KARAKORUM Gran pared
Adicción por la escalada alpina solitaria
El estadounidense Kyle Dempster realiza una apertura en la hasta ahora virgen cara Oeste del Tahu Ratum (6.651 m, Pakistán). Luchando contra duras condiciones tuvo que superar dificultades de hasta A3 en roca y 60º en hielo.
Andoni ARABAOLAZA
Hace un par de semanas, Jordi Tosas nos pedía de alguna forma que, como él, son unos cuantos los que escalan (en solitario o con compañero) en plan pirata, que realizan actividades de consideración y que no vendría nada mal hacerles caso. Pues dicho y hecho. A nuestro siguiente protagonista, como al catalán, le va lo de escalar en solitario; esa apuesta que se admira mucho, pero que en muchas ocasiones no se llega a entender del todo. Llega a ser demasiado incomprendido. Kyle Dempster es estadounidense, y como bien afirma él: «Tengo una adicción, de hecho tengo varias, pero esta es la más reciente e involucra a la escalada alpina».
La adicción le llevó a Dempster elegir una elegante pared virgen del Karakorum. Se fue hasta la ahora virgen cara Oeste del Tahu Ratum, una montaña pakistaní de 6.651 metros. Por delante dos meses para llevar a cabo su aventura: «Me despedí de mi madre, diciéndole que me marchaba solo a Pakistán, y que regresaría en tres ó cuatro meses. Es fácil decirlo cuando tienes 25 años, cuando tienes curiosidad por conocer mundo y ansías de escalar. No puedo imaginar lo que sería escucharlo cuando tenga 51, haya perdido un sobrino escalando y tenga un hijo adicto a la aventura. Para aquellos que hayan sentido la necesidad de estar solos y lejos, lo entenderán».
Al alpinista estadounidense se le encendió la bombilla al encontrar una fotografía que decía lo siguiente: «La cara Oeste del Tahu Ratum (6.651 m) vista desde el glaciar Khani Basa. La cara no ha sido escalada ni intentada. El primer ascenso fue por la Sureste a través del glaciar Tahu Ratum en 1977». La chispa ya estaba encendida.
Solo en montaña, sin ninguna compañía en el sentido más amplio de la palabra: sin porteadores, sin cocinero, sin amigos o desconocidos... Pasó un mes porteando su material hasta donde montó el campamento base. Ya estaba organizado y preparado para meterse de lleno en la kilométrica pared que tenía por delante. Y decimos kilométrica, porque hasta el propio Dempster desconocía su longitud.
Tormentas, hambre...
La vertiente virgen de esta montaña sorprendente le echó el guiño definitivo. Comida para 20 días y para arriba. A pesar de la motivación, las primeras jornadas serían muy duras. Una primera sección de 650 metros de hielo le llevaron siete días de intenso trabajo, todo ello en un escenario desolador; es decir, en medio de una tormenta de nieve constante.
Superada esta sección, el estadounidense tuvo tiempo de gozar de una fantástica escalada sobre un sistema de fisuras, de granito de alta calidad, con largos de 80 y 90 metros, condiciones muy estables... En una palabra: escalada implacable.
Pero de nuevo el mal tiempo hizo acto de presencia. Ya estaba a unos 6.000 metros de altura, y una fuerte tormenta le hizo enclaustrarse en la hamaca durante cuatro jornadas. Debía de racionar la comida, ya que el progreso estaba siendo muy lento. La verdad sea dicha desconocía la altitud en que se encontraba, ya que decidió no llevar el altímetro.
A pesar de todos los contratiempos, sigue escalando. Al estómago semi vacío se le junta una repentina diarrea. Parecía una odisea. Todavía escala otros 200 metros más antes de que le pille de nuevo otra tormenta. Ya se encuentra muy arriba, en su último vivac. Habían transcurrido 20 días desde que se metió en la pared. Era hora del ataque final. ¿Pero en qué condiciones? Sólo tenía una barrita energética para comer y un poco de líquido para beber. Decide seguir, y llega hasta la arista cimera. El viento es muy fuerte, está deshidratado y desnutrido: «Estaba a unos 6.500 metros, alcancé la inclinada línea de hielo y nieve que llevaba a la cumbre... Pero estaba harto. Me di la vuelta».
Tras 30 horas de descenso, Dempster llega a su último vivac. Casi sin descanso, prosigue el descenso: dos largas jornadas de rápeles sin ingerir ningún alimento. Las penurias no paraban. Debía tomar camino hacia la civilización. Seguía solo, realmente destrozado: «Por el camino me caía una y otra vez, y siempre me costaba demasiado levantarme. Nunca había pasado un ayuno de estas características».
Dos semanas más tarde, muy débil todavía, llegaba a casa. Tuvo que soportar tormentas y hambre, pero su objetivo se había cumplido: escalar en solitario la cara Oeste del Tahu Ratum.