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Jesus Valencia Educador Social

«Epifanía, se acorta la noche y se alarga el día»

Con su persecución implacable y su griterío atronador, intentan ahogar nuestras ganas de vivir. Hemos de confesar que nos causan daño pero sufrir no es sinónimo de claudicar

Los que hemos crecido entre sementeras y rastrojos algo aprendimos de la tierra que nos parió. La pequeña fauna se cobija en sus madrigueras para sobrevivir a las inclemencias del invierno. Y las plantas diminutas que ahora despuntan en los sembríos son preludio de mieses pujantes que granarán en primavera. El cíclico paso de las estaciones nos permite mirar con perspectiva otros hechos que tienen también algo de cíclicos.

Ni Zapatero ni Rubalcaba nos resultan nuevos. Viejos son sus discursos amenazantes y sus sombrías premoniciones. Antes que ellos otros charlatanes agoreros anunciaron nuestro fin. Antigua es la soberbia con la que todos los conquistadores -de derechas o izquierdas- nos han mirado, como antiguo es el desprecio -de derechas o izquierdas- con que nos tratan. Alardean de su fuerza para que dudemos de la nuestra; magnifican sus éxitos para que nos sintamos fracasados; se prometen un futuro estelar frente al nuestro, que lo auguran perdido. Con su persecución implacable y su griterío atronador, intentan ahogar nuestras ganas de vivir. Hemos de confesar que nos causan daño, pero sufrir no es sinónimo de claudicar.

Zapa y Rubal no están de suerte. Les gustaría venir a Somorrostro con el rey Borbón, como hiciera el bisabuelo de éste, para proclamar el final de su guerra imaginaria. Tienen redactado el último parte bélico: «Vencido y desarmado el ejército vasco, las tropas imperiales han alcanzado los últimos objetivos». Que son, como los de Franco, la victoria absoluta y nuestra total asimilación. Sus fans, cada vez más impacientes, reclaman la publicación de dicho parte «¿De qué han servido tantas detenciones?», se preguntaba una tertuliana en «Pásalo»; los presentadores del programa, con un tic policial, le interrumpieron tan incómoda y atinada pregunta. El día alarga, la noche invernal va en mengua y nuestro pueblo sigue vivo. Los ex presos comparecen masivamente; los jubilados emulan a los mercedarios en la redención de cautivos; la defensa de éstos es omnipresente; las iniciativas populares proliferan; hasta quienes ingresan al voluntariado dejan constancia pública de tan arriesgada decisión. ¿Quién dice que nuestra tierra es un erial y nuestro pueblo una masa doliente de rendidos? No hay aldea donde no esté ardiendo alguna llamita libertaria ni ladera donde no se oiga algún irrintzi prometedor. Zapaterianos y rubalcabos se incomodan porque el apartheid con el que iban a liquidarnos no da el fruto tan prometido y esperado. Y eso que no conocen la mitad de zarabandas y trajines en que nos embarcamos cada mañana. En respuesta a tales congojas, y para remediar el descrédito, los mentados enfatizan sus promesas: «Pese a todo, os aseguramos estar a un paso de la victoria».

No somos invencibles, pero de momento resistimos y avanzamos. Joaquín Navarro, juez amigo que nos respetó y nos quiso, ya lo advertía: «El pueblo vasco nunca cede, conoce cada día la aventura de sobrevivir como nación. Quienes lo conocemos estamos seguros de que no lo doblegarán jamás».

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