OTRO CONFLICTO OLVIDADO EN EL CÁUCASO
Nagorno Karabaj, una anomalía cartográfica
La invasión de Georgia a manos de Rusia y su posterior reconocimiento de Abjasia y Osetia del Sur forzó una mesa de negociaciones el pasado noviembre en torno al conflicto de Nagorno Karabaj. Invitados por el Kremlin, Armenia y Azerbaiyán negocian hoy la salida a un conflicto que lleva ya 20 años en punto muerto. Esta es la crónica de un viaje al lugar donde las fronteras entre Europa y Asia se desdibujan en tierra de nadie.
Karlos ZURUTUZA
Periodista
Sólo hay un lugar en el mundo donde es posible obtener un visado para la República de Nagorno Karabaj. Se trata de la embajada que el enclave tiene en Ereván, la capital Armenia. Tras rellenar un formulario y adjuntar un par de fotos, se recibe un sello que permite una estancia de cinco días en un país al que nadie reconoce, pero que descarta de manera automática toda visita a Azerbaiyán. Al menos no con ese pasaporte. Nada extraño si tenemos en cuenta que, para Bakú, Karabaj nunca ha dejado de ser territorio azerí.
Con la creación de la URSS en 1923, Stalin decretó que este enclave con forma de alubia y de mayoría armenia debía de ser parte de Azerbaiyán. Pero la realidad es que desde 1994 son los armenios los que controlan esta región que se autoproclama independiente, pero que subsiste gracias a los fondos de la diáspora y a los que llegan directamente desde Ereván. Nagorno Karabaj sigue encontrándose geográficamente en Azerbaiyán, pero hoy no queda ni un solo «turco» (así es como llaman los locales a los azerís) en este territorio.
Son cinco horas de taxi-furgoneta desde los monótonos barrios a las afueras de Ereván hasta el corredor de Lachin, que conecta Armenia con el enclave de Karabaj. Esta carretera, la mejor de todo el Cáucaso para muchos, fue construida como tantas otras infraestructuras con dinero de la Hayastan Fund, la diáspora.
«Bienvenidos al Artsakh libre», reza un cartel. Ese es el nombre que le dan los armenios del enclave. Un poco más adelante, un oficial de aduanas comprueba los pasaportes en el pueblo de Berdzor. Apenas hay presencia militar ya que, a diferencia de otros territorios como Abjasia y Osetia del Sur, ambos lados de esta frontera están habitados por la misma gente. Pero pocos aquí quieren recordar que no han sido ellos los únicos habitantes de este angosto valle. De hecho, Berdzor no es sino el nuevo nombre de Lachin, la localidad principal de una región que se dio en llamar el «Kurdistán Rojo» en tiempos soviéticos. Y es que este estrecho dedo de tierra entre Armenia y Karabaj fue durante años el único lugar del mundo donde se publicaban libros en lengua kurda bajo los auspicios del Kremlin. Desgraciadamente, dicha actividad cultural se esfumó con la expulsión de los kurdos de la zona nada más comenzar el conflicto entre armenios y azerís. Aldeas como Kelbajar, habitadas casi exclusivamente por kurdos suníes, fueron borradas de la faz de la tierra por las tropas armenias. Muchos huyeron y los que se quedaron lo pagaron con su vida.
«Somos libres»
Todo no armenio ha de registrarse a su llegada a Stepanakert, la capital de Nagorno Karabaj. En el ministerio correspondiente le informarán de las zonas que se pueden visitar, pero sobre todo de las que no. Entre estas últimas está Fizuli, el lugar dónde un tiroteo interrumpió las negociaciones de paz el pasado mes de noviembre, o Aghdam, una ciudad fantasma en la tierra de nadie entre Karabaj y Azerbaiyán, pero bajo control armenio.
«No hay nada que ver allí, sólo destrucción», asegura un funcionario desde su mesa. «Si insiste en hacerlo será arrestado y deportado», añade, aunque sin aclarar si uno es expulsado de Karabaj o de Armenia.
No hay mucho que ver en esta ciudad de tres semáforos. Del barrio antiguo apenas queda un puñado de edificios que se resisten a caer entre los restos de otros que ya lo han hecho. Las cicatrices de la guerra son aún omnipresentes y ni siquiera la cordadas de colada consiguen ocultar los agujeros de bala en los monótonos bloques de viviendas soviéticos. Sin duda, el souvenir ideal es una de esas alfombras en las que el diseño tradicional ha desaparecido a favor de helicópteros MI-8 de bandera armenia, o unos fedayi (combatientes locales) armados con bazokas RPG 7.
