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Josebe EGIA

Aisha

La semana pasada, pródiga en noticias que me gustaría comentar en este txoko, nos ha dejado una que ha pasado prácticamente inadvertida. Lleva nombre de mujer y proviene de África.

Aisha Ibrahim Dhuhulow, somalí de 23 años, fue enterrada hasta el cuello y, después, apedreada hasta la muerte por medio centenar de hombres ante una multitud de personas que contemplaban el «espectáculo». El líder islámico de Kismayo -al sur de Somalia- aseguró que la mujer había confesado ser adultera y había demandado la Sharia y su lapidación. Esto se contradice totalmente con lo que testifican quienes vieron la ejecución. Aisha, arrastrada a la plaza atada de pies y manos, fue metida en el agujero entre gritos de protesta que el saco negro que cubría su cabeza no ahogaba. Cuando sus familiares pretendieron acercarse, se encontraron con los disparos de los guardias islamistas que mataron a un niño.

La familia de la joven negó que Aisha hubiera confesado la comisión de adulterio y que ella hubiera pedido que la lapidaran. Una de sus hermanas consideró la ejecución «contraria a la religión y a la lógica» -e inhumana, injusta, inmoral, indigna, brutal, despiadada, cruel, sanguinaria... añadiría yo- y aseguró que para matar a una adúltera al menos debe haber cuatro testigos de la relación, incluida la penetración, así como la confesión del hombre, del que, por cierto, en este caso no se sabe nada.

Aisha Ibrahim Dhuhulow, no ha podido contar con el apoyo que tuvo la nigeriana Amina Lawal en 2001, cuando fue condenada por un tribunal islámico a morir lapidada y gracias a la labor de organizaciones de derechos humanos locales y una campaña mundial en su favor se consiguió dejar sin efecto su sentencia de muerte. Los familiares de Aisha reclaman a la comunidad internacional que «detenga y castigue a los responsables», pero no parece que su petición vaya a tener ningún eco. Pasará como con la propia lapidación.

Para lo que sí se utilizan estas infamias es para acrecentar interesadamente la islamofobia. Se insiste en presentar al Islam como una religión violenta y expansiva, identificando Islam y fundamentalismo, cuando esto no es así. En el Corán no figuran ni lapidación, ni ablación, ni infibulación, ni malos tratos a mujeres. Lo que sucede, como con el fundamentalismo de otras religiones, es que prevalecen la interpretación y las normas elaboradas por los hombres. Las mujeres no reciben el mismo trato que éstos ni en la ley ni ante los tribunales, y son especialmente vulnerables a juicios sin las debidas garantías porque, debido a su mayor tasa de analfabetismo, es más probable que firmen confesiones de delitos que no han cometido.

Con la lapidación de Aisha ha coincidido la celebración en Barcelona del III Congreso de Feminismo Islámico. Romper con los tópicos, reivindicar derechos y religión y abrir una brecha en el estereotipo que dice que el Islam es una religión intrínsecamente ligada a la misoginia son algunos de los objetivos de sus participantes. Agur Aisha.

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