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14 de octubre de 1953: El día en el que la lluvia cayó «a cielo roto» sobre Euskal Herria

Hoy se cumplen 55 años de una de las inundaciones que más se ensañó con Euskal Herria, y sobre todo con Gipuzkoa, en el último siglo. Fue el 14 de octubre de 1953 y las lluvias anegaron decenas de poblaciones, causando daños millonarios y segando la vida de 27 personas.

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Joseba VIVANCO

Acielo roto». Así de gráficos describen J.G.de Llarena y P.R.Ondarra, autores de un estudio en la publicación Estudios Gráficos de Aranzadi, la lluvia caída sobre Tolosa el 14 de octubre de 1953. La villa fue una de las más castigadas por una de las inundaciones más recordadas en los anales de la meteorología vasca. «Desde mi punto de vista, fueron más graves, por intensidad y precipitación, que las de 1983, aunque fueron menos extensas y hubo la suerte de que afectó a varias cuencas, lo que hizo que el volumen de agua saliera por distintos ríos como el Oria, Urumea, Oiartzun y Bidasoa», responde Margarita Martín, responsable de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) en la CAV. «Esto evitó la concentración de un gran volumen de agua en un sólo curso, que fue lo que pasó en el Nervión en agosto del 83», aclara. Aun así, aquellas riadas de octubre de 1953 se llevaron por delante la vida de 27 personas, además de dejar un rastro de destrucción, lodo y más de mil millones de pesetas de las de entonces en daños.

Aquel año venía marcado por la marea que a primeros de año anegó parte de Holanda causando más de un millar de muertos; incluso Londres se vio afectada y comenzó ese año la construcción de sus actuales diques de contención. Los vascos, sobre todo guipuzcoanos, aún guardaban en su memoria las graves inundaciones de junio de 1933. Entonces, la altura de la lámina de agua del Oria alcanzaba la segunda máxima cota en los últimos 60 años, como lo atestigua la placa colocada en la papelera tolosarra La Guadalupe.

La primavera y el verano habían sido secos. Desde el 11 de octubre la lluvia mojaba Euskal Herria. El 14 de octubre de 1953 descargó, principalmente sobre suelo guipuzcoano, y, como en estos casos, sin previo aviso, una gran tromba de agua. El Urola, el Deba, el Oria y el Urumea convertían en cuestión de horas Azpeitia, Azkoitia, Zestoa, Arrasate, Bergara, Soraluze, Tolosa, Villabona, Alegia, Andoain, Ordizia y Hernani en «estampas aterradoras», como detallaba el especial gráfico publicado días después por la ``Revista Norte'' y que titulaba su despliegue informativo con un lapidario ``Luto en el Norte''

Nafarroa y Araba se veían menos golpeadas, pero Bizkaia también sufrió el embite de las aguas, sobre todo los barrios bilbainos de Errekaldeberri y La Peña, además de localidades como Galdakao -donde el puente que unía la fábrica Explosivos con la línea de los Vascongados fue arrastrado-, Durango -toda su floreciente industria quedó dañada-, Gallarta, Gernika, Markina -el balneario de Urberuaga registró muchas pérdidas-, Zornotza o Lekeitio.

La tromba fue épica. Se llegaron a registrar 313 litros por metro cuadrado en 24 horas en Arditurri, 237 en Legazpi, 221 en Villabona o 204 en Errenteria, rondando los 200 en Eibar o Irun. Un dato ilustrador de lo caído fue la precipitación acumulada entre las 23.05 y 23.10 en Igeldo: ¡11,2 litros!

La altura que alcanzaron las aguas de los principales ríos guipuzcoanos llegaron a los tres metros en poblaciones como Tolosa, donde ningún comercio se salvó -piezas de una joyería aparecieron en Andoain-. En Errenteria, el nivel de contención del río Oiartzun se vio superado en metro y medio. Lasarte-Oria era un lago de varios kilómetros de extensión, según las crónicas de la época. El Oria, a su paso por Alegia llegó a alcanzar los 2,06 metros, con su vecindario pasando la noche en los tejados de las casas. Bergara quedó anegada desde San Antonio y sus Altos Hornos hasta el barrio de Zubieta. Quizá un dato nos dé idea de la magnitud de aquella riada: durante algunas horas quedaron enlazadas dos cuencas fluviales contiguas, al pasar el río Urola a la cuenca del Oria.

Pero aquellas inundaciones dejaron algo más que toneladas de lodo y destrucción en infraestructuras -la propia línea férrea del Plazaola que unía Donostia e Iruñea se quedó sin puentes y parte de la vía, lo que supuso su cierre definitivo- y viviendas. Dejó también un rosario de funerales.

En la primera página de ``La Voz de España'' del 16 de octubre ya se informaba de más de una veintena de muertos. La mayoría de ellos fueron víctimas de la trágica odisea vivida por los pasajeros de un autocar de La Guipuzcoana que se dirigía aquella tarde desde Donostia a Azkoitia. En Zestoa, la corriente arrastró al vehículo con una veintena de hombres, mujeres y niños en su interior. En Endarlatza, un desprendimiento de tierra sobre la carretera se cobró otras tres víctimas. En Azpeitia, un niño quedó electrocutado al tocar un cable de alta tensión caído por el temporal. Y dos personas más perecieron en un caserío en Ataun.

