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Antonio Alvarez-Solís periodista

Para hablar así no habléis

P oco a poco van reaccionando y apoderándose otra vez del lenguaje, que manejan como el príncipe Potemkin disponía los materiales escénicos para fingir ante su emperatriz ciudades que no existían y delicias donde no había sino angustia, pobreza y muerte. Así proceden «ellos» ahora, los príncipes Potemkin que manejan la Bolsa, que han pirateado las finanzas y que han hundido con su mundo de derroche y fantasía el nuestro, tan trabajoso.

Nuevamente se han apoderado del lenguaje, pasado el llanto y el crujir de dientes, y van dándole vueltas para que la dramática realidad no lo parezca y «ellos» tornen a ser el benéfico motor del mundo, quienes al parecer lo crean de la nada arriesgando su propio patrimonio. El banquero Emilio Botín achaca la crisis financiera a los «excesos» de la banca durante los pasados años. No habla de fracaso del modelo social construido por los azarosos dirigentes del tinglado financiero; esto es, el modelo de la radical libertad del mercado y de la ruina moral del poder público, tan escandalosamente comprado. No. Habla simplemente de «excesos» de la Banca por no conocer bien a los clientes y los productos que «intermedia».

Los clientes son, pues, los autores del naufragio. Gente de poco fiar frente a banqueros generosos que, llevados por una luminosa voluntad de expansión social, simplemente intermediaban entre empresarios voraces y consumidores pícaros. El mundo traicionó de nuevo a los dioses. Hubo, pues, excesos de generosidad; nunca protervo afán de enriquecimiento rápido o de adquisición de poder por parte de los financieros a los que la catástrofe de las deudas sorprendió, como la noche a las vírgenes del Evangelio, sin aceite en los candiles.

Por su parte, el presidente del ING España, Sr. González Bueno, advierte que los diez mil millones de euros que ha decidido aprontar el Estado neerlandés para salvar a la herida empresa financiera en ningún caso «es un rescate» del barco encallado -porque no hay barco encallado- sino una forma de reforzar la «competitividad» de la firma en beneficio de todos. O lo que es igual, el Gobierno de La Haya no acude en socorro de una nave a la que han abierto mortales vías de agua los que la dirigían desde el puente de mando, sino que procede simplemente a aumentar el vigor de una financiera perfectamente libre de toda duda en su dinámica económica. Eso sí, el Gobierno holandés se reserva el derecho de veto sobre las futuras maniobras de la dirección suprema de ING. O lo que es igual, el Gobierno holandés no se fía ni de la sanidad de la firma ni de la limpieza de sus procedimientos.

Paradójicamente, el recurso retórico a la llamada «competitividad» -un concepto del que habría que depurar su contenido- sirve más para delatar que para encubrir la mendacidad de los ejecutivos de la gran financiera, que realmente no ha servido a sus clientes. Sí, ha habido rescate, digamos sin la malicia del juicio fácil y sin intención ominosa.

Y, claro está, aparece el Sr. Zapatero en su discurso a las Cortes del Reino, hablando de apoyo a una Banca española absolutamente firme y sana en su privacidad. Un apoyo que se presta ad majoren Dei gloriam y teniendo en cuenta que se trata de reforzar a una Banca para que proceda a la enriquecedora administración de esos fondos tan claramente detraídos a la población peatonal del Estado mediante exacciones, impuestos y otras múltiples cargas.

En este caso el apoyo se hace sin ningún propósito de intromisión en el destino que los financieros den a la sustanciosa cantidad dispuesta en su favor, ya que, advierte el Sr. Zapatero, el Gobierno «no quiere una Banca pública» dada la «ineficiencia» congénita del Estado para constituirse en empresario. ¡Sí, el jefe del Gobierno español habló de la ineficiencia estatal en el momento de hacer el rico donativo! ¿Puede alguien sensato y coherente escuchar, sin indignación clamorosa, esta condena del aparato gubernamental nada menos que por parte de quien lo dirige? Es más ¿puede el socialismo, ante el catastrófico fracaso de la iniciativa privada, mantener que ha de darse un río de dinero a los que desmandaron todas las aguas, sin responsabilidad alguna, además?

Hace muchos años que venimos sosteniendo, con economistas y sociólogos distinguidos y que comen por libre, que el despilfarro en el seno de la iniciativa privada alcanza unas cotas catastróficas, lo que ahora ha quedado al desnudo. Es más, insisto, y me reitero en ello, que esos hierofantes han llegado a extremos tales de vanidad y desdoro que ha dejado de interesarles el dinero en si para consagrarse a una actividad frenética por conseguir poder. De ahí su inmenso fracaso, que nos arrastra a todos. El objetivo de su actuación se ha corrompido hasta extremos imposibles de conseguir si hubiéramos asumido con libertad responsable la tarea de impedirlo mediante una conciencia crítica que no se dejase inmovilizar por los ojos de la serpiente. Frente a todo lo que sucede escandalosamente es hora de recuperar el poder ciudadano, que se ha delegado durante muchos años en quienes han popularizado pro domo sua los dogmas de la libertad individual a ultranza, el personal protagonismo en la creación de riqueza, el individualismo como vía de felicidad y otra serie de invenciones calamitosas que han sepultado en la oscuridad realidades como la producción de la riqueza por la colectividad, la capacidad de las masas para inventar la vida y la solidaridad popular como referencia de todo sano desarrollo.

A propósito de lo que hablan imparablemente «ellos» para entorpecer el pensamiento sereno y profundo de la ciudadanía hemos de poner el acento en otro concepto que pretende en el fondo alejar nuestra soberanía política y social sobre el entorno en que vivimos. Se trata de ese ritornello del «dinero público», como si los fondos que ahora movilizan tan súbita y agraviadoramente desde el Estado estuvieran constituidos por dinero sobre el que tiene poder generador y de propiedad el Gobierno. Pues bien, si hay algo que parece indiscutible es que el dinero «público» no existe con entidad propia. El dinero tiene siempre un origen colectivo como dinero del pueblo, lo maneje quien lo maneje, porque sólo el esfuerzo común produce riqueza, que luego, eso sí, se apropia una minoría en el curso de la más famosa manipulación que inventó la historia.

Hablemos de dinero colectivo y por tanto ha de ser el colectivo social, en su más sana expresión democrática, quien decida cómo y para qué ha de ser movilizado ese dinero. Si hablásemos ese lenguaje no admitiríamos, por ejemplo, que mil millones de personas estén destinadas a vivir en la hambruna, con millones de muertos, entre ellos una amplísima población infantil, mientras en sólo horas se han destinado billones de dólares y euros a taponar la hemorragia financiera, con un futuro, además, en que esa clase volverá a cometer los mismos «excesos» denunciados por el Sr. Botín, pues es imposible creer en la santificación de los pecadores si el Sistema no impone los comportamientos correctos.

El buen funcionamiento de una sociedad, entendiendo por buen funcionamiento la justicia y la igualdad, únicamente debe esperarse de esa sociedad cuando acepta un papel político determinante. Es curioso que tantos expertos y hombres de ciencia que rechazan la existencia del milagro decidan verlo posible ahora en la minoría dirigente, a la que se invita con toda suerte de estímulos a que reflexione sobre su conducta y abandone los «excesos» que la han llevado a la situación en que se encuentra, para velar de nuevo honestamente por nosotros. Nosotros, al fin los verdaderos desestabilizadores, según parece, de un modelo intrínsecamente perfecto.

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