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La casa donde crecí

«Maman est chez le coiffeur»

Mikel INSAUSTI

Pero el tema principal es con claridad «La maison où j'ai grandi», tal como lo cantaba en ese mismo verano del 66 Françoise Hardy.

Como la mayoría de películas nostálgicas sobre los jóvenes años 60, “Maman est chez le coiffeur” concede una importancia vital a las canciones de aquella época. Suena el “Bang Bang” original francófono en la voz de Claire Lepage, y no en la versión anglosajona explotada por la publicidad y por Tarantino. También tiene su momento estelar, como no, el “Happy Together”, de los Turtles.
Pero el tema principal es con claridad “La maison où j’ai grandi”, tal como lo cantaba en ese mismo verano del 66 Françoise Hardy.
 
El texto parece escrito expresamente para la película de Léa Pool, porque tiene justo el toque autobiográfico basado en los recuerdos del hogar de la infancia en el que seguramente creció la autora del guión, llamada Isabelle Hébert. Ella no olvida su adolescencia, y más en concreto el periodo crítico para su familia en el que le tocó crecer de golpe y sustituir a la madre ausente. La realizadora Léa Pool se erige en la digna sucesora dentro del cine quebequois del malogrado Jean-Claude Lauzon, que debe su justa fama a “Léolo”, una original creación con la que “Maman est chez le coiffeur” guarda muchos puntos de contacto formales y conceptuales. El modo de ordenar los recuerdos en atención a anécdotas extraordinarias en medio de lo cotidiano funciona casi igual, así como la mezcla de ternura y de lo pintoresco al retratar unos personajes que se salen de lo corriente desde su más temprana edad, como el amiguito que se cree un hijo más de la familia Trapp y viste de tirolés. Pero el hermano pequeño de la adolescente protagonista es el que se lleva la palma con su comportamiento incontrolable, sin que se sepa a ciencia cierta si se trata de un superdotado o de un autista que provoca mil y un desastres con sus torpezas y distracciones.
Las personas adultas en las que se fijan los pequeños participan de una excentricidad similar, como el solitario pescador con una gran mancha en el rostro o la vecina oronda a la que la chavalería espía desde dentro de un armario.

 

 

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