Juanjo Basterra Periodista
Esperando a la jubilación para vivir, le llevó la muerte
Si alguien esperaba que con el cambio de siglo y la llegada de la nueva tecnología se iban a resolver los problemas para la salud de los trabajadores en los centros de trabajo, se equivoca. La siniestralidad laboral es una realidad que entona el más dramático de los cantos a la muerte, a la desesperación, a la impotencia y, sobre todo, a la debilidad y la miseria del ser humano.
Estimado lector, tengo que confesar que esperaba escribir esta columna con lo mal que nos va a ir en este 2009, teniendo en cuenta que el recibo de la luz, por destacar uno, ha subido por encima de la inflación prevista. Nunca lo he entendido, porque dentro de unas semanas nos llegarán los resultados de las multinacionales eléctricas y nos mostrarán enormes beneficios económicos para sus bolsillos, pero no para los nuestros.
Sin embargo, en mis días de asueto en Navidad topé con una esquela, la de José Luis Aranburu, prejubilado de Victorio Luzuriaga Fagor. El cáncer por amianto le segó la vida. Recuerdo la entrevista que le hice en julio de 2008. Me llegó al corazón. Entró a trabajar con 14 años y, después de estar casi 45 años doblando la espalda, se prejubiló a los 60 años. En 2006 este aficionado a la montaña notó un cansancio mayor del habitual en Pirineos, por lo que acudió al médico. Tras un proceso de control le diagnosticaron el cáncer derivado del contacto con amianto, como otros miles de trabajadores. Es dramático.
Desde entonces le doy vueltas a la cabeza. José Luis en la entrevista me decía que no había tenido niñez, ni juventud, porque trabajaba hasta 12 horas diarias, pero esperaba a la jubilación para vivir. Sin embargo, se cruzó con el amianto que unos empresarios desaprensivos utilizaron a toneladas sin importarles el sufrimiento posterior de los trabajadores. La razón es clara: el amianto activa el cáncer de una manera tan lenta que tarda entre 15 y 40 años en aflorar su fuerza destructiva. Entonces ya es tarde. Desde estas líneas animo a los afectados por el amianto para que salgan a la luz, que se les vea para que las administraciones públicas y los empresarios sientan de cerca el susurro de la muerte que han sembrado. Para ti, José Luis, un abrazo allí donde estés.