Xabier Silveira Bertsolaria
Golpes al ghetto
De golpe y porrazo se hace la ley, se relee, se rehace, se reinterpreta y te cae un porrón de años que ni antaño, cuando eran las tropas del gallego las que golpeaban.
Golpes. Golpes y más golpes. Golpes que no rompen, pero duelen. Golpes de efecto, golpes de suerte y muertes de golpe. Golpes. Más golpes. Golpes sin piedad en el pedestal del gol. Golpes al sol al cual llaman balón y, si ellos lo dicen... será balón.
Golpes secos, lluvias de hostias. Sacos rotos que se agolpan tras la mopa de quitar los pueblos. Pero golpes al fin y al cabo, pues los golpes, golpes son. De golpe y porrazo se hace la ley, se relee, se rehace, se reinterpreta y te cae un porrón de años que ni antaño, cuando eran las tropas del gallego las que golpeaban.
Jinetes armados deslumbran la noche sin que remita el eco de su galope. Y se hace eterna la espera como longevo es el camino de quien no da ni golpe.
Pues apretémonos para refugiarnos en el ghetto, aun a sabiendas de que todos no cabemos. Refugiémonos en él, hagamos de cinco tres. Preso el del pensar, exiliado el del correr, nos queda él. El listo del pueblo, del barrio, el más listo del mundo, el que el día que más se la jugó limpió un periódico en su culo. Yo te miro, te juzgo, te admito o, igual, ni te saludo. Ahora, preso el del pensar, exiliado el del correr, yo soy el sector duro. Duro sí, pero de mollera.
Ayer todos eran ETA, hoy ya se llevaron a todos. Ahora puede ser cualquiera, a excepción del que quiera si él no te deja.
Pero al ghetto, si no me siento... Si no, no me siento.
Reducidos a nuestra mínima expresión y no precisamente por la represión, ¿cómo llegará a ser libre quien construye su propia prisión?
Allá tú con tus medallas. ¿No te das cuenta de que el pueblo no escucha si tú no te callas? ¿No te das cuenta de que esto no es un cuento? ¡Al ghetto!
Golpes al ghetto, escucho un portazo, despierto de mi sueño y descubro que mis sentimientos tienen nuevo dueño. Pongo las noticias y, menos mal, alguien no lo hace del todo mal. Sólo a golpes se sale del ghetto y estos golpes son un acierto, en serio, hacedme caso. Y puede que yo no me embarque, pero tú para mí eres martes, -de mierda te hartes-, contigo no me caso. Golpes al ghetto que -¡dios, como me jode!- me duelen más a mí que a ti. Tú, sí, tú, el de la emboscada situando al compañero enfrente, tú, sí, tú. Gracias a ti y a tu pose fingida de mirada vertical el pueblo nos empieza a dar la espalda. ¿Cómo vas a hacer ver a la gente nada si la gente no te quiere ni ver? ¿Tan difícil se te hace llevar a cabo tu cometido, el cual tú mismo habrás elegido, sin mirar por encima del hombro a quien, a una mala, va a ser tu único pie de apoyo?
¿Alguien conoce el cuento que dice que éramos pocos y mató la abuela? Y no tuvo quien le sacara la cara gracias a que uno de sus nietos, el nieto, el más listo del pueblo, del barrio, el más listo del mundo, se creía tan listo que miraba al resto de modo que éstos se sentían tan tontos que llegaron a odiarlo y con él a la abuela y...
Siempre me pasa lo mismo, no sé como acaban los cuentos pero los acabo contando. Hablar de gente que me da tanto asco como el torturador y consejero de justicia, señor Azkarraga, por lo visto, me produce amnesia, amnistía esta del rencor y la envidia. No es la ideología la única que nos guía, ¿verdad?