Alizia Stürtze historiadora
El cuento de la Europa social
Dirigentes socialistas, verdes y sindicalistas nos hablan, una vez más, de la existencia de una «Europa social» que, desde Estrasburgo, y por medio de una simple votación de unos parlamentarios a los que no hemos elegido casi nadie (pero que pertenecen a los partidos de siempre), consigue, ni más ni menos, que defendernos a la mayoría trabajadora e impedir provisionalmente que salga adelante una increíble directiva, votada desde Bruselas por el Consejo (de ministros de Trabajo de los 27 gobiernos de la UE, o sea, de los de siempre), que, entre otras cosas, abría la ampliación a la jornada laboral de 65 horas, y la posibilidad de que el tiempo inactivo de las guardias médicas no sea considerado tiempo de trabajo. ¿Gran triunfo del sindicalismo europeo y del ciberactivismo como nos quieren hacer creer? O, más bien, en el fondo, nuevo triunfo de esa creación capitalista que es la ideología europea, que nos lleva a interiorizar que «ser europeo» es todo un estatus, que somos un todo homogéneo, y que toda solución a nuestros problemas vendrá desde Estrasburgo y Bruselas, y no desde la lucha a pie de calle (como en Grecia) y desde el debate sobre la naturaleza real de esta Unión en cuyo nombre estamos padeciendo (y aceptando como legítimas o ineludibles) importantes regresiones económicas, culturales, educativas, políticas, lingüísticas... y, desde luego, dumping social, porque, aunque los triunfantes europarlamentarios no lo han aireado mucho, lo cierto es que en el espacio de librecambio europeo, los salarios mínimos varían de 1 a 17, y que, de los 27 países miembros, 15 recurren ya al opt-out, es decir, a «animar en ciertas coyunturas» a superar la jornada máxima de 48 horas. O sea, a saltarse la normativa.
Koplowitz, Abelló, Santander y su gestora Optimal, BBVA, Banesto, Kutxa... Una parte nada desdeñable de lo que nuestros «glamourosos» millonarios y demás grandes genios de las finanzas privadas y públicas nos sablean sin control en nombre de la «construcción europea», la competitividad y el progreso, la piratean hacia paraísos fiscales o invierten opacamente en fondos de alta rentabilidad en Estados Unidos... que, al final y aunque se «volatilice» el dinero como en el reciente fraude piramidal de Madoff o la quiebra de Lehman Brothers, es quien sigue ganando, de momento, la partida y cuyo déficit seguimos financiando. Mientras, en plena crisis, el socialista Gobierno español, además de darles inmensas partidas de dinero para que se recuperen un poquito, les rebaja por decreto el IRPF que sus entidades deben de pagar por rendimientos de capital del 43% al 18%. Se supone que también en nombre del desarrollo social europeo...
La Unión Europea muestra una vez más su autoritario rostro y sus líderes aprueban un plan para celebrar en Irlanda un nuevo referéndum de ratificación del Tratado de Lisboa con el que pretenden cambiar el claro voto negativo de los testarudos celtas. Todo ello en nombre de la ineluctabilidad del proyecto europeo que supuestamente encierra toda una serie de virtudes extraordinarias y de posibilidades infinitas frente al imperialismo yanqui y los grandes bloques emergentes. Sin embargo, en lugar de fortalecer una política internacional y defensiva propia, en las alturas triunfa claramente la corriente atlantista, y tanto Brown como Sarkozy, Merkel o Berlusconi defienden que la UE no ha conseguido desarrollar frente a China una fuerza militar suficiente como para defender sus intereses geopolíticos y, en definitiva, es imprescindible desarrollar un seguidismo del imperialismo estadounidense, para evitar que una tercera potencia reemplace a EEUU y Europa en las regiones estratégicas. Según Sarkozy, «para ser más europeo mañana, hay que ser más atlantista hoy», es decir, hay que hacer lo que mande Washington: apoyar firmemente a Israel, mostrar firmeza frente a Irán... aunque vaya contra «nuestros» propios intereses. Por cierto que estados como Dinamarca, Grecia, Portugal, España, Polonia, Hungría y otros varios, tuvieron que adherirse a la OTAN antes de tener acceso al selecto club de la bandera de las doce estrellas de oro sobre campo azur. ¡Curioso este mito europeo que, al parecer, sólo se cree la mayoría trabajadora, que pierde su poder ciudadano y de lucha al transferirse importantes niveles de su soberanía al nivel europeo, que es donde, dicen, se toman todas las decisiones estratégicas! ¿O es que se toman en círculos aún más restringidos y no tan exclusivamente europeos?
