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Gloria Rekarte Ex presa pol�tica

Silencio, se tortura

La tortura se alimenta del ruido de los golpes, del mutismo de quienes callan y de las palabras de los que neg�ndola, ayudan, con gusto, a que apriete bien la bolsa, a conectar los electrodos y mientras jalean los golpes, van espesando el silencio que preservar� la pr�xima sesi�n

Dos j�venes detenidos por kale borroka. En el cumplimiento del deber los medios no escatiman esfuerzos ni espacios, pero el esquema de trabajo, tantas veces aplicado y repetido, se lo saben de corrido y la tarea no debe de hac�rseles demasiado pesada: justificar la detenci�n; justificar el posterior encarcelamiento; aplaudir el �xito policial; inyectar en la opini�n p�blica la certeza de que la detenci�n supone el mayor de los avances; y una vez que el latoso asunto de las torturas salga a la luz, recordar, por una parte, la existencia del manual que ordena a etarras y proetarras denunciar torturas; y por otra, que cualquiera que tenga la desfachatez de no creerse lo del manual, o la ocurrencia, de p�simo gusto, de decir que la tortura no est� bien del todo, es proetarra o etarra entero. Incluida Amnist�a Internacional.

Si para llevar la tarea a buen fin es de primera necesidad no solo retirar la presunci�n de inocencia a los detenidos, sino intentar que nadie recuerde que esa cosa existe, no es menos importante el asunto de �el material incautado�, del que no deben faltar las im�genes y tomas necesarias siempre y cuando no muestren nada. Polic�as, ertzainas y guardias civiles cargan bolsas y m�s bolsas y muchas cajas y nada, ni en soporte papel ni digital, escapa a la requisa, sean las facturas de la luz, el �lbum de fotos familiar o la colecci�n de pegatinas del a�o 79.

Deber�a resultar extra�o que entre tanto material incautado, en las toneladas de papeles, datos, recortes, carteles, publicaciones, fotograf�as, soportes, cds, panfletos, revistas, ordenadores, pegatinas y tebeos que han acumulado, en el �material� de miles de registros, nunca haya aparecido ni huella del manual. Claro que a veces es manual y a veces consigna, y las consignas no se incautan. De todas formas, no es un dato demasiado preocupante; en parte porque la ciudadan�a est� bien acostumbrada a que las certezas se las den mascadas, y no hay miedo a que la falta de pruebas provoque atragantamientos; en parte, y sobre todo, porque en realidad todos y todas sabemos que ni existe el manual, ni existe la consigna, lo que existe es la tortura. Lo sabemos quienes la denunciamos y quienes niegan su existencia; lo sabemos quienes vivimos cada detenci�n con la angustia de un peligro al que rara vez escapa un detenido, y lo saben los que se aferran al manual y a la consigna intentando evadir su responsabilidad en cada golpe, en cada electrodo, en cada hombre y mujer desnudado y agredido; humillado, violentado, apaleado. Lo sabemos porque unos y otros sabemos que cualquiera puede decir �me han torturado� y que eso es f�cil, y que puede no ser cierto, pero tambi�n y del mismo modo, que nadie puede hilar el relato de las 24 horas de 5 d�as de angustia, dolor, humillaci�n y sufrimiento sin la amarga veracidad que otorga el haberlos vivido.

La alima�a que es la tortura se alimenta del ruido de los golpes, del mutismo de quienes callan y de las palabras de los que neg�ndola, ayudan, con gusto, a que apriete bien la bolsa, a conectar los electrodos y mientras jalean los golpes, van espesando el silencio que preservar� la pr�xima sesi�n.

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