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Raimundo Fitero

Mío, mío

Uno de los anuncios estaciones que acaban de florecer en nuestros jardines televisivos se podría considerar como una superlativa incitación a la posesión obsesiva. Se trata de esa marca sueca que está amueblando los idearios de la clase media hipotecada y que ahora nos habla de «la república independiente de tu república independiente», y nos ofrece imágenes con mucho filtro de espacios de una casa tipo, de una familia amplia en la que cada miembro repite, «esto es mío, mío». Y el mío, mío se va repitiendo de manera reiterada hasta conseguir que la canción se quede grabada como el pío, pío de cualquier pajarillo.

Lo que pasa es que sobre los pajarillos del mío, mío, sobrevuelan aves rapaces que están esperando el mayor descuido para quitarte el mío, mío, y hacerlo suyo, suyo. El pajarillo con el nido hipotecado es débil, está pendiente de las decisiones de los buitres, de los quebrantahuesos, o incluso de las culebras, por lo que ese canto posesivo solamente lo pueden hacer aquellos que están libres de sevicias bancarias, que no deben pedir hora en el sicólogo cuando ven en los noticiarios que ha vuelto a subir ese terrorífico ente del mal que se llama euribor y que hace que los geranios de tu balcón se vuelvan mustios debido a tu mal humor y a tus perentorias necesidades de liquidez.

Aunque si apartamos todos los condicionantes coyunturales, la simple reiteración en lo posesivo de una cama, una almohada, una cocina, una alfombra o un simple plumier, debería ser considerado como algo nocivo y el anuncio colocarse en horario fuera de la protección infantil, porque ese mío, mío, es el germen de toda la posterior sublimación y entronación de la propiedad privada como la madre de la economía. O sea la madre de todas las perversiones capitalistas salvajes que ahora mismo estamos sufriendo con esta nueva versión tardo modernista del santa Rita, santa Rita, lo que se da, no se quita, que cantan los banqueros despilfarradores salvados por los impuestos de todos. En la ONU se ha oído otra vez discutir sobre la dicotomía básica: Capitalismo sí o no. ¿Adivinan quiénes defienden una y otra postura? Mío, mío.

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