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La crisis dispara ya los índices de paro

La Encuesta de Población Activa (EPA) caía ayer como jarro de agua fría sobre aquéllos que todavía sostenían la falsa imagen -alimentada por los grandes titulares de prensa y las declaraciones altisonantes de los líderes mundiales, con sus selectas cumbres y acuerdos mesiánicos- de que la crisis económica es una cuestión de altos vuelos financieros que se solventa con inyecciones de capital público (el golpe del siglo) y desarrollos teóricos del corte de la ya bautizada como «refundación del capitalismo» que propugnan los que reclaman radicales y urgentes cambios para que todo siga igual.

La crisis empieza a mostrarse en toda su crudeza, y lo hace, como acostumbra, sobre la clase trabajadora. Los datos de la EPA desvelan que en el último trimestre el paro ha crecido un 16,6% en Hego Euskal Herria y se rozan ya los 90.000 desempleados. Y lo más preocupante es que todos los indicadores apuntan a que estas cifras seguirán empeorando. La crisis de laboratorio que se gestó en los mercados financieros de Estados Unidos y se expandió como mancha de aceite por todo el mundo ha terminado por contagiar a la economía real, a la productiva, a la que realmente genera riqueza y no sólo dividendos. La patronal anuncia cierres de empresas y regulaciones de empleo, mientras los sabios ministros que antes hablaron de ligera recesión ahora afirman no haberse visto antes frente a números tan alarmantes.

Pero la incógnita no es cuánto durará la crisis, cuándo llegará su punto más elevado de intensidad ni cómo la quieren solucionar los que la han provocado. Queda claro que quienes van a padecer los rigores de esta superlativa estafa mundial van a ser las clases trabajadoras, abocadas a una crisis estructural y a un empeoramiento progresivo de sus condiciones laborales y de vida. Por eso, la verdadera cuestión gira en torno a los mecanismos que será capaz de desarrollar esta sociedad enferma de neoliberalismo agudo para encontrar nuevos caminos de redistribución de riqueza y justicia social. Sentarse a ver pasar la crisis -como hacen en Lakua- sólo favorecerá un futuro de refundación de la desigualdad.

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