Raimundo Fitero
Costumbres
Siguiendo atentamente la serie de TVE que se emite los días de labor en las primeras horas de la tarde, podríamos convenir que «El amor en tiempos revueltos» se trata de una propuesta muy bien estructurada en cuanto a lo visual, con unas interpretaciones bastante buenas, pero que retratan un tiempo irreal. Probablemente las costumbres que se remarcan y se potencian sean una sublimación de los recuerdos del propio equipo artístico que atraviesan aleatoriamente quinquenios o décadas. Es decir no fijan, sino que desparraman, y a lo mejor es ese su punto de enganche para ser una de las series más vistas y marcando el liderazgo en su franja horaria.
Sucede que atendiendo un poco más a la misma, nos percatamos de que las costumbres, los hábitos, las circunstancias, van creando una memoria histórica falseada. Y, muy especialmente, pasan por encima de los tiempos revueltos en lo que verdaderamente la hacen tormentosa, la dictadura real que aprisionaba a la ciudadanía, los crímenes del franquismo y que no solamente incidían en las costumbres y en la represión sexual, sino en la política y en la instauración de un terror cuarenta años mantenido. Sucede lo mismo que con «Cuéntame cómo pasó», que se dedica con mucho esfuerzo a falsear y a mantener el oscurantismo y el taimado discurso oficial del tardo-franquismo, como si el genocidio de los cruzados no mereciera la atención, real y no cínica, de las clases políticas, artísticas, sociales.
En días como hoy es cuando uno comprueba que el franquismo se mantiene intacto, que no hay una condena efectiva de todo lo que fue, y lo que dejó atado y bien atado, frase de la que nos hemos reído con una inconsciencia supina, lo está y se manifiesta en la celebración acrítica de la proclamación de una carta magna que ha sido, precisamente, la mejor garantía para que no se pasara la factura reprobatoria penal, social y política que aquellos terribles años se merecían, y muy especialmente aquellos que fueron sus tétricos protagonistas y que no solamente se han ido de rositas, sino que se atreven a proclamarse en los garantes morales del sentido democrático.