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Hora de ponerse manos a la obra tras dos años perdidos en meros fuegos de artificio

El 25 de octubre seguirá figurando en los libros como el día de la abolición de los fueros y del referéndum del Estatuto de la CAV, dos normas vendidas en su día como hitos y que el tiempo ha dejado en su sitio. No será el día de la consulta, porque no la hubo. Tampoco el día del plante vasco ante el veto estatal, porque la respuesta de los convocantes se limitó a hacerse unas fotos en un ejercicio de mero marketing y nula trascendencia histórica. El 25 de octubre que seguirá en los libros será el de 1839 y el de 1979, no el de 2008, del que pronto nadie se acordará. Seguirá siendo efeméride de la imposición española y no fecha de referencia del derecho a decidir de la ciudadanía vasca.

La iniciativa -la etiqueta quizás le queda grande- liderada por Juan José Ibarretxe ha terminado confirmando lo que se temía desde el inicio. Queda como una pérdida de tiempo, un derroche de medios y una dilapidación de ilusiones para no llegar a ningún sitio nuevo: ni Madrid ha movido su «alambrada» ni la iniciativa ha contribuido a una reunificación de fuerzas y estrategias abertzales en torno a una «hoja de ruta» común. El camino de Ibarretxe acaba en un callejón sin salida, y lo peor es que todo el mundo lo sabía desde el principio. En realidad, ni el planteamiento en sí era nuevo. En su presentación en el Parlamento de Gasteiz hace un año, el lehendakari afirmó que este 25 de octubre sería el de la «consulta habilitadora» en la que la ciudadanía instara a reabrir un diálogo Gobierno español-ETA y a formar otra mesa paralela entre los partidos políticos. No proponía, por tanto, más que constreñir a tres provincias el esquema de Anoeta de 2004, aceptado por Gobierno español y ETA en su acuerdo inicial de 2005, y recorrido durante 2006 sin llegar a un acuerdo resolutivo, entre otras razones por el alineamiento del PNV con el PSOE.

Que esa doble vía es la adecuada para llegar al «Euskal Herria bai, bakea bai, erabakia bai» de la fotografía del (cua)tripartito resulta obvio para cualquiera. Ni siquiera hace falta una votación popular para ratificarlo, aunque las consultas ciudadanas siempre sean algo a celebrar para cualquier verdadero demócrata. Sólo habría que ponerse manos a la obra sobre la parte del camino ya recorrida en los procesos anteriores. Y nada de eso se ha hecho en estos dos años transcurridos desde las conversaciones de Loiola y perdidos en fuegos de artificio.

El PNV ni está ni se le espera

Ibarretxe probablemente sólo quiso ocupar el impasse para retratar la parálisis del Estado español, pero ahí no había noticia posible; el propio lehendakari ya había sufrido el sonoro portazo del Congreso en febrero de 2005. Paradójicamente, lo que ha reflejado con su iniciativa ha sido la parálisis de su partido, el PNV, incapaz de implicarse en cualquier iniciativa real para superar la «alambrada» del Estado. Ha tirado a la papelera la consulta de 2008 como tiró el Nuevo Estatuto en 2005, la implementación del Acuerdo de Lizarra-Garazi en 1999 o la opción de acuerdo entre abertzales en Txiberta en 1977. Tras todos estos precedentes, a nadie se le escapaba que la consulta se quedaría en nada. Y a nadie le ha extrañado que el PNV haya pactado los presupuestos con el PSOE -todos los presupuestos- en este mismo contexto, sin advertir contradicciones, sin complejos, sin vergüenzas. Por contra, para avances reales hacia la soberanía el PNV ni está ni se le espera.

A partir de esta constatación -de la que seguro participan muchos votantes de EA, Aralar e incluso el PNV- debería ser posible una puesta en común entre sensibilidades abertzales. La izquierda abertzale reiteró ayer su voluntad clara para lograrlo. ELA también ha aprobado una declaración en esta línea desde un escenario muy significativo: Laborantza Ganbara. Pero, de momento, son sólo palabras que tendrían que superar los recelos del pasado y concretarse en los compromisos efectivos a que obliga el inamovible veto del Estado.

Recuperar huesos o recuperar legitimidades

En paralelo, ayer en Gasteiz volvió a quedar claro quién conforma la primera línea -en realidad la única- de resistencia contra el fascismo español. La Falange se concentró contra la consulta de Ibarretxe, pero quien le hizo frente no fue el tripartito, sino la izquierda abertzale.

Hace apenas una semana, los apaleados fueron quienes reivindicaban la memoria de Joxean Lasa y Joxi Zabala, dos ciudadanos vascos sometidos al peor de los tormentos por la guerra sucia española. Anoche, en Hernani, lo fueron los jóvenes independentistas. Este es el dramático cuadro del país, 72 años después del golpe del Estado de Franco. Las reglas de juego impuestas entonces y retocadas después siguen imperando. La CAV y Ajuria Enea fueron creados por España, como ha recordado su TC. La Ertzaintza se pone a las órdenes de la Audiencia Nacional española. El partido de los 550 gudaris caídos en el frente, ANV, está proscrito mientras La Falange se concentra con parabienes oficiales en Gasteiz.

En este punto, no es baladí que un juez español -llámese como se llame- admita cosas tan obvias como que aquella guerra vino de un golpe de Estado contra la legitimidad y que los vencedores impusieron una represión brutal perfectamente planificada. Recuperar los huesos, por tanto, no es suficiente, ni los de 1936 ni los de Lasa y Zabala. Hay que recuperar las ideas que se quedaron en el camino y la legitimidad abortada a sangre y fuego.

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