Quizá el Museo de Historia Nacional ayude a aportar unas claves sobre los orígenes de este conflicto armado. En poco más de una hora y en un inglés perfecto, una entusiasta joven repasa la historia de su pueblo: desde el enorme reino de Urartia hasta la primera mujer armenia en conducir un tanque. Una luz tenue ilumina los rostros de mármol de la sala dedicada a los héroes armenios de la Gran Guerra Patriótica (la Segunda Guerra Mundial). Bajo esta atmósfera sacra, Agop Petrossian, el director del museo, comparte su particular punto de vista sobre las causas del desastre: «Los turcos son nuestros enemigos genéticos», asegura este historiador por la Universidad de Ereván. «Hoy somos libres porque ya no queda ninguno en Karabaj», añade orgulloso.
Jerusalen
Desde su página web (www.shoushihotel.com) el hotel Shoushi asegura ofrecer las «mejores vistas panorámicas» sobre la ciudad de Shushi y la catedral de Kazanschetsots..
Reconstruida en piedra caliza blanca, la iglesia se yergue como un palacio de cristal entre los escombros que los refugiados armenios expulsados de Azerbaiyán llaman hoy «hogar». Los azeríes eran mayoría aquí, pero todos huyeron cuando el ejército armenio se hizo con la ciudad desde la que llovían los cohetes GRAD sobre Stepanakert, a escasos 10 kilómetros de distancia.
Shushi es también conocida como la «Jerusalén de Karabaj» por su enorme importancia para ambas comunidades. Para los azeríes es la cuna de su música y su poesía; para los armenios, la de su élite científico cultural además de uno de los mayores centros cristianos del Cáucaso.
Desde sus 1.400 metros de altura y protegida por una muralla de tiempos de los persas, la ciudad parecía inexpugnable y fácilmente defendible por un pequeño grupo de soldados en 1992. Pero ni siquiera el mismísimo Shamil Basayev, enrolado en las filas azeríes pudo defender esta plaza. Al final de la contienda, el comandante checheno achacaría la pérdida de Sushi a la «ineficacia de un ejército mediocre como el azerí».
Entre Europa y Asia, Hiroshima
Un folleto publicado en inglés por el Gobierno de Nagorno Karabaj ofrece una detallada lista de los principales puntos turísticos de interés en el enclave. Evidentemente, no hay sitio para describir cada una de las 4000 iglesias armenias que el editor asegura que existen en esta región montañosa, pero sí que lo hace con cada uno de los pueblos y aldeas. Sorprendentemente, aporta una breve descripción de la ciudad de Aghdam: «Ciudad abandonada con una mezquita persa. Liberada en 1993».
Los armenios aseguran que los karabajíes son los habitantes originales de las montañas, y que los azeríes llegaron desde la llanura. Aghdam fue una vez una ciudad azerí de 150.000 habitantes en mitad de la llanura, a apenas 25 kilómetros de Stepanakert. La «lógica» militar determinó que la urbe estaba «peligrosamente cerca» y ésta fue reducida a cenizas en una acto que los coroneles armenios calificaron de «defensa propia».
Los restos de Aghdam se esparcen hoy sobre la tierra de nadie entre armenios y azerís; cristianos y musulmanes. Este es el lugar donde mueren las carreteras porque resulta imposible encajar los mapas de Europa y Asia. Esta es la «gran falla» del Cáucaso.
En este escenario post nuclear no hay gente, ni coches, ni ruido...Ni siquiera se escucha el canto de un pájaro. Las ruinas asemejan a las de una civilización extinta hace siglos porque las puertas, las ventanas, las tuberías...todo lo que se pudo reciclar parchea hoy las maltrechas viviendas de Stepanakert o Shushi.
Paradójicamente, lo único que queda en pie en el Aghdam «liberado» son los dos minaretes de esa mezquita persa mencionada en el prospecto. Pero pueden pasar décadas hasta que un muecín vuelva a subir por sus escaleras en espiral.
Un diálogo a muchas voces
El pasado 2 de noviembre, Ilham Aliyev, Serzh Sargsyan y Dimitri Medvedev, presidentes de Azerbaiyán, Armenia y Rusia respectivamente, firmaron una declaración conjunta en aras de solucionar el conflicto de Nagorno Karabaj. Algunos analistas ven tras esta iniciativa lanzada por Moscú (aliado histórico de Ereván) la intención del Kremlin de desplegarse por esta región del Cáucaso Sur bajo el pretexto de destinar tropas de paz en la zona.
La UE ha mostrado recientemente su satisfacción por la firma del llamado «Tratado de Moscú», pero añade que «toda solución al conflicto ha de respetar la integridad territorial de Azerbaiyán». Bruselas esgrime aquí el mismo argumento utilizado durante la crisis de Abjasia y Osetia del Sur en Georgia, pero el opuesto al que resolviera para Kosovo en Serbia.