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Josebe EGIA

No hay motivos, pero...

Frente al pesimismo de la razón,

el optimismo de la voluntad. (Gramsci)

Cuando ya no crees en los Reyes Magos, y con este panorama desolador, resulta más que difícil sentirse optimista. Al contrario, nos sobran los motivos políticos, sociales y de género como para pedir que el mundo se pare, que yo me bajo. El genocidio del Gobierno israelí contra la población palestina de Gaza -sin que ningún gobierno del resto del mundo haga nada salvo parlotear-, la crisis por la codicia de unos pocos, pero que vamos a pagar las y los de siempre -sin que los presupuestos, como siempre, inviertan lo suficiente en gasto social- y el asesinato en 2008 de mas de 75 mujeres a manos de sus parejas sólo en el Estado español -Clara Rangel es la última que lloramos en Euskal Herria- son tres ejemplos que nos obligan a poner en juego toda nuestra voluntad para intentar ser felices o, al menos, no caer en la desesperación.

El psicólogo Tierno explica que la humanidad está dividida en dos tipos de personas, las tóxicas y las tónicas. Las primeras son pájaros de mal agüero que sólo ven dificultades y problemas. Las tónicas son gente capaz de sobreponerse a los contratiempos con una actitud optimista, no exenta de realismo. Ahora resulta que la ciencia descubre las claves de la felicidad y dice que el bienestar depende por igual de los genes y, sobre todo, de nuestra actuación. Que el altruismo pesa más que el hedonismo a la hora de conseguir satisfacción. Que los 40 son un bache, pero que para las mujeres los 60 son el momento del apogeo. ¡Ah! y que el dinero no da la felicidad, aunque yo añadiría que seguro que ayuda.

Lo bueno del asunto es que entre quienes diseccionan la felicidad para buscar sus ingredientes hay economistas, sociólogas y sociólogos o psicólogas y psicólogos que publican sus trabajos en las revistas científicas más importantes. Hace más de 20 años que Csikszentmihalyi y Seligman, pioneros de la psicología positiva, reivindicaron la importancia de estudiar no sólo lo que entristece o deprime a la gente sino, también, lo que la hace feliz. Dicen que cada persona tiene una felicidad basal dependiente de los propios genes, pero no por ello marcada a fuego, sino que es posible modificarla con nuestra actitud vital.

No son estudios frívolos, sus resultados pintan grosso modo el siguiente panorama. En los países ricos se es más feliz que en los pobres. Pero superado un nivel mínimo de riqueza, dinero y felicidad se desacoplan: aunque la capacidad adquisitiva se multiplique, el sentimiento de bienestar apenas varía. Hay acuerdo en los estudios que muestran que la felicidad se correlaciona con «beneficios tangibles en muchos ámbitos de la vida». Tienen más probabilidades de felicidad quienes están en pareja y menos las y los divorciados. Más cuando se tienen amigas y amigos y soporte social. Más cuando se tiene creatividad y un trabajo de calidad y bien pagado. Todo ello produce más actividad y energía vital y mejora la salud mental y física. Se tiene más autocontrol y más longevidad. ¡A por ello en 2009! Urte berri on!

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