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Mikel Arizaleta Traductor

Aquel hombre sin dientes

A modo de ejemplo de hipocresía, Mikel Arizaleta se refiere a la importancia de la guerra en la historia de la Iglesia católica, mucho mayor que el amor al prójimo, y menciona alguno de los muchos ejemplos existentes. Otra muestra de hipocresía, de reciente actualidad, llama su atención: Mumbai, donde desde los lujosos hoteles que cobijan a los poseedores de inmensas riquezas se puede observar la pobreza más extrema, engendrada por la riqueza.

Su aparición fue un instante. Era un hombre quebrado, dio la sensación de arrastrar las piernas apoyado en mano cercana. Aparentaba más de 50 y le faltaban varios dientes. Era un kurdo, huido a las montañas tras ser bombardeado su pueblo. Y dejó escrito para la historia de las gentes una sentencia irónica: «Quienes nos bombardean dicen que somos terroristas».

Estoy terminando de traducir el tomo 9 de la «Historia criminal de la Iglesia» de Karlheinz Deschner. Y me ha venido a la memoria una prédica vieja de domingo, cuando yo era niño, en la iglesia de mi diminuto pueblo, Sarasate (Nafarroa), del párroco de entonces, don Pablo Cía, según vieja costumbre «que en paz descanse». También a mí me quedó grabada: ¡Qué cosa más bella que combatir en una guerra, sabiendo que no te van a matar! El pensamiento de la guerra es en la historia de la Iglesia católica mucho más esencial y columna vertebral que la idea teórica del amor al prójimo, ¡que tanto la proclaman de palabra y tanto la profanan de obra! Una muestra, Gregorio XV «anima también a Maximiliano de Baviera tanto en su expedición militar al Alto como al Bajo Palatinado a no descansar hasta la victoria total del `rey de invierno' (Federico V del Palatinado); le advierte a no retardar su marcha victoriosa con negociaciones. `Sigue valeroso, hijo amado, a quien el Dios todopoderoso de la venganza te ha escogido como ejecutor de la ira contra sus enemigos'. Así el 3 de diciembre de 1621. Y significativamente también en la santísima fiesta de la Navidad advierte a Maximiliano, al emperador y a los príncipes electores eclesiásticos ante los debates por la paz. Su divisa es proseguir la guerra, ahora igual que antes, y seguirá con esa misma postura un año después, hasta su muerte». Y esto en la historia de la Iglesia católica no es excepción, es regla.

Estos días se proyecta en los cines «La buena nueva», la historia de un párroco joven de pueblo en la Nafarroa de 1936, reflejo de su libro y su vida: «No me avergoncé del Evangelio». Aierra, párroco de Altsasu, fue excepción en la Iglesia de entonces, norma fue el capuchino Ildefondo de Ciáurriz arengando a las tropas desde el púlpito del convento, llamando a la cruzada, cual otro capuchino Giacinto da Casale, del tiempo antes comentado animando al emperador a aniquilar al enemigo protestante, por cierto tan cristiano como él. «¡Alégrate virgen María, tú sola has vencido a todos los herejes!», se alegraba tras la victoria, tras el degüello de 10.000 soldados, el capuchino Giacinto da Casale, que actuó en Alemania e Italia como predicador y diplomático. «¡Oh Dios mío, qué grande y maravilloso eres!».

«Y es que ante la guerra quienes menos se espantaban eran determinados círculos influyentes de eclesiásticos; y la que menos de todos Roma, en donde con el nuevo papa la colaboración de la curia con Maximiliano alcanzó su `punto álgido', dejando a parte algunas diferencias de carácter político-confesional» (Handbuch der bayerischen Geschichte). Al igual que en la Iglesia de nuestros días norma son los Ratzinger, Rouco-Varela, Cañizares, Gasco, Papa y obispos ilustrísimos... todos ellos capellanes castrenses, clérigos de botas y uniformes, clérigos militares, generales de guerra como la virgen del Pilar, y no esas otras florecillas asilvestradas, en frase de Patxi Larrainzar, al borde de la heterodoxia y del catolicismo eclesial. Gente que soluciona los problemas a cañonazos.

