Entre sus muchas alegrías narrativas, el Antiguo Testamento incluye una historia que ha inspirado un buen puñado de películas. La desigual pelea entre David y Goliat siempre deja un margen de esperanza de aquellos que sufren el abuso del más fuerte; aunque, ya se sabe que cada cual coloca en la tesitura del débil a quien más le conviene. Eran Riklis retoma el simbolismo de la pedrada de dimensiones bíblicas que el pastorcillo propinó al gigantesco filisteo para transformarla en la muy desigual batalla burocrática escenificada en la convulsa franja de Cisjordania. A estas alturas, ya sabemos quién es el débil y quien el brabucón y también sabemos que al cineasta israelí le gustan este tipo de parábolas que juegan con los contrastes, tal y como ya quedó evidente en su anterior  “La novia siria”; una situación kafkiana en la frontera entre Israel y Siria provocada por el dilema que deberá resolver una joven que deberá atravesarla para encontrarse con un futuro marido al que no conoce. Si en aquel filme del 2004, Riklis utilizaba la imagen llamativa de una joven vestida de novia sobre fondo de balas, en esta ocasión se decanta por una sátira envuelta en drama: limoneros sobre fondo de muro cisjordano.

Ahora asistimos a la ya de por sí dura vida cotidiana de una viuda que debe cuidar de su limonero. Todo se complicará sobremanera con la llegada de sus nuevos vecinos: el nuevo Ministro de Defensa israelí y su flamante esposa. El problema se agrava cuando la palestina recibe la orden de cortar los árboles, ya que estos podrían servir de cobijo a francotiradores. En este punto, la película consigue un buen equilibrio narrativo a la hora de mostrar la terrible situación que padece un territorio masacrado por el Goliat israelí y la enconada pelea judicial que planteará la protagonista, a sabiendas de que su caso estaba perdido de antemano. Riklis se muestra como un buen fabulador que, si bien, huye del mensaje duro, sabe cómo contar una historia seria de la manera más amable y poética posible.