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Presidenciales en EEUU

El solitario adiós de un impopular presidente

Sólo un 23% de los votantes aprueba su gestión al frente de la Casa Blanca. Se trata del nivel más bajo de la reciente historia estadounidense. Quien ocupe su lugar a partir del 20 de enero deberá lidiar con serios problemas, como la crisis financiera, Irak y Afganistán.

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A. LERTXUNDI

George W. Bush, que inició su mandato bajo la sombra de los atentados del 11-S, se despide dejando a Estados Unidos al borde del abismo económico y sin saber qué hacer en Irak y Afganistán, donde los talibán van recobrando fuerza incluso entre las fuerzas armadas afganas. El fenómeno de las deserciones, provocadas en gran parte por el malestar ante los continuos ataques a civiles, ya no se puede ocultar.

Bush dejará oficialmente el cargo el 20 de enero del próximo año. Su sucesor heredará una interminable lista de problemas y el descontento general. El primero, el más acuciante, es sin duda la crisis económica, que dominará la agenda presidencial. El todavía presidente ha sido uno de los principales promotores del plan de rescate financiero valorado en 700.000 dólares. La Casa Blanca ha indicado que está abierto a una segunda iniciativa para estimular la economía, similar a la que hace unos meses devolvió cerca de 158.000 dólares en impuestos a los contribuyentes. La idea es estimular el consumo para que se reactive la economía. Pero ello contribuiría a agravar un déficit fiscal que ya alcanza los 454.800 millones de dólares. El próximo presidente, por tanto, deberá tomar decisiones radicales, recortar partidas presupuestarias y dejar en el tintero muchas de las promesas electorales, a todas luces incumplibles.

No será la única decisión complicada. Aún no está cerrado el acuerdo con el Gobierno del iraquí Nuri al Maliki sobre el futuro de las tropas estadounidenses. Según se ha filtrado, al Maliki estaría dispuesto a legalizar la invasión durante los próximos tres años. La Casa Blanca sostiene que esas negociaciones avanzan con fluidez, mientras Bush sigue aferrado a la idea de cerrar ese acuerdo antes de su despedida. Pero corresponderá a su sucesor determinar cuándo y cómo regresarán los soldados desplegados en el país árabe.

Obama es partidario de una retirada gradual a lo largo de 16 meses. McCain no descarta una presencia a largo plazo. En pleno proceso electoral para designar al candidato del Partido Republicano, el veterano de guerra llegó a sugerir que podrían estar otros cien años. Esas declaraciones, sin embargo, las ha ido matizando y rebajando en campaña. Junto a Irak, otra de las «patatas calientes» que deja Bush es Afganistán. Obama y McCain han mantenido diferentes posturas al respecto. Pero, en este caso, el candidato demócrata ha mostrado un carácter más belicista que su rival. En uno de los tres cara a cara que mantuvieron en televisión, habló abiertamente de la posibilidad de intervenir en Pakistán para luchar contra de los talibán, algo que, de hecho, ya está haciendo EEUU en las zonas tribales de Waziristán.

Bush deja también en el aire la mediática cumbre de Annapolis y las conversaciones entre israelíes y palestinos derivadas de éste, de las que excluyó a Hamas. Además, su principal aliado en esta cuestión, el primer ministro iraelí, Ehud Olmert, se ha visto obligado a dimitir por un escándalo de corrupción.

Su adiós no puede ser más impopular. Según el instituto Gallup, tan sólo un 23% de los votantes aprueban su gestión, el nivel más bajo en la historia y un punto por debajo del que tenía Richard Nixon cuando dejó la Presidencia por el «caso Watergate». Y para el 91%, el país no va por buen camino.

Además, según una encuesta del Centro Pew realizada en 21 países en junio, la gran mayoría esperaba que la política exterior de EEUU mejorase tras la marcha de Bush.

Con ese elevado nivel de impopularidad, no es de extrañar que se haya mantenido en un discreto plano para no perjudicar a McCain. En esta última semana, apenas ha participado en actos públicos; cuatro en ocho días. Desde el jueves, además, está prácticamente desaparecido, algo insólito en un mandatario estadounidense.

El propio McCain y su compañera de fórmula Sarah Palin se han esforzado hasta la saciedad por marcar distancias con respecto a las esferas de poder y económicas de Washington, y por presentarse como candidatos independientes. «No soy el presidente Bush», ha sido una de las frases más repetidas en campaña por McCain.

A la portavoz de la Casa Blanca, Dana Perino, no le ha quedado más remedio que admitir la impopularidad del hombre que durante ocho años ha tenido las riendas del país y ha marcado el devenir de otros. «Somos realistas sobre el clima político que vivimos. El presidente ha seguido esta campaña con mucho interés y se ha interesado por los temas, ha seguido a los candidatos y sus tácticas, pero también se da cuenta de que estas elecciones no giran en torno a él», manifestó en una comparecencia el lunes, la víspera del gran día. «Nos hubiera gustado mantenernos aún más en un segundo plano, pero el presidente es el presidente y ha tenido que habérselas con asuntos importantes, como la crisis financiera», añadió el coportavoz Tony Fratto. Uno de los pocos en comparecer estos días ha sido el vicepresidente, Dick Cheney, todavía menos popular.

Los BUSH supervisan los trabajos para dejar la Casa Blanca a sus nuevos inquilinos

A la espera de conocer del nombre de su sucesor, Bush ha pedido, bromeando, tiempo para retirar sus cortinas del Despacho Oval. Y es que los trabajos de renovación para cuando el presidente se vaya ya han comenzado en la Casa Blanca. La todavía primer dama, Laura Bush, está ya supervisando los trabajos para preparar la llegada de sus nuevos inquilinos.

En una biografía, el periodista Ronald Kessler cuenta que Laura Bush se quedó consternada por el estado en que encontró la Casa Blanca cuando Hillary Clinton le invitó a visitarla antes de desalojarla.

Con su centenar largo de habitaciones, el gran edificio de estilo georgiano sirve a la vez de oficina de trabajo, residencia y lugar de recepción. Es también un museo.

Cada familia que llega para ocuparla trata de dejar su impronta.

El Congreso otorga 1,6 millones de dólares al año para la restauración de la Casa Blanca. De ellos se utilizan 100.000 dólares para retocar las habitaciones cada cuatro años.

Sea Obama o McCain quien vaya a establecerse en el número 1.600 de la Avenida Pennsilvania no deberá decidir únicamente sobre la retirada de Irak o si acaba con un cuarto de siglo de bloqueo diplomático a Irán.

«Nunca olvidaré mi primera decisión como presidente -recuerda Bush-. No había prestado juramento cuando me llamó un tipo y me preguntó de qué color iba a poner los tapices en el Despacho Oval. Al principio, pensé que era una broma».

«Entonces, delegué. Una de las cosas que se hacen cuando hay que tomar decisiones es delegar. Pedí ayuda a Laura», añade.

Sobre los muros del Despacho Oval, Bush hizo colgar retratos de Lincoln y de Washington, además de cuadros de artistas de Texas, el Estado desde el que cuajó su carrera política. Dejó sin cambiar el famoso despacho que lleva el nombre de Resolute. En una foto célebre, es desde esta oficina desde la que mira el pequeño John Jr Kennedy, mientras su padre trabaja. GARA

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