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Fede de los Ríos

De perros, caballos, monos y cuervos

Un día tal como hoy hace setenta años murió Rin-Tin-Tin, el perro acompañante del cabo Rusty, un niño/militar de la caballería que combatía contra los indios. El universo simbólico de nuestra infancia fue conformado por inteligentes animalillos. Rin-Tin-Tin, Lassie y Milú representaban el lado amable de los cánidos; Babieca y la mula Francis el de los équidos; la mona chita cerraba el plantel de mascotas que ayudaban en el combate contra pieles rojas, salvajes africanos y asiáticos comunistas. También echaban una mano los obispos. Hace setenta años que el Canónigo Magistral de Salamanca, Aniceto Castro, definió como cruzada el golpe militar de Franco y Mola en su libro «Guerra Santa». El prologuista, cardenal Gomá, afirma que «una guerra santa pide a lo menos un santo esfuerzo para que no sea estéril en ella la sangre derramada». El episcopado dirigido por Plà i Daniel redacta la Carta de los Obispos: después de definir la Iglesia como hija del Príncipe de la Paz, no les duelen prendas en afirmar que «siendo la guerra uno de los azotes más tremendos de la humanidad, es a veces el remedio heróico, único, para centrar las cosas en el quicio de la justicia y volverlas al reinado de la paz», por ello la Iglesia «bendice los emblemas de la guerra, ha fundado las órdenes militares y ha organizado cruzadas contra los enemigos de la fe». La guerra civil resulta ser «un plebiscito armado»; una guerra preventiva, porque «Rusia, empalmando con los comunistas de acá, por medio del teatro y del cine con ritos y costumbres exóticas, por la fascinación intelectual, preparaba el espíritu popular para el estallido de la revolución, que se señalaba casi a plazo fijo». Declarándola beneficiosa para todos; para los buenos, porque «mueren mártires». y para los comunistas, porque «al morir sancionados por la Ley, se han reconciliado en su inmensa mayoría con el Dios de sus padres». Dios iguala a casi todos, dictan los necrófilos de sotana.

A esos que algunos llamaron media España los córvidos les arrebataron el alma emponzoñándoles con la baja pasión del nacional-catolicismo el corazón. Hoy como ayer, sus herederos siguen enrareciendo el aire con sus proclamas. Hace setenta años la bestia del Averno eran los comunistas, hoy son vascos republicanos los que merecen cadena perpetua. Paredón y cunetas son, de momento, anticonstitucionales.

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