La UE se presenta como el paladín de la democracia. Sin embargo, por mucho que nos la disfracen de Europa social y de los pueblos, los datos confirman su carácter autoritario y tecnocrático, así como su control efectivo por los grandes grupos de presión, como la organización de empresarios europeos UNICE, el lobby ERT, que agrupa a los presidentes de las 47 principales multinacionales de Europa o el Comité Europeo de Cámaras de Comercio Americanas, AmCham. Sus propuestas son las que inspiran básicamente todas las decisiones políticas de Bruselas (incluida la de las 65 horas), coincidentes con las del imperialismo occidental: deslocalizaciones, desregulaciones y medidas antisociales, exigencia de mayor libertad para los empresarios, construcción de grandes infraestructuras, imposición de la moneda única, privatizaciones, proceso de Bolonia, concentraciones bancarias, exclusión social y pobreza en aumento... todo ello en nombre de una mayor competitividad y una Europa fuerte que sirva de escudo frente al dominio del otro lado del Atlántico. ¡Pero si el capital gringo tiene arte y parte en las grandes empresas europeas y AmCham agrupa a la flor y nata de las multinacionales con claro dominio de capital estadounidense!
Nos vendieron el euro, la moneda única, como el fin de la hegemonía del dólar (y del marco alemán) y la profundización del mercado interior europeo. Sin embargo, para los europeos de a pie, las consecuencias de la implantación de la moneda única han sido la clara subida de los precios al consumo, la tajada que, gracias a una tasa de cambio favorable, sacan los traders a costa de nuestros bolsillos con las importaciones del exterior del espacio europeo, y el conseguir disimular los desequilibrios económicos crecientes entre los países de la zona. Es cierto que la rivalidad monetario-financiera euro/dólar ha debilitado al imperialismo yanqui y ha servido para resolver momentáneamente, con el capital alemán a la cabeza, el problema de la descomposición del imperialismo y de sus crecientes contradicciones. Pero «el proyecto histórico del euro, único en su tipo», según la ideología europea, no mejora el mundo, ni cambia nuestro enemigo.
Como señala el interesante libro «L'idéologie européenne», existe un claro paralelismo entre las derrotas obreras y la hegemonía creciente de la ideología europea, que sirve de escapatoria al capital ante cualquier razonamiento sobre progreso social. En nombre de Europa, las fuerzas capitalistas han conseguido alejar en su favor los mecanismos y órganos de decisión. La «construcción» europea es básicamente el rostro europeo tras el que se oculta el desmantelamiento de la capacidad de resistencia de los pueblos frente al dominio del capitalismo mundializado y del euroimperialismo.
No se trata de defender «otra Europa», ni «la verdadera Europa»: la naturaleza real -y no imaginaria- de la UE es la que es. Es antidemocrática no por una desviación enmendable, sino porque la liquidación de la democracia es precisamente el fundamento y el resultado mismo de su proyecto. Es mentira que la UE haya acercado a los pueblos y cimentado sesenta años de prosperidad. Por el contrario, el librecambio, el hacer competir entre sí a estados e individuos, no ha hecho más que exacerbar las viejas rivalidades. Aprovechándose de las contradicciones inherentes al proceso, las ideas xenófobas han ido en aumento, al igual que la radicalización derechista de los discursos políticos y el crecimiento de los partidos de extrema derecha. La negativa a reconocer el derecho de autodeterminación sigue en pie. El recorte de libertades y el fortalecimiento de la represión a escala europea, en nombre de la seguridad (¡y de la construcción europea!), no ofrece dudas: creación de listas de personas y organizaciones «terroristas»; Política Europea de Seguridad y Defensa (PESD); euroorden; Europol; Acuerdo de Schengen...
Europa como tierra de los derechos humanos y de la democracia; Europa como lugar de encuentro de nuestros jóvenes; mercado común europeo como único modo de asegurar el crecimiento y conservar nuestro «modelo social»... Todo ese conglomerado ideológico que es el mito europeo sólo sirve para distraernos de la lucha y del verdadero internacionalismo, y para olvidar que la lucha de clases sigue existiendo y que es necesario, más que nunca, ir impulsando otro modelo de integración continental y, sobre todo, ir vertebrando el anticapitalismo pero desde lo local... que Bruselas y Estrasburgo nos quedan muy lejos y, además, no están precisamente para defendernos.