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Obama emprende el camino por el que se perdió el cambio de Zapatero

Obama presidente es una realidad desde el martes. Las urnas materializaron lo que hasta entonces sólo era una expectativa, una ilusión. El Obama dirigente emerge sobre las cenizas de su evidentemente exitosa proyección me- diática previa: el «efecto Obama». Agotado el personaje, es hora de descubrir si detrás existe o no un líder político. No es difícil encontrar paralelismos entre el impacto creado por la victoria del ex senador de origen afroamericano y el que produjo en el Estado español el triunfo de José Luis Rodríguez Zapatero en 2004. Tras ambos había un «efecto» que caló en la sociedad en forma de millones de votos. Ante todo, ambos supieron convertirse en polo de atracción para todo el hartazgo social creado por sus predecesores, George Bush y José María Aznar, también dos clones que brindaron como alegres compinches en las Azores para impulsar una guerra y representan la ideología más retrógrada de Occidente.

El «efecto Obama» y el «efecto ZP» se parecen en más cosas. Por ejemplo, en la proyección de una imagen de cambio. El senador por Illinois acapara titulares por el color de su piel en un país aclamado como paradigma democrático pero en que el racismo sigue siendo real; y Zapatero llegó al cargo reivindicando como guía política el testamento de su abuelo fusilado en 1936, en un estado con un régimen hipotecado aún por el franquismo.

Hasta en el catalizador final de su victoria hay similitudes. Tanto uno como otro se han visto aupados al cargo por un factor final inesperado, en parte externo y en parte interno. En el caso de Zapatero fue la masacre del 11-M, o más bien el intento desesperado del PP de engañar a toda la ciudadanía en favor de sus intereses. En el de Obama, ha sido el estallido de la crisis financiera, o más bien, la constatación de las grietas del sistema de control de la Administración Bush.

Zapatero, dentro del estatus

De Obama se esperan decisiones importantes a corto plazo. Nada más tomar el cargo, Zapatero dio la impresión de estar al nivel de las expectativas. Sacó a las tropas españolas de Irak de modo fulminante, como había prometido. Aprobó varias leyes sociales que sacudieron millones de conciencias abotargadas por el franquismo. Y dio la impresión de estar dispuesto a abordar el gran problema pendiente -Euskal Herria- a través del método respaldado por la mayoría de la sociedad -diálogo, negociación y acuerdo político-.

Cuatro años después, se puede constatar que el «efecto ZP» languidece. Que el cambio sigue pendiente. El presidente se ha mostrado incapaz de superar los déficits y tabús de un estatus heredado. El conflicto entre Euskal Herria y el Estado sigue enconado y a la espera de solución, tanto en su vertiente política como en la armada. Otro tanto ocurre en Catalunya, donde Zapatero acumula desconfianza después de la jugarreta con que despachó la reforma estatutaria. La actitud de la Fiscalía muestra a un presidente timorato incluso para abrir las fosas de los fusilados por el franquismo, 72 años después. Sus leyes sociales continúan bajo la espada de Damocles del Tribunal Constitucional. Y su respuesta a la crisis ha priorizado al capital y no a la ciudadanía trabajadora, de modo que hasta el PP ironiza sobre sus «amigos banqueros».

El cambio, desde luego, no era esto. Uno de los anuncios de su campaña electoral mostraba a Obama buscando lecciones entre los políticos del Estado español. Haría bien en buscar otro modelo distinto a Zapatero para su agenda, sin duda mucho mayor y más difícil de enderezar que la española. Si Obama quiere cumplir las expectativas y ser realmente un agente transformador, tendrá que levantar la cabeza por encima del status quo, al contrario de lo que ha hecho el inquilino de La Moncloa. Sólo así se podría salir de la espiral alentada por gentes como Bush y Aznar: invasiones, guerras, rapiñas financieras, desequilibrios sociales crecientes, hambrunas o gasto energético incontrolado.

La tortura, «expediente X»

La cercanía con que la ciudadanía vasca ha vivido -y hasta padecido- la campaña estadounidense ha permitido descubrir algunas sorpresas. Por ejemplo, que la tortura está en la agenda de sus políticos. Tanto Obama como McCain han hablado de erradicarla o de cerrar Guantánamo. Y no está de más subrayarlo en un momento en el que el Comité de Derechos Humanos de la ONU acaba de hacer público un informe sobre el Estado español -el primero desde 1996- que se ha convertido rápidamente en «expediente X». Desaparecido.

En la página web del Ministerio de Asuntos Exteriores todavía se puede encontrar la nota emitida cuando el relator, Martin Scheinin, inició su visita previa a la confección del informe. En ella, el Gobierno de Zapatero enmarca su disposición a ser analizado por la ONU como prueba de «tolerancia cero» con las vulneraciones de derechos humanos. Que nadie se moleste ahora en buscar en la misma web el informe, que constata que en el Estado español se tortura. No está.

Si la foto de Unai Romano se hubiera obtenido al entrar en Abu Ghraib, habría sido parte del debate de campaña. En Estados Unidos, y seguramente también en el Estado español. Pero venía de los calabozos de la Guardia Civil.

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