ha conservado su lengua indoeuropea, pariente del kurdo y el farsi, que escriben en alfabeto cirílico. La mayoría de los osetos son cristianos ortodoxos aunque existe una importante comunidad de confesión islámica sunita en Osetia del Norte. En cualquier caso, y al igual que en el resto del Cáucaso, la presencia del animismo o paganismo es aún latente en muchos de sus ritos y tradiciones.

Los osetos se concentran hoy en una pequeña región del Cáucaso pero es extenso el rastro que dejaron por toda Europa en forma de topónimos. Sólo en el Estado francés encontramos 30 de ellos como Alençon, Allaines o Allainvile. Asimismo podemos citar Alenque en Portugal o el antropónimo Ala, del que deriva el francés y vasco Alain.

El conflicto podría provocar el estallido en cascada del avispero caucásico

Si Occidente se tienta la ropa antes de implicarse seriamente con sus aliados georgianos en el conflicto, tampoco parece del interés de Rusia ir más allá de una operación de castigo y de restitución del statu quo vigente hasta la medianoche del jueves en Osetia del Sur. A Moscú le interesa que persista una Georgia inestable por ambos flancos, el abjaso y el oseto, con vistas a obstaculizar sine die las ansias atlantistas y prooccidentales de las actuales élites en el poder en Tbilissi.

Pero el Kremlin mira de reojo la explosiva situación en el Cáucaso Norte. La república de Daguestán, crisol de pueblos, es escenario de ataques islamistas frecuentes contra los ocupantes rusos y sus colaboradores nativos.

Tras dos años de vacío informativo, la resistencia de Chechenia ha recobrado bríos en las últimas semanas y el manido control de la situación por parte de Moscú es puramente nominal, ya que el poder está en manos de un clan local, el de Kadirov, en el que aparecen cada vez más grietas.

Pero donde la situación es más explosiva es en Ingushetia, república vecina y hermana de Chechenia. Gobernada con mano dura por el pro-ruso Murat Ziazikov, esta república es escenario de un levantamiento armado de corte islamista. Moscú acusa a Georgia de estar detrás de esta situación.

Y es que los ingushes son enemigos declarados de Osetia del Norte, a cuyos habitantes acusan de haberse apropiado de territorio ingush de Prigorodni aprovechando la deportación ordenada por Stalin tras la Segunda Guerra Mundial y que se cebó en las poblaciones de Chechenia e Ingushetia.

Sabido es que tocar una pieza del magma de pueblos que conforman el Cáucaso puede llevar aparejado un peligroso efecto dominó. D.L.

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