El nombre «Mumbai», leo en Wikipedia, procede etimológicamente de Mumba o Maha-Amba, nombre de la diosa hindu Mumbadevi, y Aai, madre en maratí. La grafía tradicional «Bombay» tiene sus orígenes en el siglo XVI, cuando los portugueses llegaron a la zona. Los británicos, que comenzaron a llegar a la India en el siglo XVII, adaptaron el nombre en la forma «Bombay». Bombay es la capital federal de Maharashtra en la India y la ciudad portuaria más importante del subcontinente. Es la capital financiera de la India, de unos 20 millones de habitantes. Bombay es la mayor ciudad de la India, capital económica de este inmenso país. Es una ciudad que encierra lugares de encanto, magníficos edificios de la época de dominación inglesa y los suburbios más miserables del mundo. Sólo en Bombay son unos 300.000 los niños que están abandonados. Sonrisas de Bombay. «El viaje que cambió mi vida» es un libro del periodista catalán Jaume Sanllorente. Cuenta Sanllorente: «Me encontré con una ciudad en la que un 60% de la población continúa viviendo en la extrema pobreza. Vi unos niños que no tienen más futuro que estar condenados a mendigar en estaciones de tren o a ser prostituidos. En el norte de Bombay descubrí un pequeño orfanato local con falta de fondos a punto de cerrar sus puertas. No me lo pensé dos veces: dejé mi trabajo en Barcelona, saqué dinero de donde pude para evitar que se cerrara y al cabo de poco fundé Sonrisas de Bombay, entidad con la que día a día seguimos avanzando en la lucha pacífica contra la pobreza en Bombay, rescatando niñas y niños de las calles de la ciudad... La pobreza continúa siendo elevadísima. Numerosas mafias se dedican a controlar y explotar a niños que deambulan por las calles. En el mejor de los casos les amputan alguna extremidad para que den más pena a la hora de mendigar. En el peor, los explotan en prostíbulos hasta la mismísima muerte». En Bombay se ve qué es la riqueza y qué la pobreza y la riqueza que engendra pobreza, y la pobreza fruto de la riqueza. Aquella pobreza se explica desde aquella riqueza. Como aquí, pero sin tanto tapujo, con ojos de niña.

Escribía el 18 de enero de 2004 en «El País» Antonio Caño: «Decenas de miles de militantes antiglobalización tomaron ayer las calles de Bombay para clamar contra la pobreza en la India y para aportar soluciones a los retos de la mundialización económica. El Foro Social Mundial, que se celebró los últimos tres años en la ciudad brasileña de Porto Alegre, eligió Bombay por su carácter simbólico y para discutir los problemas de Asia». En la India sigue siendo una tragedia nacer mujer. Miles de niñas mueren todos los días. «La causa de esta atrocidad reside en que, al nacer una niña, los padres ven en ella un endeudamiento de por vida al saber su obligación de pagar una elevada dote en el momento de su casamiento. Aquellas que logran sobrevivir, se encuentran confinadas al abandono o al abuso y la discriminación en el seno de su familia, o a la explotación de un proxeneta local. En la India la infelicidad tiene, decididamente, la cara de una niña».

Sé que la noticia de periódicos, radios y televisiones ha sido días atrás que: «La siempre caótica Bombay se sumió anoche en el silencio frente al atronador ruido de las explosiones y la metralla que la sacudieron los últimos tres días. Un silencio envuelto por el denso humo de las piras funerarias con que familiares y amigos despidieron a sus seres queridos, que se unía en la dolorosa jornada al de los rescoldos de los incendios apagados por los bomberos en el hotel Taj Mahal. Vestigios del terror que costó la vida al menos a 195 personas e hirió a otras 300».

Yo he visto en los ojos de una niña de Bombay al kurdo sin dientes y su frase: «Quienes nos bombardean dicen que somos terroristas». Desde los tres hoteles de Bombay, dueños y clientes presencian el morir a diario de cientos de niños de hambre y miseria. Ellos, que no tienen aviones para salir de ese estado, miran a Jaume Sanllorente.

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