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Helen Groome Kargua

Arpad Pusztai y Charles Windsor

Diez años más tarde, en agosto de 2008, Pusztai ha vuelto a denunciar la insuficiencia de los estudios para garantizar la seguridad de los alimentos transgénicos

Cómo es que me pueden entusiasmar un científico húngaro afincado en Escocia favorable a la ingeniería genética, por un lado, y el heredero del trono de Inglaterra por otro? No es que me vayan los nombres exóticos ni me he convertido al monarquismo, sino que ambas personas se han atrevido, a su manera y en su momento, a desafiar al establishment con análisis contrapuestos a los oficiales y anteponiendo la población general a intereses económicos.

Hace 10 años, Arpad Pusztai, renombrado científico, máximo experto mundial en proteínas vegetales llamadas lecitinas, autor de más de 270 estudios científicos y proponente firme de la ingeniería genética, fue entrevistado en la televisión acerca de un proyecto de investigación en los cambios fisiológicos observados en ratas alimentadas con patatas transgénicas, estudio financiado con dinero público del Gobierno inglés. En la breve entrevista Pusztai comentó tranquilamente que entendía que haría falta bastante más investigación antes de comercializar alimentos genéticamente modificados, en concreto la patata que él estaba investigando, ya que en su estudio había detectado cambios no esperados y muy preocupantes en los órganos vitales y sistema inmunológico de las ratas.

Al día siguiente de esa entrevista Pusztai fue blanco de una campaña para silenciarlo, destituirlo de su puesto de investigador y ridiculizarlo. En esta campaña participaron personas del Gobierno inglés, la Real Sociedad (de ciencia) y el Director del propio Instituto de investigación científico para el que trabajaba Pusztai (a pesar de que él mismo había felicitado a Pusztai el día anterior por su acertada entrevista). Puzstai no se rindió, un buen número de científicos validaron su investigación e internet se encargó de que el intento de silenciar a una persona meramente por sugerir precaución y mayor investigación antes de comercializar transgénicos se transformara en un revulsivo para la campaña a favor de una agricultura y alimentación libre de transgénicos en toda Europa.

Diez años más tarde, en agosto de 2008, Pusztai ha vuelto a denunciar la insuficiencia de los estudios para garantizar la seguridad de los alimentos transgénicos.

Por su parte, y también en agosto de 2008, Charles Windsor ha soltado una crítica feroz a la ingeniería genética en la que denuncia sus impactos en el medio ambiente y para millones de familias agrarias en todo el mundo. El artículo, que no llegó a ocupar una página del periódico inglés «Daily Telegraph», ya ha generado decenas de folios de invectiva, ironía y condena del lobby pro-transgénico y entorno, incluyendo ministros del Gobierno, miembros del Parlamento y personas científicas, que acusan a Windsor de ludita, mal informado y anacrónico.

Pero también se ha oído el suspiro colectivo de muchas agrupaciones sociales que han subrayado que estas declaraciones reflejan la opinión del 85% de la población inglesa y un creciente número de personas científicas independientes.

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