El suceso del autobús La Guipuzcoana

El suceso del autobús La Guipuzcoana quedó ligado para siempre a aquellas inundaciones de 1953. A las seis de la tarde, el vehículo partió de Donostia, en medio de un temporal de lluvia ya considerable. Como relataba la ``Revista del Norte'', las primeras complicaciones llegaron al dejar Iraeta, a penas dos kilómetros de Zestoa. El motor se anegó por la altura que ya alcanzaba el agua. El conductor, Juan Zubizarreta, de Azkoitia; el dueño del coche, José Manuel Iraeta; y otros dos vecinos zestaoarras, Juan Zuzuerregi y José Olaizola, fueron en busca de un remolque. Según la narración de ``La Voz de España'', el autocar se detuvo para ayudar a un coche, propiedad de Antonio Atienza, parado por el agua y que después también sería arrastrado por la corriente, pereciendo un matrimonio que lo ocupaba. Los relatos coinciden en que cuatro personas se encaminaron a Zestoa en busca de ayuda.

A su regreso, se percataron de que el autocar estaba ya rodeado por metro y medio de agua, con el nivel a la altura ya del parabrisas. A aquella angustiosa situación se sumaba, además, la falta de luz del día. Imposible llegar al vehículo. Cinco personas del interior lograron ponerse a salvo.

«Por el monte, un grupo de muchachos de Cestona llegaron a la altura del autobús, dirigidos por el valeroso coadjutor de la parroquia, don Emeterio Isasti, quien despojándose de la sotana, comenzó el salvamento del coche. Algunos viajeros se tiraron al agua. Hubo uno que nadando más de dos kilómetros, luchando a muerte contra la corriente, logró llegar hasta Iraeta», escribía ``La Voz de España''. Y añadía: «Algunos de los que intentaron el salvamento fueron arrastrados por las aguas y quedaron atrapados contra el motor del autobús».

En la ``Revista Norte'' nos cuentan que «dentro del autocar, los viajeros que no se habían atrevido a lanzarse en el peligro de la riada, comenzaron a comprender que se hallaban en peligro de muerte». Así, con una narración sujeta a los valores religiosos de la época, desgrana la actitud de una chica de 17 años, María Asunción Arrue de Pablo, quien dio a besar su rosario a cada uno de los angustiados viajeros. También la prensa de aquellos días engrandece la actitud de dos jóvenes de Iraeta que perecieron en el rescate, José Olaizola Arriaran y José Uria Olaizola; del párroco de Arroa o del cabo de la Guardia Civil que perdió la vida en el derrumbe de Endarlatza.

Explicaciones de un desastre

El drama del autocar se prolongó hasta las dos de la madrugada del día 15. La ayuda desde la capital donostiarra no llegó. La fuerza de la corriente rompió las cuerdas con las que a duras penas había sido sujetado el autocar. «Suponía la muerte de dieciséis personas, sin contar las del turismo», relata ``Revista Norte''. «Poco después, las campanas en plena noche tocaron a rebato y todo el pueblo salió a los balcones y a las calles después. Aquello era impresionante, dantesco», escribe ``La Voz de España''.

Entre las víctimas de la tragedia, cuatro hermanos y una hermana política que regresaban de un funeral en Donostia por otro de sus hermanos o un matrimonio que terminaba en Azpeitia su viaje de bodas. Los restos del autobús La Guipuzcoana aparecieron a doscientos metros de Iraeta. En el recodo que forma el Deba con la carretera a Zestoa se hallaron hasta siete cadáveres, entre ellos el de la joven María Asunción Arrue. Otros cuerpos se recogían en Bedua, Arroa o Getaria. Al final, 22 lápidas.

Las localidades de Azpeitia, Azkoitia y Zestoa celebraron sentidos funerales por sus vecinos fallecidos, tres de ellos en la última de estas poblaciones al perecer bajo el derrumbe del caserío Errotazar. Como dato curioso, en las zonas damnificadas se acordó «suspender toda colecta o postulación en favor del Domund». A los funerales les sucedieron las primeras medidas paliativas del desastre, la limpieza de toneladas y toneladas de lodo, cascotes, la retirada de los cientos de troncos provenientes de las papeleras y que arrasaron Tolosa, las primeras indemnizaciones, incluso el 25 de noviembre se disputó en San Mamés un partido pro-inundaciones entre el Athletic de Carmelo, Maguregi y Gainza contra el Real Madrid de Muñoz, Di Stéfano y Gento, imponiéndose los bilbainos por 4-1.

Pero detrás del desastre vivido, especialmente por Gipuzkoa, estuvo, como detalla José Miguel Aranjuelo en un estudio comparativo de las riadas de 1983 y la de 1953, en «la escasa movilización de medios materiales y humanos para paliar las consecuencias del drama. Es inexplicable que no se pudiera salvar a los pasajeros del autobús». De Llanera y Ondarra, en ``Estudios Geográficos'' de Aranzadi, repasan algunas de las causas de aquella inundación: falta de limpieza de los cauces fluviales, angostura de los valles, composición geológica de sus gargantas y, destacable, la deforestación.

Unas explicaciones que no deben hacer olvidar circunstancias perversas como que Errenteria esté edificada sobre el cono final de deyección del río Oiartzun o que las calles de Tolosa ocupen lo que constituía el antiguo cauce del río y que fue desviado. Ocurrió en 1953, también veinte años antes, en 1933, y treinta después, en 1983. Hay quien ya teme la llegada del año 2013.

metros

sobre el nivel ordinario del río Oria es lo que alcanzó el agua a su paso por las Escuelas Pías de Tolosa. En Beasain, el caudal subió hasta los 3,75 metros.

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