El estigma de ser «puta», la primera de las muchas formas de maltrato hacia las mujeres prostitutas
No lo denuncian. Quizá porque tampoco les harían caso. Son «putas». Las prostitutas conocen de primera mano todas las formas que adopta la violencia contra las mujeres. Son víctimas de muchas formas de maltrato: físico, sicológico, de explotación.... Pero es un maltrato invisible.
Joseba VIVANCO
El maltrato a las mujeres tiene muchas caras. Estos últimos días, en los que apenas se ha dejado de hablar de la violencia sexista, poco se ha dicho y escrito en torno a una realidad, menos visible, aunque igual de dura, donde el estigma golpea tan fuerte como una bofetada. Son mujeres, pero no como las demás o, al menos, a ojos de la sociedad. Ellas cargan, cada día, con la pesada etiqueta de ejercer «el oficio más antiguo del mundo». Y la sociedad en la que viven, en la que trabajan, de la que participan, no se lo perdona. «El estigma es una forma de violencia bestial. Significa que esa persona se convierte en puta hasta que se muera. Y es algo que no ha cambiado con el paso del tiempo. Decirte `hijo de puta' es el peor insulto que se le puede hacer a alguien. Y todo esto tiene unas consecuencias para esas mujeres», reprocha Marian Arias, sicóloga, educadora social y coordinadora del centro de acogida Askabide, de Bilbo, que desde 1985 trabaja con estas mujeres.
Mientras abolicionistas y reglamentistas debaten sobre la prohibición o la regulación de la prostitución, quien es objeto de sus inacabables discusiones sufre el día a día de una sociedad que las maltrata de las más diversas maneras. Hablar de maltrato en el intrincado y heterogéneo mundo de la prostitución no es hablar sólo de violencia física.
Según un estudio de Askabide hecho en 2007 entre el colectivo que en Bizkaia se dedica a esta actividad, un 20% de las consultadas reconocieron haber sufrido algún tipo de agresión física. Sin embargo, hasta un 41% aseguró haber sido insultada, o un 25% dijo que el cliente se había ido sin pagar. «Estar expuesta a montar en un coche de un desconocido para irse a un descampado, eso acarrea un grado de vulnerabilidad terrible», apunta Arias.
Las mujeres que hacen, literalmente, `la calle' son las menos. En Bizkaia, a modo de ejemplo, estarán entre las 30-35, o lo que es lo mismo, sobre un 4%. Pero ya sea en la calle, en clubes o en pisos, son mujeres que están a merced de hombres que «son capaces de compararlas con un chuletón de Ávila», como crudamente constata María José Barahona, profesora de Trabajo Social de la Universidad Complutense y con veinte años de experiencia en el trabajo con este colectivo.
Son mujeres -y también hombres, aunque en número mucho menor- expuestas a todo y a todos. No sólo a un puñetazo, a un robo, a un insulto vejatorio. Según la investigación que hizo Askabide, el 40% de ellas trabaja entre 9 y 12 horas diarias y un 19% lo hace las 24 horas del día. «Y eso está pasando aquí», recalca Marian Arias. Un 61% de ellas sólo descansa un día a la semana y un 10% no lo hace nunca, una situación, esta última, que tiene que ver con el llamado `sistema plaza' en los clubes, por el que cada 21 días cambian de población o ciudad. «Sólo descansan cuando les viene la regla», apostilla indignada.
«Aquí no hay vacaciones, ni descansos. Y estas condiciones tienen consecuencias como problemas con la alimentación, con el sueño, una vida social muy limitada, estrés, soledad», explica la sicóloga de Askabide. Hay una explotación laboral evidente, pero la violencia que sufren no acaba ahí. Porque «ellas son putas, no gigolós». ¿Captan la diferencia? Y lo mismo sucede entre quienes demandan esos servicios. El hombre paga, se argumenta -erróneamente, puntualiza Barahona-, para satisfacer una necesidad; la mujer, en cambio, si lo hace, lo hace por vicio. Los mismos términos acuñados ahondan en esa discriminación con la que se señala a la mujer. Y ese dedo discriminador con el que la sociedad apunta a estas mujeres hace más daño que cualquier manotazo. «Nadie va diciendo a su familia que es prostituta. Lo callan. Mienten todo el día», aclara Arias. Ese desprecio social y ese silencio autoimpuesto tienen un coste sicólogico. «Lo peor para una persona es interiorizar que no sirves para nada. Y en estas mujeres se ven actitudes muy derrotistas», apunta. ¿Y qué hacen ante tanta agresión? «Pues se lo cuentan a las compañeras. No tienen conciencia de que hay que denunciarlo. Es muy difícil si eres mujer, inmigrante, sin papeles. ¿Quién es la guapa que lo hace?». Y, por si fuera poco, sufren una violencia institucional añadida, la de ser siempre cuestionadas, la de arrastrar siempre una etiqueta de duda. «¿A quién van a creer más, a mí, o a una prostituta?», cuestiona.
