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Juan Ignacio Vidarte Director general del Guggenheim Bilbao

Guggenheim: carta de Juan Ignacio Vidarte

El pasado 2 de abril recibí una llamada de una de las personas del equipo directivo del Museo, en la que me comunicaba que se encontraba en situación de baja por enfermedad; así empezaban los meses más amargos que he vivido en toda mi carrera. Durante todo este tiempo he guardado silencio por escrupuloso respeto a la institución parlamentaria que puso en marcha el proceso de investigación de las irregularidades, una obligación que, por contra, algunos miembros de la Comisión en absoluto han respetado.

Me han acusado de opacidad y falta de transparencia en la gestión, de ignorancia e incapacidad, de falta de control y tutela de bienes públicos, e incluso se ha dado a entender que yo conocía y consentía unos hechos delictivos que están en manos de la justicia. Ha habido momentos en los que he tenido que declarar, por ejemplo ante la Comisión de investigación, y sentía que no se escuchaban ni se daba crédito a mis palabras; intuía que así sería en cada comparecencia, y lo he visto confirmado, desafortunadamente, a la hora de leer lo que ha aparecido en los medios acerca del dictamen final.

Sin entrar a discutir las valoraciones que se han vertido en dicha Comisión, ya que no todos vemos las cosas de la misma manera, sí quiero hacer constar una serie de hechos que son objetivos, ahora que las conclusiones son públicas. El más grave de todos es la acusación de falta de control, de desconocimiento, e incluso, de consentir que unas actividades delictivas pudieran llevarse a cabo. Ya ha quedado demostrado, y en su momento el juez dictará la última palabra, que este ex empleado del Museo tuvo que cometer varios delitos para eludir las medidas de control establecidas, hechos que el propio Museo detectó, denunció e hizo públicos. También he sido criticado por confiar en esta persona, algo que considero imprescindible siempre que se trabaja en equipo, entendiendo que ello no implica dejadez ni ausencia de control. A veces se cometen errores; sin embargo, el problema no estriba en la confianza sino en la actitud desleal de quien la traiciona. No por este hecho he perdido la confianza en mi equipo sino, muy al contrario, a lo largo de todos estos meses se ha visto reforzada.

Se ha cuestionado, incluso pasado por alto, la opinión de expertos en diferentes materias. Por ejemplo, en muchas noticias aparecidas en los medios se cita que las pérdidas por la operación de compra de divisas han sido de 6, de 7,2 ó de 8,3 millones de euros, según las distintas informaciones, cuando la cantidad correcta según los auditores es de 5,6 millones. ¿Para qué sirven las auditorías, que constantemente nos demandan, si sus conclusiones no se respetan? ¿Por qué calificar de «artificio contable» un criterio técnico avalado por los auditores? Lo mismo ocurre, por poner otro ejemplo, cuando se afirma que carecía de atribuciones para realizar la operación de aseguramiento, lo que se desdice con la lectura de mis poderes, que enviamos a la Comisión al inicio de su actividad; o cuando se cuestiona que la compra de divisas fuera una operación especulativa, tratándose, en realidad y según la entidad financiera con la que se realizó, de un seguro de cambio, una operación frecuente y conservadora. Sin embargo, todas estas afirmaciones, que no son más que opiniones, han pasado a ostentar categoría de realidad por encima de los hechos objetivos.

Considero que después de 18 años dedicados a este proyecto, seguro que con las luces y las sombras propias de toda iniciativa humana, la situación que se ha creado a partir del descubrimiento del desfalco es injustificada por su desproporción e injusta por su parcialidad. Quienes se hacen eco de estas acusaciones infundadas ignoran el trabajo dedicado a un proyecto de éxito del que todos nos hemos sentido orgullosos, incluso quienes ahora denuestan nuestro trabajo. Hace meses, alguien con sentido común dijo que no había que permitir que la imagen del Museo resultara dañada por las acciones de una persona sin escrúpulos, y quisiera invitar desde aquí a hacer un ejercicio de reflexión y considerar estos hechos en su justa medida.

Más allá de mí mismo, más allá de las personas, más allá de intereses partidistas, el Museo es un proyecto que hemos construido entre todos y que tiene el enorme mérito de aglutinar a personas de muy variada condición y procedencia, como demuestran los más de 16.000 Amigos, las 150 empresas que nos apoyan, o el millón de visitantes que recibimos cada año. El futuro de este Museo exige nuestro trabajo sostenido y sería irresponsable utilizarlo como arma arrojadiza del debate político, especialmente en un país donde, por desgracia, muy pocas cosas tienen la virtud de unirnos.

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