Sucede a diario. Mentiras que a base de repetirse se convierten en verdades universales, incuestionables para los que se sientan más cómodos así o sencillamente porque les interesa que la mentira sea verdad. No siempre hay intereses inconfesables para destrozar la realidad, imagino que el historiador que aseguró que el miliciano anónimo que captó la cámara de Robert Capa en Cerro Muriano justo cuando le alcanzaba la bala traidora de los fascistas era el anarquista Federico Borrell no tenía ningún interés especial en asegurar algo que ahora se ha demostrado que no era cierto. (...) parece demostrado que el muerto es otro, aunque para muchos no importe el nombre y seguirá siendo Federico Borrell, el anarquista de Alcoy que, esto sí que está demostrado, murió combatiendo a las tropas franquistas.

Lo de Bush es mucho más grave. Mintió sabiendo que mentía, con indisimulada intención de obtener réditos de aquella estafa. No sólo eso. En su locura, ha sido capaz de desplazarse hasta el mismo lugar del crimen para volver a mofarse de todo el mundo. Como dando a entender que le da igual que el mundo supiera de sus mentiras, queriendo demostrar que quien de verdad manda, nada ni a nadie teme. Ni siquiera a la verdad. En eso, sólo en eso, se diferencia Bush de Mardoff, otro mentiroso que, sin duda, mentía con la clarísima intención de obtener réditos para su bolsillo. Mentía y tenía a su alrededor un buen número de mentirosos dispuestos a creerle ciegamente. Por interés, claro. Poco a poco han ido cayendo todos, todos están ya en el sitio que le corresponde. Hasta que llegue el siguiente listo.