Pero siguen estando ahí. La sociedad debate entre si se las necesita o no, si son, como diría Karl Marx, `trabajadoras sexuales' o estamos, como denuncia María José Barahona, ante un evidente caso de violencia de género, donde «putañeros» o «prostituidores», como ella los llama, imponen su demanda.
Una imposición que incide en esa vulnerabilidad en la que estas mujeres se desenvuelven en el día a día. La mitad de los varones -un 63% de ellos casados, según el estudio de Askabide- que cada semana solicitan de estos servicios no quiere utilizar preservativo. Un dato increíble, según Marian Arias, que pone de manifiesto no sólo la irresponsabilidad de estos hombres sino la indefensión de las mujeres, dado el riesgo que corren de contraer enfermedades venéreas. El problema es que sin condón se paga mejor, por eso no es de extrañar que la mayoría de anuncios de índole sexual utilice como reclamo el «sin».
Y, precisamente, de anuncios sobre sexo en los medios de comunicación sabe y mucho María José Barahona. Ella es autora de un informe al respecto, ``Estudio sobre la prostitución en España'', el cual ponía de manifiesto, por un lado, el suculento negocio que la mayoría de periódicos hace con este tipo de publicidad, y, por otro, la doble cara de estos medios de prensa que luego no tienen reparo en publicar artículos de denuncia sobre la situación de las mujeres que comercian con su cuerpo. A su juicio, este tipo de publicidad sexual no hace sino «enmascarar la prostitución».
Los periódicos, un barrio chino
Alguien dijo una vez que «cuando abres un periódico estás en un barrio chino». Y así debe de ser si hojeamos algunas de las páginas de la mayoría de ellos. Su investigación cuantificó un total de 17.907 anuncios en algunos de los periódicos de mayor tirada en el Estado español. Según ella, se trata de todo un «reino del sobreentendimiento», donde el destinatario debe saber de qué le hablan cuando lee que se ofrece un beso negro, una lluvia dorada o un francés al baño maría (sexo oral en un jacuzzi). Una cartelera donde se habla de que se «necesitan señoritas» cuando en realidad quieren decir «putas». Pero, a la vez, un fructífero negocio que mueve millones de euros, y donde ganan quienes ponen esos anuncios y quienes los publican; pero pocas veces quienes hacen el «trabajo sucio».
Un repaso a los números telefónicos que aparecían en esos miles de anuncios reveló que hay proxenetas con varias mujeres, que puede haber hasta veinte mujeres en un mismo número telefónico. «Pudimos encontrar hasta 36 veces el mismo número telefónico. Es decir, comprobamos que ponen muchos anuncios y la razón es porque la rentabilidad que obtienen es mayor», aclara. Una ganancia que no es menos en el caso de los periódicos.
``El Estudio de la prostitución en España: la prostitución en el mercado económico'', otro informe sobre la materia elaborado por el periodista Borja Ventura, mostraba cómo en un día laborable cualquiera de los cuatro periódicos generalistas más importantes del Estado español recogían un número considerable de anuncios de este tipo (El País: 702; El Mundo: 672; ABC: 225; y La Razón: 91). Además, el estudio calculaba que el periódico de mayor tirada, ``El País'', ingresaba anualmente unos 5 millones de euros gracias a estos anuncios.
La Federación de Mujeres Progresistas denunció el año pasado que «España es el único país europeo donde la prensa formal publica anuncios de prostitución». Incluso promovió una campaña de envío de cartas a periódicos que publican este tipo de anuncios. Su argumento es, como sintetiza la investigadora María José Barahona, que gran parte de la publicidad de servicios sexuales que aparece en esta prensa proviene de grupos que se lucran promoviendo la venta del cuerpo de las mujeres.
Violencia física, sicológica, explotación sexual, son algunas de las formas de maltrato hacia este colectivo. «Pero la principal de todas es el estigma. Eso las machaca», concluye Marian Arias.
La fotografía de la prostitución ha cambiado en la última década. Hoy, la gran mayoría son mujeres inmigrantes, más vulnerables todavía.