Anjel Ordóñez Periodista
Cuentos de Navidad
La Navidad es un ser vivo avanzado. Un depredador social que evoluciona en sí mismo según las épocas históricas y las sociedades en las que se desarrolla. Es un diabólico engendro cristiano convertido en fenómeno global por la extraordinaria potencia de su marketing, un experto camaleón que sobrevive a las peores crisis y a las más cruentas guerras, un gigante que derrota al sentido común y aún a la razón allí donde se los enfrenta. Hasta aquí no he descubierto nada, y me temo que a partir de aquí tampoco. La Navidad me domina, es superior a mis fuerzas. Su estrategia me enreda, me equivoca, me embriaga, me desarma y me deja a merced de todos los fantasmas dickensianos, los del pasado, los del presente y los del futuro.
La Navidad es la quintaesencia del capitalismo, el caballero invencible del consumo perturbado y compulsivo. He comprado lotería dejándome arrastrar -consciente inconsciencia- por una patética mezcla de ilusión y codicia, aun a sabiendas de que mi unívoco destino es ganarme el pan con el sudor de mi cada vez más amplia frente. He comido y bebido lo que no está en los escritos, desmontando a la vez varias leyes de la Física y creo que de la Química y desafiando con soberbia a la Medicina en unos cuantos frentes. He encargado a Olentzero enseres inservibles, chismes sin sentido, trastos huecos. He vaciado mi demacrada tarjeta y la he inmolado en el fuego eterno de la Navidad. He castigado mi cuerpo cebándolo con grasas saturadas, ácido úrico y alcohol en sangre; he maltratado mi mente con villancicos ramplones y felicitaciones chistosas; en fin, he sometido mi dignidad a toda suerte de indignidades. Y sólo he conseguido a cambio unas escuálidas gotas de eso que llaman ilusión. Y todavía queda la Nochevieja.
He oído hablar de héroes y heroínas que han conseguido escapar a la Navidad, que han sido más fuertes o han corrido más rápido. Pero dicen las crónicas que han terminado tan exhaustos que ahora arrastran su existencia por las sobreiluminadas calles como almas en pena. Yo no estoy satisfecho con mi suerte, pero tampoco envidio su éxito.