Dry postcard nº 7
Ines INTXAUSTI
Crítica de televisión
Agosto, siempre tan tremendo, no ha tocado a su fin. Y la verdad es que se trata de un mes al que debemos muchísimo más respeto que el mantenido y ofrecido estos últimos 2.008 años. El mundo se para en agosto. La gente se relaja y relaja también sus actitudes. Muchos de ustedes todavía están en pijama, otros en bañador, semidesnudos o desnudos del todo (sé que algunos están llorando en la proa de alguna calle suburbana y les deseo que la fuerza les acompañe, cómo no) . Mientras tanto nadie se preocupa lo más mínimo de lo que deparará el dolce far niente vacacional y agosto, tan sabio, viene a recordarnos anualmente que la enfermedad, en sentido figurado, nos acecha tras la inconsciente despreocupación, tan merecidas, por otra parte, después del periplo laboral. Me explico: les estoy escribiendo desde un secadero francés en el que un internacional y numeroso grupo de gente, en el que destaca proporcionalmente el de los vascos, se retira para alimentarse exclusivamente de cereales y arroz, y prepararse para un invierno previsiblemente (esto es un optimista atrevimiento por mi parte) frío y yangizarse al máximo en favor de la salud absoluta. Si les parece pretencioso llámenme, soy todo fe... En este lugar sagrado donde estamos amojamándonos no falta, sin embargo, la televisión y en medio de ella el programa estrella del inacabado lustro: The Olimpyc Games. El grupo italiano tiene poquísimos inseguitori. Los franceses no son tantos. Nosotros (los que son como yo) y los catalanes pasamos levemente por encima del deporte y los grupos reducidos, Israel, Rumania y otros no creo que se hayan apercibido de que haya una televisión. Sin embargo una familia de Martinica, padre, madre, hija y abuela de Martinica se han pegado a la pantalla con una pasión tropical que dejaría pasmados a los padres de Phelps en su sofá. Lo más llamativo: gritan cuando gana Francia como si fueran de Nantes. Sin embargo, en primera los mesajes de agosto: accidente de Spanair y emboscada de los paracaidistas franceses en Afghanistan. Sarko ha sido sincero: «Me siento responsable». Ha dicho.