Maite SOROA | msoroa@gara.net
El paraíso, en Iruñea
De lo que se trata -lo que tratan algunos con aire desesperado, por ser precisa- es de presentar ante el resto del mundo a la sociedad vasca como un gueto dominado por el matonismo abertzale, una suerte de guantánamo vasco donde sólo pueden respirar los fanáticos y no las gentes de bien.
Iñaki Iriarte, profesor en la UPV, explicaba en «Diario de Navarra» que ésa y no otra es la razón por la que ETA atentó la pasada semana en la Universidad del Opus Dei en Iruñea. Y contraponía Iriarte la dulzura ambiental de la uni del Opus con el ambiente irrespirable de la UPNA o la UPV. Según Iriarte, «hace tiempo que ambos centros -y sobre todo el último- sirven de laboratorio a los partidarios de ETA. Funcionan como campos de prueba donde se adiestran en el arte de amedrentar a estudiantes, trabajadores y docentes, con total impunidad. Lo hacen un día con palos -pintadas, amenazas, huelgas, piquetes- y otros con zanahorias -conciertos, fiestas, talleres-. De este modo, han conseguido apoderarse de los pasillos, de los aularios, de las cafeterías, de todo ese espacio público -el ágora- donde se debería poder discutir y relacionarse en libertad». Los palos, hasta donde servidora ha visto y vivido, es cosa de los guardas jurados. Pregunten por allí.
Y agrega Iriarte que la cosa es de miedo. Hasta el punto de que «los demás, mientras, nos hemos acostumbrando a mirar hacia otro lado y cederles el paso. Algunos incluso han optado por comenzar a pensar de una manera que no les irrite tanto. De ahí que nadie se atreva a realizar un gesto tan simple, pero tan efectivo, como mandar a la papelera esos carteles donde se vitorea a la muerte». O, simplemente, se denuncia la tortura, los encarcelamientos masivos, la cadena perpetua camuflada como «Doctrina Parot»...
Y frente a ese escenario pavoroso, Iriarte (que digo yo estará haciendo méritos para que le contraten) nos dibuja el edén opusiano, el paraíso universitario. Lean la melonada: «En la Universidad de Navarra ni alumnos, ni trabajadores, ni profesores deben aguantar esa situación. No hay pintadas amenazantes, ni carteles en favor de los asesinos. Uno no corre el riesgo de encontrarse camino de clase con un encapuchado ensuciando paredes. Allí no reina la `omertá' y los fanáticos carecen de patente de corso. Es por eso, fundamentalmente, por lo que ETA le castiga con coches bomba». Sobran los comentarios.