Hoy hace exactamente una semana que el Gobierno español presentó en la sede de la ONU en Nueva York su Plan de Derechos Humanos. Un programa que incluye tímidas medidas para la prevención de la tortura, como la aplicación del denominado «protocolo de Garzón», pero que evita adoptar las medidas propuestas por diversos organismos internacionales -incluida la propia ONU-, como suprimir el régimen de incomunicación, acortar el plazo de prisión preventiva o modificar las leyes para restringir la aplicación extensiva del tipo penal de «terrorismo». Delante de una réplica del «Guernica» de Picasso la vicepresidenta primera del Gobierno español, María Teresa Fernández de la Vega, dijo que ese Plan ponía al Estado español en la vanguardia de la defensa de los derechos humanos, comparándolo expresamente con varios países nórdicos. En definitiva, una puesta en escena llena de simbolismo, muy medida y largamente meditada.

Sin embargo, en ese escenario la realidad que viven los detenidos vascos en los calabozos de las Fuerzas de Seguridad españolas sólo aparece reflejada en las caras de terror del tapiz del pintor malagueño. El escalofriante relato de los detenidos la misma noche en la que se presentó ese Plan es tan elocuente como cualquier figura del «Guernica». Ese relato incluye amenazas en relación a las compañeras también detenidas -que a su vez han narrado una situación similar-, la bolsa, y también coincidencias sospechosas si tenemos en cuenta que los detenidos han permanecido incomunicados. Desde un punto de vista político, aún más elocuente es el hecho de que no se les haya aplicado ni el Plan aprobado tres días antes por el Consejo de Ministros ni siquiera el mencionado protocolo.

Ante estas denuncias el Gobierno de Rodríguez Zapatero ha dicho de manera sistemática que forman parte del manual de ETA. Pero ya se han podido ver por televisión las imágenes tomadas en los calabozos de los Mossos d'Esquadra. ¿Dónde están las de Madrid? Ésas no, ésas no las quieren ver ni en pintura.